☣CAPÍTULO 23☣

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         El tipo es grande, algo corpulento, de cabello corto y castaño, arreglado con pulcritud, pero con un porte más bien irreverente. Sin embargo, cuando me encara, fuera del coche, me sorprende notar que el color de sus ojos es el mismo que el de los de Glenn: dorados verdosos; aunque su forma es más bien afilada, no grandes y caídos como los del otro.

         —Así que tú eres la asesina, ¿eh? —Levanta mi rostro con su puño aferrado a mis cabellos.

         —Y tú eres otro de los perros de Yatlax, ¿no? —suelto con los dientes apretados.

         El sujeto se ríe con ganas.

         —Has pasado mucho tiempo con Glenn, ¿cierto? —dice con sorna—. Le vas a encantar al jefe.

         —Suéltame, por favor. —Mi súplica sale instintivamente, a causa del dolor.

         —¿Ahora vas a rogar por tu vida? —se burla—. Qué divertido. ¿Pondrás esa misma cara cuando te destace, muñeca? —Me zarandea con malicia.

         Vuelve a tirar de mí para avanzar, alejándonos de la furgoneta volcada, cuando de pronto un bardiche pasa rozándole la nariz y se clava en el costado de un auto. Bill se queda petrificado unos segundos y luego extiende una sonrisa.

         —Vaya que te lo tomas personal —comenta sin girarse.

         Glenn se acerca, crispado y furioso, mirando al tipo que me retiene.

         —¿Vas a empezar a jugar sucio, maldito hijo de puta? —le escupe con rabia, y noto que su boca y sus puños están llenos de sangre.

         —¿Acaso alguna vez hemos sido limpios? —Tira de mi cabello y yo gimoteo, haciendo que Glenn se ponga aún más tenso.

         —Suéltala —gruñe.

         —¿O qué? —Me pega a su pecho, llevando su otra mano a mi mandíbula—. Su suerte no tiene que ver contigo. Goran dijo que la zorrita le rajó la garganta a Jared. —Aprieta su agarre sobre mi cuello, asfixiándome—. Ahora su vida le pertenece a Yatlax, y la tuya, a Marshall.

         —¿Y qué tal si te parto el cráneo con una bala y te vas a tomar por culo? —Glenn saca un arma de la pretina del pantalón y le apunta.

         Bill ríe, pero antes de que diga nada el seguro de otra arma se escucha a espaldas de Glenn, quien reacciona con sorpresa y, más tarde, con una sonrisa de ironía amarga.

         —Un fanfarrón descuidado es un mal chiste de sí mismo —dice una voz siseante que de inmediato reconozco.

         La chica de antes se posa detrás de Glenn con una pistola apuntándole. Entonces descubro que su aspecto es desgarbado y menudo, aparentemente frágil. Sin embargo, su mirada severa y fría no da esa impresión.

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