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Ha sido, efectivamente, una clase complicada. No porque el profesor de Estadística lo haya puesto difícil —se ha limitado a leer una presentación en la pantalla en su voz monocorde de siempre, y ni siquiera nos ha preguntado por los ejercicios que se suponía que teníamos que traer hechos hoy— sino porque Nico se ha pasado las dos horas mirándome. No fijamente, y en ocasiones... ni siquiera con los ojos. A veces, le notaba atento a través de su esencia, y no sé cómo expresarlo pero tengo la certeza absoluta de que en todo momento era consciente de estar sentado a mi lado. Y, para qué negarlo, yo también he estado toda la clase pendiente de él. Me he aprendido los lunares que recorren sus brazos. He imaginado la textura de la camiseta que se abraza a su cuerpo. Me he imaginado infinitas veces sustituyendo la labor de dicha camiseta.

«Estás fatal de la olla» me recrimino.

Cuando suena el liberador timbre que nos anuncia el cambio de clase, no estoy segura de poder sobrevivir a otras dos horas con Nico a mi lado sin lanzarme encima de él. No sé qué me pasa, pero el hecho de que él sienta algo por mí está empezando a trastocarme de una manera bastante turbia. Empiezo a pensar que intentar vencer a los instintos lo está haciendo todo peor. Como cuando tienes un antojo terrible por un helado de vainilla y lo reprimes hasta que te acabas comiendo tres. Si ya en versión... humana, resulta complicado, tengo que asumir que teniendo los instintos animales magnificados por esta especie de Legado que tenemos encima, lo hace todo mucho más enrevesado. Y como siga así, tardaré apenas unos minutos en lanzarme sobre él en medio de clase de Econometría.

Si me despisto, si no me propongo contenerlo, voy a volverme un poco loca. Tengo que hacer un esfuerzo notable para separar lo que mi cuerpo recibe de su esencia, lo que siento que él está experimentando, de lo que realmente pienso y siento yo. A la mínima que no estoy pendiente, asumo toda la situación con normalidad y me parece lo más lógico del mundo estar unida a Nico de por vida. Siento como si lo conociera lo suficiente, o como si el camino a seguir conociéndole fuera a ser lo más emocionante del mundo. Y por cómo me mira, él también. Me pregunto si yo misma lo aceptaría al instante si hubiera crecido esperando este sentimiento.

Si no hubiera esperado sentirlo de otra manera.

Con Nico delante, apenas puedo pensar con claridad, y eso no me gusta. No me parece que deba ser así.

Por suerte, Lula entra dando tres zancadas decididas en nuestra aula de clases, para interrumpir mis pensamientos. A su lado, otra chica, de pelo corto y muy rubio, a la que saca como tres cabezas. Es extremadamente pequeña y tiene una sonrisa muy amplia que contrasta con una nariz respingona y los ojos algo rasgados.

—¡Chicos! Esta es Raquel. —Se gira para que la podamos contemplar— Es mi nueva amiga de clase. Ella también empezó hace poco y ha sido muy amable conmigo, así que he pensado que podemos llevarnos todos bien, ¿no, pecosa?

En cuanto la llama así me doy cuenta de que, efectivamente, la muchacha tiene una cantidad nada desdeñable de pecas cubriendo su nariz. La verdad es que es una monada.

—Bienvenida, Raquel. —Le digo, intentando ser lo más amable posible— ¿Eres de Azor? Creo que te conoceríamos.

—No, no. —Hace un ademán para quitarle importancia— Soy de Runaes.

Runaes es el pueblo contiguo al nuestro. Como nos separa una playa gigante y una zona de dunas bastante importante, no solemos tener demasiado contacto con ellos, más que cuando están en fiestas y nos unimos, igual que ellos hacen con las nuestras. Tiene una población bastante más numerosa que Azor y su tamaño va acorde. De hecho, mucha gente en esta Facultad es de Runaes.

—Ya decía yo... Me llamo Lara, por cierto —Me pongo la mano en el pecho— Esta es Cris —Ella saluda con la mano— y el chico que está a punto de dormirse de pie es...

Invocadora [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora