36

101 24 5
                                    

Estoy convencida de que, después del día de hoy, sí que le tendré miedo al oceáno. Un sano miedo al océano, si me preguntas.

No es como si hubiera tenido mucho tiempo para sobrecogerme, porque en cuanto di la primera bocanada de... agua, Raquel me agarró con fuerza el brazo izquierdo y comenzó a tirar de mí hacia abajo.

Esa sensación poblará el resto de mis pesadillas. La sensación de ir hacia abajo, hacia la oscuridad del fondo del mar, arrastrada por un ser mucho más fuerte que yo que en la otra mano lleva un orbe luminoso, lo único que consigue en cierto momento que tenga un poco de visibilidad.

Solo he podido distraerme de esta sensación de peligro porque he sido incapaz de fijarme en algo que no sea, precisamente, ella. Raquel. O el hecho de que es la primera vez que la observo en su forma Kulua.

Es una sirena.

Bueno, no es un calco de ninguna sirena que haya visto en películas ni en ilustraciones varias, pero no hay duda de que es una de las criaturas que ha sostenido el mito desde siempre.

Lo primero que me dejó flipando es su inmensa cola. Y cuando digo inmensa es... inmensa. Se extiende tras nosotras como el velo de una novia en una de esas bodas lujosas que salen por la tele. Debe medir, así a ojo, unos dos metros, lo que me hace alucinar aún más con el pequeño tamaño que tenía Raquel en su forma humana. ¿Es que la cola es... accesoria?

No es verde, como siempre hemos pintado a las sirenas, sino azul. O más bien consta de mil tonalidades distintas de azul, como si cada escama acaparase un color del océano. Las dos aletas del final, que apenas alcanzo a distinguir (y tampoco es que me haya atrevido a girar la cabeza durante mucho tiempo durante nuestro viaje) son como de seda, casi transparentes, y una fina capa del mismo... ¿material? Recubre los laterales de toda la cola.

Es aterradora justamente porque es lo más bonito que he visto nunca.

Al observarla, me doy cuenta de que la cara de Raquel no es tan diferente en su versión Kulua a cómo era cuando se disfrazaba de humana. Al principio es un shock, claro, y cuesta acostumbrarse, pero los ojos tienen la misma forma, la nariz y la boca también; lo único que cambia es el color. Cuanto más la miro, más humana me parece, y no sé cómo sentirme al respecto. El cabello blanco, con destellos también azuláceos, es igual de corto, solo que cuando asomaba la cabeza del agua se expandía tanto que parecía más largo.

Tiene el torso desnudo salvo por un cúmulo de algas anudado a la altura del pecho que la hace parecer "vestida" de alguna manera. Me recorre distraídamente el pensamiento de que llevar ropa bajo el agua, como es mi caso, es una tontería.

Al principio, el contacto de su mano me daba mal rollo, pero ahora solo es... piel. Su tacto se parece muchísimo al de cualquier humano.

Y antes de que sea capaz de analizar por qué ese pensamiento me perturba tanto, su voz vuelve a sonar en mi cabeza.

«Hemos llegado».

Me doy cuenta de que la he estado observando solo a ella porque en cuanto vuelvo mi cabeza al frente, me parece impresionante habérmelo perdido según nos acercábamos a toda velocidad: una construcción enorme, de piedra, con algas y otras plantas marinas enredándose en las grietas, como si quisieran taparlas. La construcción parece más antigua que el mundo, y abarca toda mi vista. Por un segundo me siento confusa sobre cómo soy capaz de verla en la oscuridad del fondo del mar, porque el orbe que lleva Raquel no es tan potente, hasta que me doy cuenta de que muchas de esas plantas marinas son luminiscentes.

No me da tiempo a abarcarlo todo, pero desde luego es una construcción de fantasía, que parece sacada directamente de un cuento.

Es un espectáculo que en cualquier otro contexto sería alucinante.

Invocadora [COMPLETA]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz