| Capítulo 02 |

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Después de acomodar el pequeño cuadrito plateado en el mismo lugar de su escritorio, se refugió en su trabajo, necesitaba alguna distracción para que su cabeza no repasara el encuentro de la mañana; pero era imposible. Su mente viajaba hacia esos ojos, esos brazos, esa barbilla afilada.

Se talló el rostro en varias ocasiones, creía que se estaba volviendo loca. Desde que se había separado de Leandro, no había tenido muchos hombres a su alrededor, no porque no hubiera opciones, la verdad es que existían algunos que habrían intentado algo si lo hubiera permitido; pero no quería nada formal, nada que pudiera catalogarse como relación.

Su ex esposo la había lastimado como nadie, se casó joven creyendo en cuentos de hadas. Estaba feliz cuando se embarazó de Mickey, sin embargo, él tenía a otra. Fue duro aceptar, muchas veces se preguntó en qué había fallado, pero el problema no le competía. De todas formas, su hijo fue ese motor que la impulsó a mandar todo a la mierda y luchar por él.

No quería que la lastimaran de nuevo, pero tampoco quería que lastimaran a Mickey, suficiente tenía con su padre.

Revisó su agenda y recorrió las citas. Tenía que contactar a Tristán Udán para confirmar varios envíos desde la hacienda Cielos Tintos en Baja California. La feria de la uva se acercaba y también debían ultimar algunos detalles.

Le llamó por teléfono, el hombre le aseguró que todo estaba en perfecto orden y le aconsejó que dejara de preocuparse. Tristán era el capataz y mano derecha en el viñedo, su padre confió en él porque lo conocía desde que eran unos chiquillos.

También buscó un cuarto vacío para convertirlo en una oficina, encontró uno que, gracias al cielo, quedaba muy lejos de ella. Pidió un escritorio, una silla, algún mueble extra que complementara y una computadora. Todo lo dejó preparado para que él llegara y ocupara el sitio. ¿Era necesario? No tenía idea.

El resto del día no hizo más que ir a almorzar y ver otro de los intentos de su hermana por llamar la atención de Diego Espinoza, quien era tonto o no sabía cómo decirle que no estaba interesado, se inclinaba más hacia la primera. Dalilah y Miranda eran muy parecidas, los mismos pómulos, la misma nariz, la misma piel y el mismo tono de cabello. La diferencia habitaba en sus personalidades, mientras una era alegre, la otra reservada. Se llevaban ocho años. A sus veintidós, la menor de las Pemberton era más madura que cualquiera de su edad.

En esta ocasión llevaba una falda amarillo fosforescente que le sacó una risita por lo bajo, intentó esconder la sonrisa detrás de su tenedor, mientras consumía una de las deliciosas ensaladas que preparaban las cocineras del comedor.

Dalilah intentó acercarse, él se levantó y se despidió con un beso en la mejilla. Visualizó cómo su hermana se le quedaba mirando con el ceño fruncido sin poder creer que pasara de ella, tensión que se fue en cuanto descubrió la inspección de unos ojos parecidos a los suyos. Los puso en blanco con diversión y se encogió de hombros, Miranda sabía que no se había rendido ni lo haría pronto. Su convicción era algo que admiraba.

Sedúceme despacio © ✔️Where stories live. Discover now