Capítulo 29: Sorpresas

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Amelia estaba de pie cerca de la encimera de la cocina, mirando por la ventana mientas su madre y Luisita charlaban afuera. Era un día caluroso y húmedo, con pronóstico de lluvia, pero el desayuno-almuerzo del domingo se había convertido en una cosa normal últimamente. Solo que hoy sería un poco más tarde.

Se alejó de aquella vista y volvió a cortar los champiñones. Desde la tarde que Luisita y ella pasaron juntas, se habían visto frecuentemente, pero nunca solas. Habían ido a comer un par de veces, después volvían por caminos separados. Nacho había incluido a la rubia en la fiesta que dió en su casa. El sábado pasado, Luisita las había invitado a ella y a su madre a comer hamburguesas. Quería que la morena la enseñase a utilizar la parrilla de gas que había comprado para el patio. Y esta semana, Luisita había ido a la tienda dos veces, una para ver como se instalaba una nevera y otra cuando empezaron a montar la cocina.

Ninguna de ellas había vuelto a sugerir cenar a solas y la rubia no habia vuelto a invitar a Amelia a nadar. La tensión que se creaba era cada vez más insoportable. Siempre.

Amelia hizo una pausa, mirando a la nada mientras recordaba a Luisita en la tienda, lo a gusto que parecía estar con sus pantalones cortos y sus deportivas. Sus piernas con un bronceado ideal, lo que probaba que pasaba muchas horas en la piscina.

Cuando la rubia se dió la vuelta, descubrió que Amelia la observaba fijamente. La mirada en sus ojos hizo que la morena quisiera arrastrarla al cuarto trasero para besarla intensamente.

Y ese era el problema. Luisita todavía seguía casada. Y no, no iba a tener otro rollo con ella. Pero Dios, a veces, la atracción era tan fuerte, que solo quería cogerla entre sus brazos, besarla, tocarla, desnudarse... estar con ella. Y la mirada en los ojos de la rubia le decía lo mismo.

Pero ya no eran unas adolescentes, no eran lo jóvenes que habían sido cuando sus hormonas en ebullición les anulaban cualquier sentido cada vez que estaban juntas. Eran adultas, estabas lejos de todo eso. Habían cambiado... las dos. Sin embargo, a veces, cuando la miraba, el tiempo no había pasado en absoluto.

Y allí estaban, intentando formar una nueva amistad, intentado eliminar el abismo que había entre ellas, aprendiendo a confiar la una en la otra de nuevo. Lo que sería genial si no tuviesen ese deseo, esa necesidad de arrancarse la ropa a cada instante. Todo demasiado contradictorio.

- ¿Soñando despierta?

Amelia se giró, encontrando a Luisita que seguía mirándola. Seguía con el cuchillo entre sus manos, pero apenas había avanzado. Sonrió tímidamente.

- Sí, soñando despierta.

Luisita se acercó, deteniéndose a tan solo unos metros de distancia. Una vez más, la mirada en sus ojos era demasiado para resistirse. Los ojos de Amelia cayeron sobre sus labios. Y Dios, quería probarlos.

- ¿En qué?

La pregunta apenas fue un susurro, haciéndole saber que la rubia sabía exactamente con lo que estaba soñando. Decidió que era un juego demasiado peligroso, pero sin embargo, no pudo evitar jugar, sólo un poquito.

- Bueno, si mi madre no estuviese aquí, te lo demostraría - dijo con una sonrisa, dándole el cuchillo a la rubia - Acaba tu con esto ¿quieres? Tengo que hacer la salsa.

- ¿Que se supone que voy a hacer?

- Cortarlos en rodajas y ponerlos en la sartén con la cebolla.

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Por mucho que Luisita quisiera a Devoción, este era uno de esos momentos en los que hubiera deseado estar a solas con la morena. Esos momentos eran cada vez más y más frecuentes. Aunque claro, no tenían derecho a estar a solar, no con la dirección de sus pensamientos últimamente.

Siempre fuiste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora