🍷 Epílogo 🍷

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* * *

—¡A Jay le encanta el mondongo con un chorro de limón! Y ni te cuento de la hallaca, cuando era pequeño jartaba las que podía hasta que no daba para más, no le gustaba quedar fallo. —Ariadna tomó aire, yo intenté seguirle el ritmo pues hablaba demasiado rápido, había cosas que decía y yo no entendía, palabras que no conocía, pero no me atrevía a pedirle que hablara más lento ya que no quería ser irrespetuosa, ella estaba siendo muy amistosa conmigo y con toda la familia—. Cuando vayas a Venezuela te enseñaré a preparar todo.

Tragué saliva con nerviosismo, no quise decirle que yo era un asco en la cocina, la madre de Jayden parecía una amante apasionada de la gastronomía de su tierra, y sabía que para muchas mujeres era importante pasarle sus recetas y conocimientos a sus hijas y nueras, no quería decepcionarla diciéndole que para lo único que me acercaba a la estufa era para ver cómo Estela hervía agua.

—Mamá, deja de asustar a Miranda, ya te dije que no le gusta cocinar.

La voz de Jay hizo que una sensación cálida se instalara en mi pecho. Llegó por atrás y fue a rodearme, sus brazos me envolvieron, pronto su pecho se pegó a mi espalda y su barbilla se apoyó en mi hombro.

Ariadna soltó una risotada, sus ojos brillaron tanto que supe que me había hecho una jugarreta, parecía una niña pequeña haciendo travesuras. Era hermosa, se veía joven y radiante, aunque podía percibir que había pasado por situaciones difíciles. De piel morena como la de su hijo, nariz respingada, cascadas de cabello negruzco que no tenían ni una sola cana; podía entender por qué Marione se había fijado en ella, y me alegraba un montón que no fuera una sombra, que a pesar de que había momentos en los cuales la tristeza era evidente en su mirada, había otros que su sonrisa cautivaba a todos en una sala.

—Estoy esperando que desembuche. —Lancé una risa entre dientes, disfrutaba torturándome—. Sin pena, muchacha, que ya somos familia.

—Podría intentarlo —murmuré.

Ariadna aplaudió una vez sin dejar de sonreír, su mano voló hacia arriba y agarró mi antebrazo para darme un suave apretón.

—Entonces no se diga más, te voy a convertir en la mejor cocinera de mondongos que México haya visto, la abuela se pondrá feliz.

De pronto la seriedad invadió su rostro, todavía su mano se encontraba sobre mi brazo. Para ser sincera, no había parado de sentirme nerviosa desde que la familia de Jayden había llegado a la ciudad, y no porque fueran groseros o serios, eran muy efusivos, nunca se quedaban callados, al abuelo William le gustaba hacer bromas, la abuela no dejaba de jugar con Mickey y Ariadna había congeniado inmediatamente con mi nana; ese era el problema, ella y yo no habíamos platicado lo suficiente como para tranquilizarme, por alguna razón necesitaba su aprobación, incluso aunque eso sonara ridículo, quería que la familia de Jay se sintiera bien con nosotros.

La madre de Jayden continuó con esa voz que me parecía tan melodiosa:

—Debo confesar que al principio creí que su relación estaba destinada a fracasar, pero me equivoqué, siempre quise que mi hijo encontrara a una mujer que lo amara, alguien que lo complementara. Tal vez te estás preguntando por qué estoy tan segura de que eres esa mujer, frente a él te lo diré, mucho tiempo observé cómo ese chiquillo endurecía su corazón, nunca nadie pudo llegar a él, y yo lloraba en silencio porque quería que disfrutara la vida, el amor, no el rencor ni el odio. Durante mucho tiempo deseé que no se dejara llevar por los fracasos de su madre, por los errores que había cometido una tontuela enamoradiza, que comprendiera que no todo termina con tragedias, a veces los finales felices existen. Siempre ansié ver el brillo que aparece en sus ojos cuando te mira, la sonrisa cuando le hablas. Gracias, Miranda, por amar a mi hijo.

Sedúceme despacio © ✔️Where stories live. Discover now