☣PRÓLOGO☣

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**Playlist Song 1**

         Bajo la luz fría de las lámparas que colgaban de altos techos de hormigón, entre las paredes diáfanas de un blanco puro, cerca de los gabinetes plateados que ocupaban el espacio aséptico de la habitación que era, en esencia, exactamente igual a todas las habitaciones situadas sobre ese piso, se encontraba una fila de incubadoras, todas conectadas de forma aparatosa a grandes pantallas que mostraban con exactitud los signos vitales de aquellos neonatos que descansaban incautos dentro de las prominentes cajas de cristal, mientras una enfermera de uniforme impoluto chequeaba sus registros cardiacos.

         Entre llantos encolerizados y los constantes pitidos de los monitores Holter, dos hombres conversaban frente a las cabinas, observando con gravedad a los infantes.

         —¿Ellos son los del último grupo? —preguntó el hombre alto de porte elegante que se cruzaba de brazos y fruncía profundamente el ceño.

         —Penúltimo. Los del último nacieron todos muertos —contestó el otro, que al lado del primero lucía endeble y enfermizo, vestido con una bata blanca que le daba un aire de profesionalismo.

         —Doctor Sheffield, necesito que me haga un favor —el hombre más robusto se giró hacia su acompañante, después de soltar un bufido—. Quiero que preste especial cuidado al desarrollo de estos niños. No tenemos los recursos para permitirnos más pérdidas innecesarias.

         —Hemos trabajado todo lo posible para mantenerlos vivos —el mayor, que lucía su vejez prematura por culpa de los anchos anteojos y las pronunciadas entradas cubiertas de canas, no apartó la mirada de los recién nacidos—. Me temo que perderemos a algunos otros en el camino.

         —Entonces haga que la vida de los que sobrevivan valgan.

         El más joven, que a pesar de su vigorosidad lucía profundas arrugas alrededor de sus labios y sobre el entrecejo, se apartó con pasos imponentes, llevando las manos a los bolsillos del pantalón sastre.

         —¿Mi señor? —lo llamó el de la bata blanca, advirtiendo con preocupación sus intenciones.

         —No hemos tenido un grupo así desde hace años. Con suerte podría hallar a nuestro eslabón perdido —el otro se giró sobre sí mismo, encarándolo de forma solemne—. Si nuestro segundo ángel está entre ellos, le toca a usted averiguarlo. Quiero que se encargue personalmente de su cuidado; no sólo de su tratamiento médico y psicomotriz, sino de todo el desarrollo de sus primeros años.

         —¿Cómo? —se escandalizó el médico—. Pero, señor, ¿de verdad quiere que crezcan aquí?

         —Ya tengo muchos soldados allá afuera. Lo que necesito es completar la primera fase del proyecto.

         —Pero... ¿yo?

         —Es uno de mis doctores de confianza y el mejor capacitado para esta tarea. Ya lo demostró la primera vez con la niña. ¿Puedo contar con su colaboración de nuevo, doctor?

         El silencio del doctor, aunque durase sólo unos segundos, le hizo tensar los músculos de la quijada.

         —Sí... Claro, sí. Por supuesto —balbuceó el viejo.

         —Bien —fingió serenidad, dándose de nuevo la vuelta y avanzando hacia la salida—. Manténgame informado de cualquier avance o irregularidad. Y, por favor —entonces se detuvo frente a la puerta, girando la cabeza para asegurarse de que sus palabras y el tono de éstas llegaran con claridad a oídos del doctor—, esta vez evite implementar cualquiera de sus programas psicológicos. No quiero niños emocionalmente afectivos. Quiero armas letales que pueda utilizar de forma eficiente —recalcó con voz profunda y autoritaria—. ¿Está claro?

         —Absolutamente —contestó el otro de inmediato, comprendiendo que su postura debía mantenerse firme si no quería meterse en problemas, como era su costumbre.

         El hombre de traje asintió como última respuesta antes de tomar el pomo y salir de la sala, abandonando al doctor, a la enfermera y a la media docena de bebés que luchaban por sus vidas dentro de las cajas de cristal.

         El médico se giró hacia ellos, volviendo su mirada hacia el último de la fila: un pequeño indefenso y rosado que apenas podía abrir los ojos y distinguir las figuras a su alrededor. Sin embargo, su inofensiva mirada castaña se encontró por unos segundos con la del doctor, provocando que el mayor soltara un suspiro nostálgico.

         —Recuerdo cuando el mundo era un lugar mejor. Los niños nacían como producto del amor, no de experimentos inhumanos —susurraba mirando al pequeño, pretendiendo excusarse ante él por las condiciones de su nacimiento—. Lo lamento, pequeño amigo. Tu lugar no es envidiable, pero prometo que intentaré ayudarte todo lo que sea posible.

         Sus palabras no eran más que una esperanza incierta, pero ayudaron a aliviar el remordimiento. Después de todo, un trabajo como el suyo no era el más ético, aunque puede que sí el mejor pagado.

         Pero, ¿quién podría imaginarse que entre esos indefensos niños podría encontrarse un ángel caído?




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HOSPEDANTES ©Where stories live. Discover now