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Después de devorar un plato de pasta con el hambre de un león en la sabana, no he podido sacarme de encima la sensación de que algo ha cambiado. No en mí (ni que pudiera cambiar así de fácilmente, me encantaría), pero sí en el ambiente. En el pueblo.

No sabría describirlo y es probable que lo que pase es que se me esté yendo la olla de manera definitiva, pero siento algo en el centro del pecho que es cálido y que busca algo. El caso es que estoy sentada en el escritorio, dispuesta a navegar un poco por Internet y así distraerme, y lo único que he conseguido es dar vueltas en la silla giratoria como una niña pequeña que necesita gastar energía.

Será la adrenalina de haber visto a un tío buenorro que no tenía planeado ver. Eso siempre me deja trastocada porque, en el fondo, soy una salida. Lo reconozco.

«Lara, coge aire y piensa en cosas bonitas» me digo, pasándome la lengua por los labios.

La casa se me hace grande y casi puedo sentir cómo se me tira encima, así que me calzo unas deportivas y corro hacia la puerta como si allí estuviera la solución a todos mis problemas.

Tengo la costumbre de salir a pasear cuando pasa algo en mi vida. Como si fuera la protagonista de mi propia película intensa que necesite asimilar la importante información que se le acaba de revelar. Si bien esto no suele suceder nada a menudo, porque los paseos más épicos de mi entera existencia fueron después de mi primer beso, mi primera vez —ambas con la misma persona, pero en días muy separados entre sí— y cuando Marta se enfadó conmigo por un comentario que hice a sus espaldas. Con estas muestras, se puede vislumbrar perfectamente el nivel de emoción que tiene mi día a día y por qué me gusta tanto quejarme en cuanto tengo ocasión.

Me concentro en el crujido de la gravilla del camino a mis pies, en el aire cálido de la tarde.

El hecho de que el paseo de hoy esté motivado por haber visto a un tío bueno en la Facultad no hace más que recalcar mi miserable y aburrida rutina pero, como ya habíamos determinado, el día a día es mucho más interesante si tienes alguien en quien fijarte. Unas buenas vistas, al menos. Y nadie tiene por qué saber la película que me estoy montando dentro de mi cabeza, ¿no?

Llevo demasiado tiempo buscando un objetivo. En el fondo, soy muy romántica, y he llegado hasta a pensar que estaba perdidamente enamorada de alguno de los chicos de mi grupo de amigos solo para luego darme cuenta de que, en realidad, se trataba solo de mis ganas de estar enamorada, disfrazadas de esa persona. Lo cual nunca ha acabado muy bien con los respectivos chicos, por supuesto.

Es que hemos pasado la adolescencia juntos, qué quieres que te diga. Cuando solo hay tres opciones, intentas las tres a ver si alguna cuela. Y... no. No colaron. O no todo lo que les hubiera gustado, claro. Ojalá funcionara así. Ojalá una pudiera decidir quién le gusta, lo haría todo mucho más sencillo.

Igual debería escaparme. Eso también cruza a menudo por mi cabeza. Huir y no mirar atrás sería una opción si estuviera sola en el mundo, si mi madre no me retuviera allí. Y es que aunque muchas veces tengo que reconocer que me saca de quicio, mi madre es lo único que tengo. Además de Cris, claro. Y algunos de mis amigos, a veces. Ni siquiera siempre. El resto de este pueblo... por mí se pueden ir a freír espárragos.

Me doy cuenta de que me he alejado más de lo que me gustaría. Con paso firme, rodeo la casa de los Rodríguez para torcer de nuevo en dirección a la mía. Suficiente ejercicio por hoy, creo que ya ha quemado la energía del subidón que me ha dado el tío bueno ese. Lo justo como para acudir mañana a clase sin las hormonas demasiado revolucionadas. Que ya a mi edad es algo que me gustaría tener un poco controlado, si no es mucho pedir.

El camino de tierra que uso como atajo para volver está totalmente vacío, lo que no debería parecerme extraño, porque lo he visto mil veces así. Sin embargo, por algún motivo hoy no es igual que siempre.

Invocadora [COMPLETA]Where stories live. Discover now