| Capítulo 08 |

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Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se dio cuenta que alguien le estaba hablando.

—Perdone, no la escuché —confesó con una sonrisa tímida. Dalilah lo observó enmudecida, no le gustó para nada que lo mirara como si estuviera encontrándole algo malo.

—Que me disculpo por mi comentario fuera de lugar, señor Donnelle, y que le agradezco lo que hizo por mi hermana. —Ella miraba la situación con los labios convertidos en una dura línea. Seguramente podía ver los rastros de lo que había ocurrido hacía unos minutos, su camisa estaba arrugada y su melena caoba, aunque controlada lo suficiente como para no llamar la atención, se encontraba un tanto despeinada.

—No se preocupe, señorita Pemberton, no hay problema.

—De acuerdo, entonces los dejo para que sigan con lo suyo —dijo y se dio la vuelta para salir, pero se detuvo en el umbral. Le sonrió de lado a Miranda y lamió su comisura—. Hablamos después.

Una vez que la puerta fue cerrada, la morena se recargó contra esta y dejó escapar un suspiro. Jay se deshizo de la almohadilla y estiró las piernas antes de que se le acalambraran. La excitación había culminado, no podría haber sido de otro modo al escuchar el intercambio del que había sido testigo.

—Eso estuvo cerca —murmuró ella.

La risita melodiosa de Miranda le sacó una sonrisa divertida.

Se puso sobre sus pies y se encaminó hacia ella, dando pasos cortos, como si estuviera cazándola. La otra le siguió el juego, sin dejar de sonreír se pegó todo lo que pudo a la madera de la puerta, al igual que una presa siendo acechada, intentaba alejarse del cazador.

Jay la encarceló colocando sus palmas a cada costado de su cabeza, dejó que su olor dulzón despertara sus instintos de nuevo. Mandy lo buscó, se colgó de su cuello y se restregó contra él.

Soltó una maldición.

—No hagas eso o tendré que tomarte ahora hasta que grites mi nombre. —Él exhaló y depositó un beso en su barbilla.

—Tal vez eso esté buscando.

Quería besarla duro, pero si lo hacía no podría controlarse.

Envolvió su fina cintura y le clavó los dedos en uno de sus costados, recordar todo lo que tenía debajo de la ropa calentó sus sentidos otra vez, ¡iba a hacer combustión un día de estos! Ni siquiera se reconocía.

—No me provoques, morenita, puedo quemarte. —La sintió temblar entre sus brazos. Se hundió en las avenidas de su cuello hasta besar su garganta—. ¿Puedes darme esta noche? Me muero por entrar en ti.

Debajo de sus labios sintió cómo tragaba saliva, también percibió la ascensión de su pecho y, casi podía jurar, que estaba peleando con ella misma. No sabía si estaba presionándola, después de todo, tenía obligaciones más importantes como atender a su hijo. No lo habría pedido si no hubiera estado como un jodido volcán lleno de lava.

Sedúceme despacio © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora