| Capítulo 26 |

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Se giró justo cuando el primer balazo se escuchó, resonando tan alto que lo aturdió. Se tardó en comprender, demoró en encontrar la escena que le rompió el corazón en mil pedazos. Miranda se estaba tambaleando, mientras su padre observaba cómo la sangre brotaba y se derramaba en el suelo. El globo se fue volando, no pudo hacer más que correr hacia ella.

El nudo en su garganta apenas lo dejaba respirar, la presión en su pecho amenazaba con matarlo, no podía jalar el aire suficiente, no podía ver su alrededor con claridad. Escuchaba gritos, sirenas, sin embargo, los sonidos eran distantes. Estaba en shock, pero no dejó de correr.

—¡¡No!! —gritó fuera de sí, con la impotencia ahogándolo, casi sintiendo el dolor del impacto cuando la segunda bala impactó en su cuerpo.

Llegó a su lado y la sostuvo antes de que se desplomara, la sintió frágil y débil entre sus manos, ella lo miró con los ojos vidriosos llenos de pánico.

—¡¡Una ambulancia!! ¡¡Por favor una ambulancia!! —gritó, recorriendo con la mirada el lugar, pero sin ser capaz de concentrarse, las lágrimas quemaron en sus ojos. Miró a Flaubert por un segundo, temiendo que este quisiera hacerle daño de nuevo, no obstante, el viejo ya había bajado el arma. Se concentró en Miranda, quien balbuceaba cosas sin sentido. Una hilera de sangre resbalaba desde alguna parte de su frente, pasaba la sien y seguía más abajo—. Tranquila, morenita, todo va a estar bien, todo va a estar bien, no dejes de mirarme, mírame, cariño, por favor solo mírame.

Pasó algo que jamás esperó, un tercer balazo resonó en el sitio, iba a gritarle que se detuviera, a rogarle si era lo que quería, pero Marione estaba en el suelo.

—¡La ambulancia ya viene! —gritó alguien.

—Me duele —murmuró la mujer, quien de pronto sentía que el sueño empezaba a embargarla.

Sin dejar de sostenerla, recorrió su cuerpo buscando heridas, vio la mancha de sangre en un costado de su abdomen. Jay volvió a su rostro, el terror se precipitó más fuerte cuando vio que luchaba con sus párpados.

—No, cariño, no, no, por favor, por Dios, quédate conmigo, te necesito, Mickey te necesita, por favor no cierres los ojos.

No quería moverla, solo podía acariciar su cabeza, las lágrimas cayeron mojando el cabello castaño. No sabía qué hacer.

—¡¡Miranda!! ¡¡Mandy!! —Dalilah se arrodilló a su lado, él la miró con angustia. Observó cómo la mujer se quitaba la camisa blanca y la doblaba para luego presionar la herida con ella—. No te vayas, no tú.

—¡¿Dónde está la jodida ambulancia?! —gritó o creyó que lo hizo, la agonía era tal que quizá ya ni siquiera se escuchaba su voz.

La morena ya casi no podía mantener los ojos abiertos, cada vez se sentía más lejana, más tranquila, pero con el dolor quemando sus entrañas. Miró a Jayden, quien la observaba con los ojos llenos de lágrimas, y se preguntó por qué había dudado de su amor, si era tan obvio; los de ese hombre eran oscuros, y los de Jay eran claros, aunque fueran del mismo color. Con el brazo temblándole le agarró la mandíbula, acarició el rastro de barba. Sentía la sangre caliente empapando su cabeza, su piel punzando, sus músculos doliendo, pero podía resistir pues lo estaba mirando.

Sedúceme despacio © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora