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El trayecto hacia la Casa de la Colina, que ya empiezo a llamar mentalmente la Casa de los Ártamo, lo hacemos en silencio pero bastante cómodos. La comodidad sí que soy capaz de sentirla con intensidad en Leo, y además se le adivina en la cara. Cuando ya estamos llegando, me atrevo a romper el momento con una pregunta:

—¿Empiezas mañana a dar clase?

—Exactamente. —Asiente, sin dejar de mirar al frente.

—¿Estás nervioso?

Él esboza una media sonrisa.

—Hay pocas cosas que me pongan nervioso.

Dejo la conversación ahí porque puedo adivinar —y no hace falta ser capaz de sentirle— que no quiere seguir hablando. Parece estar más cómodo en los silencios, desde luego. Veo el mismo coche granate que estaba ayer frente a su casa aparcado junto al verde oscuro, y Leo deja el suyo justo detrás. Nos bajamos del coche y no puedo evitar percatarme de que esta vez no ha tratado de abrirme la puerta. Me doy la enhorabuena mental y por ello le permito ir delante, aunque sea porque es su familia a la que voy a conocer.

La puerta de entrada se abre antes de que podamos llegar a ella y revela a una chica morena, de tez un poco más clara que Leo, pero con los mismos ojos. Medirá alrededor de uno cincuenta y tiene la cara aniñada, magnificada por una gran sonrisa de oreja a oreja que muestra un aparato dental. Viste unos vaqueros rotos y una sudadera azul con unos dibujos de una serie que me suena, pero que no acabo de ubicar. Debe de tener unos doce años y guarda una esencia que casi se desborda de su pecho, lo que me deja descolocada.

—¡Están aquí! —chilla, y la puerta choca contra la pared al otro lado.

Abre los brazos en señal triunfante y luego me señala con el dedo.

—¿Tú eres la Invocadora? ¡Pero si eres una niña!

No puedo evitar abrir mucho los ojos y echar la cabeza un poco hacia atrás por la impresión. Contengo una risa, que se convierte en una amplia sonrisa, antes de contestar:

—Eso parece. Me llamo Lara, ¡encantada!

Extiendo la mano para estrechársela y la niña parece tomárselo muy en serio, porque su expresión cambia a la concentración más absoluta.

—Yo soy Sabrina, encantada de conocerla.

—Hace un segundo era una niña, ahora me tratas de usted y me haces sentir como una señorona... —bromeo.

—¡Perdón, perdón!

Leo, que ha estado observando en silencio toda la situación, se limita a esquivar a Sabrina para entrar en la casa.

—¿Eres hermana de Leo? —pregunto, empezando a seguirle.

—¡Qué dices! No, para nada —Sacude muy enérgicamente la cabeza—. Soy su prima.

—¿La hermana de Lula?

—Otra prima —Sonríe, volviendo a enseñar su aparato dental, que descubro que es también azul.

«Pobre, el instituto aquí sí que es una mierda» pienso, recordando mis años en aquel edificio marrón y casi vacío. Si no hubiera sido por mi grupo de siempre, me hubiera aburrido como una ostra. Al menos, la universidad tiene más gente, porque vienen de pueblos vecinos.

La casa parece estar infinitamente más llena de vida que el día anterior. Se escucha revuelo desde la derecha, donde recuerdo que está la cocina. Nada más entrar en la estancia, Leo se lanza a saludar a un hombre mayor, de unos cincuenta años, que le abraza con expresión afable. Le da dos fuertes palmadas en la espalda antes de soltarlo y mirarlo bien.

—No sé cómo puede ser que aún sigas creciendo, macho —comenta, dándole un puñetazo cariñoso en el hombro.

—No crezco desde hace años, siempre te lo digo.

—Pues a mí cada vez me pareces más grande. Y esta debe ser nuestra única e inigualable salvadora... ¿Lara, no es así?

Centra su mirada en mí y noto su esencia, un poco más fuerte que la de Leo, brillar con intensidad. Transmite un calor más... antiguo, más sabio. Al instante me cae bien. Asiento y me adelanto para ofrecerle la mano, aunque él iba directo a por los dos besos. A mí nunca me ha gustado ese gesto con desconocidos, así que me aparto y observo mi propia mano, extendida ante él. No parece ofenderse ante mi rechazo, porque sonríe y me la estrecha.

—Me llamo Daniel. Soy el padre de Lucinda —Señala con el pulgar hacia atrás, y en ese momento la susodicha avanza para dirigirse hacia mí.

Lleva el cabello pelirrojo —ese que sigue pareciéndome muy artificial— de nuevo recogido en una larga trenza, solo que esta vez cae a un lado de su cara en lugar de por la espalda. Es bastante más alta que yo, debe de rondar el metro ochenta, y muy espigada. Viste de manera punk: cazadora de cuero y pantalones negros, aunque la camiseta roja es bastante sencilla. Tiene varios piercings en las orejas y uno en el labio, que se muerde al estrecharme la mano. Su esencia es más enérgica, más dinámica.

—Lula, en realidad. El único que me llama Lucinda es el absurdo de mi padre, que defiende siempre el horrendo nombre que me puso.

Daniel pone los ojos en blanco y alza las manos en señal de rendición, como si fuera la enésima vez que lo oye y pasara de discutir con su hija.

—El único que falta es Nico, mi hermano —comenta Leo con voz neutra— Está duchándose. Es bastante tardón, así que creo que os llevaréis bien.

Me sonríe de manera burlona y yo le saco la lengua, aunque en el fondo me gusta esa camaradería que estamos formando. En ese momento, se escuchan unos pasos apresurados en las escaleras y una voz grave pero juvenil lo llena todo:

—¡Ya estoy, ya estoy! ¿Ha llegado ya...?

En cuanto aparece por la puerta, me giro y clava sus ojos en los míos, lo siento. Pero no de la misma manera que siento a Leo, ni a ninguno de los otros, sino que siento lo que está pasando en su corazón. Directamente ahí, noto cómo el tirón que sentí cuando le vi de espaldas se le extiende por dentro. Y ese tirón soy yo. Es todo mi ser. De pronto, un amor profundo lo invade todo. Y ese amor está dirigido únicamente a mí. Trago saliva, porque la situación me está abrumando y no sé qué significa todo aquello. Y en el aire, enfrente de su pecho, se crea una luz blanca, muy sutil pero desde luego visible, que avanza hacia mí. Se rompe antes de llegar a tomar contacto con mi cuerpo, pero puedo saber lo que significa. Aunque no sepa interpretarlo.

—No me lo puedo creer. —Es la voz de Nana la que rompe el silencio, irrumpiendo en la habitación como una exhalación, la voz llena de una emoción abrumadora— Es la Senda. El destino ha elegido a Nico como pareja de la Invocadora.

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CÓMO OS QUEDÁIS. Y AHORA QUÉ HACEMOS??? Qué opináis??

 Y AHORA QUÉ HACEMOS??? Qué opináis??

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Invocadora [COMPLETA]Where stories live. Discover now