Capítulo 25: Vuelta a ¿casa?

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Amelia estaba en el camino de su entrada, notando que el suelo había sido limpiado hace poco tiempo. Hizo una nota mental para agradecérselo a Bruno, el hijo del vecino que estaba en el instituto. Había vivido en aquel edificio cuatro años, y cada vez que se había tenido que marchar, se había hecho cargo de ello.

Sacó sus llaves y se dirigió a la puerta de entrada, su bolsa de viaje colgando sobre sus hombros.

El olor a casa cerrada la golpeó inmediatamente. Abrió todas las ventanas, dejando entrar un poco de aire fresco. Hacia calor suficiente como para encender el aire acondicionado. Se movió a voluntad, llegando a la cocina. Abrió la nevera, alegrándose de haber regalado a un comedor social todo lo que estaba a punto de caducar cuando se había ido de allí hacía ya tres meses antes. Dos botellas de cerveza y una lata de Coca Cola eran sus únicas opciones de bebida. Bueno, y el agua claro, pero quería algo de alcohol en su cuerpo.

Caminaba por aquel espacio sin rumbo, su vista aterrizaba sobre los objetos familiares. Fue por el pasillo, deteniéndose en mirar su dormitorio. Su cama estaba en Zaragoza, claro, esto dejaba un vacío en aquel espacio. Fue a la habitación de invitados y empujó la puerta abriéndola. Estaba tal y como la había dejado. Tiró su mochila encima.

Cuando se mudó a la casa de su madre, no había considerado que pasaría cuando tuviera que volver a esta casa. Sólo quería estar cómoda, y su cama era una necesidad vital.

Amelia volvió a recorrer aquel espacio y se detuvo en el salón, preguntándose por qué se sentía tan inquieta. Esta inquietud le había seguido durante toda la semana y no había sido capaz de quitársela de encima. La verdad era que quería volver a Zaragoza, por extraño que sonara.

Sería interesante ver a Ana y a Marina de nuevo, pero no tenía ánimos de fiestas. En realidad, no tenía ánimos de ver a Sara.

Finalmente volvió a la cocina y salió por la puerta de atrás, encontrando una silla en la sombra. Se hundió en ella y estiró las piernas, balanceando la botella de cerveza sobre su estómago, mirando a su alrededor, era familiar, sí. Sin embargo, se sentía fuera de lugar. Tal vez desde que había vuelto a Zaragoza se había dado cuenta de lo poco que se parecía a un hogar todo el espacio a su alrededor. Sólo parecía una casa en la que vivía a veces mientras viajaba a un lugar y a otro. Pero no quería hacer hincapié en eso. Tan solo conseguiría echar más de menos lo que no tenía.

Lo cual, a su vez, traía a Luisita a su mente. Admitía que la echaba de menos. A pesar de que había tensión cuando estaban asolas, todavía seguía habiendo una llama de amistad. Esa parte era fácil. Pero intentar decirse a sí misma constantemente que no se sentía atraída por ella era agotador.

Pensó en su improvidada fiesta del otro día con pizzas y cervezas. Las dos sentadas en el suelo de la cocina. Sonrió al recordar el rostro de la rubia cuando valientemente se terminó la cerveza que tanto odiaba. Pero su sonrisa se desvaneció cuando volvió a recordar la mirada en sus ojos, cuando le mencionó a... Sara.

Que demonios, seguía sin saber que era lo que Luisita quería de ella. Todavía seguía casada, por el amor de Dios. Seguía casada... con un hombre.

Amelia se levantó bruscamente, poniendo fin a aquella línea de pensamiento. Entró en el baño para darse una ducha. Sabía que sus amigas no se molestarían si llegaba demasiado pronto.

Solo esperaba que fuesen comprensivas cuando les dijera que tenía que irse pronto de allí.

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- Vaya, vaya, has vuelto - dijo Ana abrazando a Amelia con cariño - Me alegro de verte, cariño.

- Yo también. Espero que no os importe. He llegado pronto.

Siempre fuiste túWhere stories live. Discover now