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Veo por el rabillo del ojo cómo Nico me persigue, sigilosamente, hacia las escaleras. No digo nada, aunque estoy bastante segura de saber qué pretende. Cuando he subido un par de peldaños me detiene, con una caricia suave sobre la mano que deslizo por la barandilla.

Le miro, interrogante, demasiado cansada como para detener lo que sé que viene a continuación:

—Respecto a lo que pasó antes... —comienza, y luego carraspea.

Aprovecho esa pequeña pausa para atajar el problema:

—No es momento para hablar de eso. No te preocupes, ¿vale? Estamos bien.

Intento transmitirle toda la seguridad posible, pero me temo que se queda en eso: un intento. Y veo en su expresión que efectivamente no he sido capaz de convencerle:

—¿Seguro? Lo último que quiero es hacerte daño, Lara.

—Lo sé.

Se lo piensa; sé que tiene ganas de insistir, pero finalmente asiente.

—Descansa y si necesitas algo... cualquier cosa, llámame. ¿Me lo prometes?

Con un nudo en la garganta, asiento. No prometo en palabras porque no sé si sería capaz de sentenciar así mis mentiras.

Me dedica una sonrisa tierna, aprieta mi mano una última vez y se aparta, dejándome espacio para que pueda marcharme de allí.

Una vez en mi cuarto y con la puerta cerrada, saco con determinación el teléfono de mi bolsillo y programo la alarma para cuatro horas más tarde. Mi experiencia como universitaria me ha demostrado que ese es el mínimo de horas con el que puedo sobrevivir, y necesito estar despierta antes que el resto de la casa.

Solo tengo un segundo tras bloquear la pantalla antes de escuchar unos golpes suaves en la puerta.

Que Leo aparezca justo después, cerrándola tras de sí, es algo que no me esperaba para nada. El hecho de que se le note tan cansado es otra sorpresa. El chico de hierro, que no se inmuta ante nada... parece roto.

—¿Qué quieres? —le espeto, más dura de lo que me gustaría.

Cierra la boca, aunque ha estado a punto de hablar, y sus labios forman una fina línea mientras frunce el ceño. Ahí me relajo, porque ese Leo sí que lo reconozco. El Leo vulnerable y preocupado me estaba sacando totalmente de mi zona de confort.

—Si quieres, me marcho.

En contra de mi voluntad, se me escapa un suspiro. No sé qué es lo que está empezando a formarse entre nosotros, si es confianza o... pero no lo quiero pensar. Demasiadas cosas en las que pensar.

—No, perdona. Estoy muy cansada, me iba a dormir ahora mismo. ¿Necesitas algo?

—Es la misma pregunta que iba a hacerte.

Me sorprende su reacción y creo que se me nota en la cara, porque suelta una pequeña risita y se explica:

—Sé que no hemos parado de pedirte cosas, desde que nos conocemos. Siempre hemos necesitado que hagas algo: que aceptes tu Legado, que nos transformes... Me ha dado por pensar en que nunca te hemos preguntado qué necesitas tú.

Tardo unos segundos en procesar sus palabras. No sé si es por el cansancio o porque quizás es de la última persona de la que me esperaba escucharlas, pero se me forma un nudo en la garganta que no me deja hablar. Me siento estúpida cuando noto el cosquilleo familiar de las lágrimas llegando a mis ojos, y al final termino por carraspear, intentando frenarlo todo.

«Lo que me faltaba ahora: ponerme a llorar delante de Leo» me digo, negando con la cabeza.

—Gracias —es lo único que consigo decir, sin verme capaz de mirarle a los ojos—. Pero... estoy bien. Si alguna vez necesito algo, os lo diré.

Invocadora [COMPLETA]Where stories live. Discover now