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30 DE AGOSTO, 2019

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30 DE AGOSTO, 2019

VIERNES
BERLÍN, ALEMANIA

Mis manos se aferraron al cuerpo a mi lado como si no hubiera un mañana, las de él simplemente acariciaban la piel desnuda de mi cintura. Pude abrir los ojos, cerrandolos casi al instante por la iluminación concentrada que tenía mi habitación, causando una leve risita en él y un poco en mí.

Entre pensamientos a ojos cerrados, el amor llenando cada centímetro de mi cuerpo y sus manos sobre mi piel, comencé a pensar.

Recordé lo que me dijo mamá cuando era chica, algo así como que solo aquel amor que yo sienta que no tiene explicación sería el correcto para mi.

Y tenía razón, tenía mucha razón.

Por que es increíble como puedo decir mil palabras acerca de mi relación con Lan, pero nunca serán suficientes para asemejarse a lo que me hace sentir cuando estamos juntos.

Nada se asemeja a los besos en la frente que me da cada vez que puede, a sus manos tocando mi piel como si se tratase de un cristal precioso. Nada, absolutamente nada puede compararse a la manera en la que sus ojos se vuelven dos perlas brillantes cuando me tiene en frente.
Llegué a la conclusión de que enamorarse es poder sentir que la otra persona también lo está, y además de que todo el mundo me hacía notar lo enamorado que estaba aquel chico de Bristol de mi, yo podía verlo en sus propias acciones, yo lo sentía en sus propias palabras.

Lando, aquella persona que yo llamo Nando por la torpeza natural de la distracción y de los nervios, es mi novio. Y está sumamente enamorado de mi.

Y derrepente, ese miedo llegó a mi cuerpo.

El miedo del que todos tenemos miedo.

El miedo de que se vaya, y me deje.
Y no solo en un plano romántico.

Por qué cuando yo sentí ese enamoramiento, ese amor de parte de otra persona; se esfumó como si fuera polvo. Me quedé con las ganas de quedármelo y el simplemente se volatizó entre el aire del entorno.

El miedo que paraliza los pies, las manos y mi mente.

El miedo de no verlo llegar corriendo, con sus brazos abiertos para ser la primera a la que abraza, y el último beso que da al irse del lugar.

El miedo a no sentir su sonrisa nerviosa sobre mis labios cuando mis manos no hacen más que apegarse a todo su cuerpo.

El miedo de que me abandone, de que encuentre a alguien mejor, el miedo a que una carrera a trecientos kilómetros por hora se lo lleve de este plano terrestre.

El miedo a no volver a sentir sus besos por mis mejillas, sus manos por mi cuerpo, su cabeza rozando mi pecho cada vez que quiere dormir, las muecas de su rostro (las cuales parecían milimetricamente estudiadas a mi antojo) o su risa escandalosa.

RUN | F1Where stories live. Discover now