| Capítulo 18 |

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Dos días después de la inauguración de las fiestas de la Vendimia, fue el turno de los viñedos Cielos tintos de abrir sus puertas para que el pueblo y los visitantes recorrieran sus tierras y probaran sus vinos.

El ajetreo comenzó a escucharse desde muy temprano, Miranda se levantó casi en la madrugada y bajó las escaleras para ayudar a Guillermina y a Estela a ultimar los detalles. Si bien la comida era elaborada por un banquete de antojitos mexicanos, los postres y todo lo demás lo hacían esas dos mujeres con almas de ángeles. Era un desastre en la cocina, eso todos lo sabían, pero no iba a permitir que se desvelaran por hacer los suculentos pasteles que se moría por comer.

Sentada en una de las sillas del comedor, mientras untaba yemas de huevo revuelto sobre una trenza de hojaldre con una brochita, Mandy recordó los sucesos de los últimos días y sonrió inconscientemente.

Jayden y Mickey habían pasado gran parte del tiempo jugando béisbol en el inmenso patio, ella los contempló en secreto en más de una ocasión, fue una delicia ver cómo su hijo iba aprendiendo cada vez más a batear y a jugar un deporte que parecía no haber sido hecho para él. Le daba las gracias al atractivo maestro porque siempre supo que lo único que Miguel necesitaba era un empujoncito, uno que debió haber dado Leandro, pero que desgraciadamente no estaba cerca lo suficiente como para notarlo.

Estaba feliz por su pequeño, y también quería ver la cara que pondrían sus compañeros del equipo cuando se percataran de lo increíble que era, sus movimientos eran firmes, Jayden se había encargado de recordarle cómo debía hacerlo cada vez que hacía algo mal, así que estaba mejorando, aprendía de forma veloz.

Por las noches era otro cuento, Jay le hacía el amor tiernamente, la tocaba con paciencia y la besaba hasta que no podía más. Se mordió el labio, así como se le iluminaron las mejillas al tiempo que recordaba las cosas que le había dicho al oído la noche anterior. El señor Donnelle era una máquina caliente que le derretía las entrañas, era igual que las estrujadoras que aplastaban las uvas para exprimirlas y hacer vino, la estrujaba hasta que reventaba y necesitaba empaparse de él.

—¿En qué estarás pensando, niña?

La voz divertida de Estela la hizo reaccionar, se sonrojó sobremanera cuando se dio cuenta de que estaba siendo observada por las dos mujeres y de que había dejado de untar el huevo sin darse cuenta. ¡Qué vergüenza! ¡Ellas se estaban divirtiendo a su costa!

—Mírale esos ojitos de borreguito, alguien está enamorada.

Las dos se carcajearon cuando jadeó.

—Yo no estoy enamorada —dijo atropelladamente para callar las burlas, pero fue en vano ya que le sonrieron con burla.

—Es muy guapo —dijo Guillermina antes de seguir despegando un pastel del molde—. Se me hace conocido, no sé de dónde.

Sedúceme despacio © ✔️Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt