☣CAPÍTULO 30☣

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         Aún tumbada en el suelo, contemplo el cadáver tendido a mi lado. El disparo fue tan certero que casi no hay sangre, sólo una perforación profunda que atraviesa su cráneo.

         El otro hombre se pone a cubierto de inmediato, tras la pared del edificio, y saca su arma buscando a ciegas un enemigo oculto. Yo llevo mi mano hasta el arma guardada en la cintura del pantalón y mientras él se olvida de mí por un momento consigo levantarla y apuntarle. Él gira hacia mí, apunta de igual forma, pero para entonces mis dedos ya han apretado el gatillo y la bala le da en el pecho. Cae de espaldas, emitiendo un gemido de dolor que me eriza la piel.

         Me levanto por fin, respirando con dificultad, y avanzo hacia él. Maldición, no está muerto todavía. Me mira con miedo y odio, estirando un brazo para alcanzar el arma que ha caído varios centímetros lejos de él. Yo levanto mi pistola de nuevo, apuntando a su cabeza, pero al tenerlo tan cerca, completamente a mi merced y en esa condición, mi determinación flaquea. Aprieto los puños con impotencia e intento varias veces decidirme a disparar, pero al final suelto un bufido de frustración, bajo el arma y en su lugar pateo la suya lejos de su alcance.

         —Maldición —farfullo, girándome hacia el otro hombre y examinándolo en busca de algo útil—. Es su culpa por haber venido aquí.

         Consigo balas y un cuchillo de supervivencia bastante chulo, mucho mejor que mi vieja navaja. Al levantarme observo que mi víctima se desangra lentamente, tendido sobre un charco rojo. Su expresión refleja el esfuerzo que hace por permanecer lúcido, pero ambos sabemos que no le queda mucho tiempo.

         —Púdrete en el infierno —pronuncia con sus últimas fuerzas.

         Me giro de inmediato, incapaz de seguir mirándole. A pesar de intentar mantener la sangre fría, la situación me deja mal cuerpo. No soy capaz de acostumbrarme a ver gente morir.

         Todavía adolorida camino hasta el edificio de radiocomunicaciones escapando de la escena del crimen. Escucho movimiento a lo lejos y corro hacia la puerta, abriéndola con prisa y entrando.

         Adentro la oscuridad me hace sentir segura, sobre todo cuando un puñado de hombres se reúne alrededor de los cuerpos. Uno de ellos se abre paso entre el resto, examina los cuerpos y tras un silencio sepulcral dispara a la cabeza del hombre al que yo no me atreví a matar. Me echo hacia atrás por instinto, pero entonces una mano me cubre la boca y un cuerpo rígido me impide la huida. Me revuelvo asustada, pero cuando el sujeto tras de mí me gira y contemplo la enorme e imponente figura de Glenn mi miedo se evapora con increíble rapidez y me embriaga una sensación de confort. Por un momento hasta quiero abrazarle, pero sólo hace falta ver su expresión para saber que no es una buena idea.

         —¿Qué mierda haces aquí? —susurra, pero aun así suena brusco.

         Cuando aparta su mano de mi boca suelto un quejido molesto.

HOSPEDANTES ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora