| Capítulo 21 |

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Apenas se dejó caer en el sofá, su móvil timbró, vio el nombre de Miranda en el identificador por lo que no demoró en contestar.

—Morenita... —Iba a pedirle disculpas por haberse comportado como un cretino, después de todo Mickey era su hijo y ella sabía qué era bueno para él y qué no.

—No, escúchame —dijo, interrumpiéndolo—. Lamento ser de esta forma, cuando tengo miedo suelo ponerme así, a la defensiva. No te lo mereces, Jay, has sido increíble con nosotros, no tengo motivos para dudar de ti después de lo mucho que me has ayudado. Lo siento.

Cada palabra se le clavó como espinas, se hundió en su piel, tan adentro que tuvo que abrir los labios para respirar.

—El que lo siente soy yo, cariño. —Y lo hacía, Jayden de verdad sentía no tener el valor para contarle, lamentaba ser tan cobarde y sentir miedo a perderla.

—No quiero que estemos enojados.

—Yo tampoco.

—Y... entonces, ¿qué estás haciendo? —Sonrió al escuchar su pregunta, era la primera vez que hablaban de nada y de todo.

—Estoy sentado pensando en ti —murmuró, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.

—¿Qué piensas?

—Pienso en tu mirada. Tus ojos son tan cafés, como la tierra fresca por la lluvia que hace florecer a las plantas, mirarlos me calma, me transporta, son una probada de aire fresco.

—¿Desde cuándo eres tan romántico?

Él lanzó una risotada, ella lo imitó, pero todavía no había terminado.

—También pienso en tus labios, tan rojos, llenos. Tus labios son como dos uvas jugosas, siento que si los muerdo el jugo dulce me volverá un adicto a tus besos. —Miranda suspiró, no pronunció palabra alguna pues no tenía idea de cómo contestar tantos halagos, tanta poesía. Su corazón palpitó con tal rapidez desde el otro lado de la línea que temía que él pudiera escuchar los golpeteos—. También pienso en tus pechos, en lo mucho que me gusta verlos apretados contra tu sostén, pero me gustan más en mis manos porque son suaves, adornados por esos deliciosos pezones que saben a azúcar quemada.

—Me estoy sonrojando —dijo, acalorada. Jay se relamió la boca, aún con los ojos cerrados, la evocó.

—Ahora pienso en tu piel, en mis dedos recorriéndola. Pienso en tu sonrisa, en cómo se iluminan tus mejillas cuando te ríes, tus ojos se llenan de emoción. Pienso en ti, morenita, todo el tiempo, en ese corazón resguardado por paredes, escondido entre espinas para que todo aquel que quiera tocarlo no lo haga por temor a espinarse; pero una vez que te das cuenta de que lo que tienes que hacer es resguardarte a su lado, escabullirte entre sus espinas, ves la cosa más hermosa, sensible y amorosa que puede existir.

Sedúceme despacio © ✔️Where stories live. Discover now