Capitulo XXXV

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— Tu paella no estaba fea Ash, solo le hizo falta un poco de sal —defiendo mi punto mientras caminamos por los pasillos de la universidad.

Ha hecho un puchero todo el día por eso, parece un niño pequeño otra vez.

— ¿Un poco de sal? Solo faltó que le pusieras una salsa para darle sabor —se queja. Solo le agregué un poco de sal y pimienta.. Y ni siquiera fui solo yo, todos lo hicieron, pero se ofendió.

— Eres muy sensible, ¿te lo han dicho? —pregunto divertida.

— Eso le dolería a cualquiera —hace una mala cara y los dos nos vemos interrumpidos cuando un hombre frente a nosotros nos detiene, con un ramo de margaritas en una mano y una carpeta con una cajita en la otra.

— ¿Leila Harper? —pregunta el hombre.

Automáticamente Asher hace una peor cara—. Esa soy yo —sonrío.

— Necesito que me firme esto de recibido —pide entregándome la carpeta y eso hago bajo la mala mirada de Asher.

— ¿Quién las envía? —pregunto curiosa tomando las flores y la cajita.

— En la tarjeta —se queja el hombre quitándome la carpeta.

— Oh.. Gracias —respondo cuando él ya se ha ido—. Que hombre tan grosero, ni se despidió.

— ¿Qué dice la tarjeta? —pregunta Asher tratando de quitarme el ramo de flores pero me adelanto tomando yo la tarjetita.

Carraspeo con la garganta, antes de leer la tarjeta—. Las margaritas son una flor especial, porque a pesar de parecer simples poseen una belleza que cautiva y refleja inocencia, justo como tú me has cautivado las dos veces que te he visto. Tómalo cómo una ofrenda de paz por haberte tratado fatal sin justificación, lo he pensado mejor, y aunque tu familia no es santo de mi devoción, tú eres diferente y no mereces que te trate como imbécil, sino que te venere como lo que eres.

— ¿Quién escribió esa estupidez? —pregunta Asher tajante.

Joder.

La sorpresa no tarda en llegar a mi mirada—. Rodrigo Escalada Larsson. ¿Crees que sea una broma?

— Dame acá —se queja quitándome la tarjeta para cerciorarse de que no miento.

— Ja mira, un nuevo pretendiente —bromeo revisando las flores. Asher levanta su mirada para verme mal.

— ¿En serio te alegra eso?

— ¿Qué? No sé, aumenta mi autoestima —me encojo de hombros.

— Pará eso me tienes a mi —se cruza de brazos mientras abro la cajita. Son fresas cubiertas con chocolate, cosa que me encanta.

Ha acertado bien.

— ¡Mira! ¡Nuestras favoritas! —sonrío comiendo una.

— ¿Vas a aceptar esa porquería? ¿En serio? —alega él y le meto una fresa a la boca.

— No seas aburrido, tengo hambre —me quejo comiendo de las fresas.

— ¡Te las mandó con otra intención! —Trata de hacerme entrar en razón.

— El aceptarlas no quiere decir que acepte sus intenciones —me encojo de hombros comiendo—. ¿O te molesta que las acepte?

— Claramente —se queja.

Hago una mueca con la cara—. Que tus celos no interfieran con mi hambre..

— No estoy celoso —alega.

Un dulce peligroWhere stories live. Discover now