☣CAPÍTULO 22☣

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         Un sudor frío recorre mi nuca cuando veo a los sujetos avanzar un paso hacia la furgoneta. Esperan una respuesta, igual que nosotros. El ambiente se carga de tensión e incertidumbre hasta que, por fin, el hombre que reconozco del primer ataque rompe el silencio.

         —Bueno, ¿piensas quedarte escondido allí dentro hasta que empecemos a acribillar el maldito auto?

         Glenn lanza un gruñido, frustrado, y se da prisa en recoger sus cosas antes de dirigirse a la salida trasera.

         —Espera —lo retengo—. ¿Qué harás?

         Sé que la mirada de nuestros amigos también se posa sobre él a través de la ventanilla.

         —Aléjense de la autopista todo lo que puedan —levanta la voz para que todos lo escuchemos—. Rodeando el puente todavía pueden retomar el camino a la ciudad a tiempo. —Lanza una mirada hacia Bernard—. No se detengan y no miren atrás, pase lo que pase. —Abre de golpe la portezuela—. Son fuertes como grupo. Manténganse así.

         —¡Glenn! —lo llamo con nerviosismo al verlo salir de un salto. ¿Es esto una despedida?

         —No me rebatas esta vez, Meryl —responde con presura—. Váyanse. Ya.

         Y cierra de golpe, dejándome frente a la puerta con un extraño vértigo creciendo en mi interior. Por un momento tengo el impulso de seguirlo, pero me retengo. No serviría de nada.

         —Muy bien, pequeña rata desobediente —escucho desde el exterior y me vuelvo hacia la ventanilla de la cabina para contemplar al grupo que espera a Glenn al frente.

         Mi compañero avanza con porte seguro, pero noto cómo aprieta el mango del bardiche con demasiada fuerza.

         —Empiezas a ser un pesado de mierda, Bill —suelta con arrogancia, deteniéndose.

         Dentro del auto todos nos quedamos petrificados, expectantes y temerosos, observando sin atrevernos a reaccionar.

         —Oh, lo siento mucho —se burla su interlocutor—, ¿tenías planes con tus amigos?, ¿unas vacaciones grupales? —Da un paso más al frente, encarándolo—. Veo que le has cogido mucho afecto a las personas. ¿Es el efecto Jia, acaso?

         Frunzo el ceño. Jia. Ese nombre me suena familiar.

         —Empiezas a tocarme las bolas más de lo normal. —Se mueve inquieto, acechante—. Tal vez tenga que acabar contigo de una buena vez.

         —Eres un malagradecido, Glenn —la chica al lado del hombre habla por fin; su voz es ronca, pero con un siseo marcado que causa escalofríos—. Sólo estamos aquí para regresarte sano y salvo a casa.

HOSPEDANTES ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora