| Capítulo 06 |

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En otra ocasión habría salido a dar una vuelta por los alrededores, buscar tiendas, un restaurante y quizá un bar, cualquier cosa que lo hiciera sentir más familiarizado con la ciudad, pero simplemente no tenía ganas. Así que tomó el teléfono, marcó un número que resultaba más largo por la clave y esperó.

—¿Diga? —Su acento endulzó sus oídos, ¡mierda! La extrañaba demasiado. Extrañaba llegar a casa y verla tejiendo, cocinando, cantando canciones mientras barría las escaleras—. ¿Jay?

—Mamá, ¿cómo estás?

Escuchó cómo Ariadna les gritaba a sus abuelos para informar quién era el dueño de la llamada. Sonrió al escucharlos, su corazón se derritió un poco también.

—Extrañándote, ¿qué más? ¿Cómo estás tú? ¿Cómo es allá? Estás comiendo bien, ¿cierto?

A lo lejos sonaron las maldiciones tan características de su abuelo, quien a pesar de ser de pura sangre estadounidense, ya se le había pegado todo lo relacionado con los venezolanos.

—¡Seguro anda cuadrando con alguna jeva ese condenado!

Giró los ojos al escucharlo, pero soltó una carcajada cuando Ariadna lo mandó callar.

—También los extraño, es diferente, y sí, estoy comiendo bien.

Su madre suspiró, él agachó la cabeza, sabiendo muy bien lo que le diría.

—Sinceramente no sé por qué te fuiste, no me trago eso de que vas a ayudar a tu padre, pero no voy a seguir insistiendo porque sé que no me dirás nada, eres más terco que tu abuelo. —Iba a hablar, pero no había terminado—. Solo prométeme que no te meterás en problemas, promete que serás sensato y no harás nada alocado, Jay. Estás muy lejos y no quiero estar todo el día preocupada.

—Lo prometo —susurró, aunque no estaba convencido de poder cumplir su promesa.

—Muy bien. —Volvió a suspirar—. Te quiero, hijo.

—Yo también, mamá.

Colgaron después de eso.

Se sirvió un vaso de jugo que obtuvo del refrigerador y se sentó en uno de los taburetes de la barra de la cocina. Su teléfono móvil sonó, pero en cuanto vio el número en el identificador apretó los dientes. No iba a contestarle, no quería pasar una mala noche pensando en ese hombre tan detestable. Tal vez mañana tendría ánimos para oír su voz, no ahora.

Vació el vaso y se dirigió a su recámara para mudarse las ropas, se puso algo más cómodo para dormir y se echó en la cama.

Se quedó con los ojos abiertos, mirando el techo, sin embargo, sus pensamientos estaban muy lejos de ahí. Sus pensamientos tenían nombre y apellido, un cuerpo de muerte y unos labios más apetecibles que su dulce favorito.

Sedúceme despacio © ✔️Where stories live. Discover now