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Le he dejado a mi madre una nota en la que explico que voy a comer con una amiga, sabiendo que le extrañará que no especifique quién. Pero tengo dos cosas clarísimas: tanto que le va a picar la curiosidad y a poner la mosca detrás de la oreja como que si mencionara a alguien en concreto, no dudaría en descolgar el teléfono y llamarle personalmente. Es lo que tiene que haya acabado consiguiendo, por activa o por pasiva, el número de todos mis amigos. Hasta de algunos chavales con los que no he hablado en la vida.

Magia de madre, supongo.

Lo que sí que es seguro es que no me llamará a mí. No es su estilo. En el fondo, quiere parecer una madre enrollada que deja libertad a su cachorro. Aunque también en el fondo, no es así. Pero la comunicación entre nosotras siempre ha sido bastante especial que es una forma distinta de decir «deficiente» o que necesita mejorar.

El trayecto en coche con Leo y Nico no es el más cómodo del mundo. Aunque Nico intenta llenar los silencios y yo trato de colaborar todo lo que puedo, la negativa gélida de Leo a hablar nos afecta a ambos. Sobre todo a mí, porque siento su frialdad y me llega a tocar el corazón.

Sin embargo, todo parece evaporarse cuando vemos que, en el porche de la casa, nos espera Nana con los brazos en jarras. Lleva el largo cabello blanco recogido en una densa trenza que cae a un lado de su cara, y se ha puesto un pañuelo de colores en la parte superior de la cabeza que le da un toque bastante indio.

—Oh —comenta Nico, con alegría—. Eso es que está de buen humor. Siempre que se arregla, es porque está feliz.

—Me alegro, porque su furia tiene pinta de ser temible —digo.

—No lo sabes tú bien —dice Leo.

Nico y yo nos miramos, porque es la primera vez que su hermano abre la boca en todo el trayecto, pero pactamos en silencio no decir nada al respecto. En cuanto nos bajamos del coche, Nana nos recibe con una gran sonrisa. Me fijo entonces en que lleva una falda negra de tubo y una blusa del mismo color, suelta. La verdad es que está muy guapa.

—¡Menos mal! A ver qué excusa me ponéis para haber lLegado tarde... —dice mientras nos da la espalda, con intención de que la sigamos. Farfulla entre dientes, y me resulta bastante simpática:— Estos jóvenes, siempre tenéis excusas para todo.

—Es que cuando estoy con Lara es como si se congelara el tiempo... —A Nico lo interrumpe el bien colocado codazo que le dirijo a las costillas, y carraspea para evitar una carcajada.

Nana, sin embargo, hace como si no le hubiera oído. Táctica que, por lo que parece, emplea a menudo con sus nietos. Leo nos sigue, de nuevo en silencio y a más distancia de la que sería considerada normal.

«¿Qué le pasa?» pienso, mientras entramos en la casa y atravesamos la cocina hasta el comedor.

Allí nos espera Sabrina, sentada mirando el móvil y ya lista para comer, aunque con expresión aburrida. Levanta la vista al oírnos y se le ilumina un poco la cara.

—¡Anda! Ya sabía yo que con lo del Manual te tendríamos aquí otra vez.

—¿Qué tal, chiquilla? —le pregunto con cierto cariño.

A ella no parece gustarle mucho que le llame así, lo que me produce una cierta satisfacción. Como si fuera mi propia prima pequeña y pudiera chincharla con derecho. Mi madre nunca ha tenido hermanos ni hermanas, por lo que no he tenido primas reales, y supongo que por eso me tomo este tipo de confianzas con ella. Solo espero que Sabrina no acabe cansándose de mí.

—Un poco aburrida ya de este pueblo, ¿sabes? Tiene una conexión a Internet de mierda y en el instituto somos solo doce...

—¡Niña! —La abuela pasa por detrás de ella y le da un capote en la nuca, aunque suave— ¡Que no digas palabrotas!

Invocadora [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora