extra - one: of course you know.

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ENERO 2020MONTE-CARLO, MÓNACO

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ENERO 2020
MONTE-CARLO, MÓNACO

Una capa de sudor cubría la frente de Lando, mientras el se removia incómodo en la cama.

Yo simplemente me desperté ante los bruscos movimientos que lo habían alejado de mi cuerpo y los quejidos que resonaban en mis oídos.

Desde que terminó la temporada que Lando había comenzado a tener pesadillas, la mayoría relacionadas a la ansiedad que le generaban las carreras. Iban disminuyendo con el tiempo debido a las sesiones de terapia que mantenía todas las semanas, pero seguían allí.

Todos iban relacionado a choques. De mi, de Carlos, de Pierre y hasta de el mismo. Era una constante repetición de choques que lo hacían levantarse entre lágrimas y como si hubiera corrido una maratón de kilómetros.

—Amor...— dije yo, tratando de despertarlo de la manera más tranquila y amorosa posible, aunque en el fondo siempre me agarraba ese pánico del no saber que hacer ante este tipo de secuencias.

Suspiré al ver como abría sus ojos, fijándose rápidamente en mí.

—Amor. Tranquilo, tranquilo.— le dije, para después sentir todo su peso sobre mi cuerpo, mientras yo estaba sentada encima de la cama.

Acaricié su cabello en lo que él calmaba su respiración, sus rizos se enredaban entre mis dedos mientras él emprendía lo que siempre hace en estas situaciones; aferrarse a mi, cerrar los ojos y respirar.

Aún recuerdo la primera vez que sucedio, él estaba tan estresado que solo lo pude poner encima de mi pecho, y las palabras que le dije fueron suficientes para que su manera de calmarse se haga costumbre.

—Shhh... Nandito, concentrate en mi respiración.— dije, mientras mis manos comenzaban a acariciar su espalda desnuda.

—Fue Charles...— habla, con la voz entre cortada. —Ésta vez fue Charles.—

Mi mano subía y bajaba, mientras el se abrazaba a mi cintura y ponía su cabeza en mi pecho.

—Amor... Charlie está en Italia, está sano y salvo. ¿Querés darte una ducha, yo te preparo algo para desayunar y lo llamamos?— dije, mientras sus ojos se enfocaban en mí.

Él asintío, mientras yo solo pude dejar varios besos sobre sus labios, en lo que veía sus ojos cerrarse ante ésta acción.

—No se que haría sin tí.— me dice, una vez que sus ojos volvieron a mirar los míos.

—Me digo lo mismo todos los días, Landito. Te amo.— un último pico en el choque de nuestros labios fue suficiente para sentir como se alejaba de mí.

Se puso sus chanclas y caminó hasta el baño, con pesadez mientras yo miraba el reloj en la mesa de luz, que marcaban un exacto número de las 7 con 45 minutos de la madrugada.

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