| Capítulo 11 |

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Entró a la oficina perfectamente vestida con su falda de vestir de color crema y una blusa de seda negra. En el brazo llevaba su saco colgado y su maletín en la mano libre. Germán le había marcado muy temprano en la mañana porque quería conversar sobre los incidentes en el viñedo.

Se detuvo en seco a mitad de camino. Jayden estaba afuera de su oficina, esperándola en uno de los sillones de recepción, quiso creer; pero no estaba solo. Isidora se encontraba sentada a su lado.

Apretó los dientes cuando la vio reír con coquetería, se acercó más de la cuenta a Jay, quien parecía no inmutarse, y eso no le gustó en absoluto.

Isidora era hermosa, su melena rojiza y ondulada era llamativa como el fuego. Delgada y de facciones refinadas, sus ojos eran grandes y sus pestañas largas.

Ella y Jayden no eran nada, eran encuentros casuales donde tenían el sexo más sublime que había experimentado alguna vez; pero nada más. Él podía salir con quien se le diera la gana, ¿quería salir con Isidora? No se le veía muy animado a su alrededor, pero tampoco era el ser más parlanchín.

No, no le gustó para nada porque sabía perfectamente qué era ese sentimiento que la asediaba, no iba a hacerse la tonta. Eran celos.

Estaba celosa de su secretaria.

El descubrimiento la dejó pasmada en el suelo. Otra vez.

¿Por qué demonios estaba celosa? No, no podía ser eso. La confusión se hizo paso en su cabeza. Se sintió ridícula, tenía que relajarse, respirar y retroceder.

Nunca había sido del tipo celoso, así que sentir eso la estaba poniendo ansiosa. Iba a dar un paso atrás para ir a mojarse la cara al baño, pero Jay levantó la cabeza como si hubiera sentido que estaba siendo observado.

Se obligó a que sus comisuras ascendieran, él se puso de pie con galantería y dejó a la mujer en el sofá. Bueno, al menos no parecía interesado. También le molestó el alivio que sintió cuando le sonrió de lado con la misma picardía de siempre.

—Buenos días —saludó sin dejar de mirarla.

No solo era atractivo, tenía esa presencia encantadora y traviesa, esa aura misteriosa, esos gestos que la perseguían por las noches, el olor hipnótico, se notaba que tenía cerebro y además cogía como los dioses. Miranda tenía miedo de sufrir un ligero enamoramiento, debía controlar la posesividad que despertaba o las cosas terminarían muy mal.

No podía mentirse diciendo que iba a alejarse porque no funcionaría, aunque eso significara que tenía poca fuerza de voluntad.

—Buenos días, señor Donnelle —contestó mordiéndose el labio—. ¿Se le ofrece algo?

El mencionado sonrió con suficiencia y se rascó la barbilla. Mierda, esa barba, esa jodida barba que se moría por tocar.

Sacudió la cabeza para apartar sus pensamientos pasados de tono, y se rogó concentración. ¡Vamos! ¡No era muy difícil!

Sedúceme despacio © ✔️Where stories live. Discover now