-La llave-

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Grisácea como ninguna otra, descansaba una pequeña llave colgando tras una puerta. El tiempo y el descuido habían hecho mella en su dorada pintura, de la cual ya no quedaba prácticamente más que el recuerdo. Y ni siquiera había sido usada, pues no había cerradura alguna que abrir. Aún así, seguía esperando año tras año a que hicieran una cerradura acorde a sus muescas.  ¿Para qué? No lo sabía ni ella, pero aparecería, seguro que sí.

Supongo que no está de más decir que la puerta en la cuál se hallaba, era ni más ni menos que la entrada a una casa abandonada por la gente, e incluso por el lustre. Esa casa que nadie miraba, ¿quién la iba a mirar? De todas las casas que había en el vecindario, esa era la que menos merecía la atención.

Una tarde, por desdicha o por una bendita casualidad, cayó un temporal de esos que quedan recalcados en las portadas de los periódicos a la mañana siguiente. Árboles cayeron, varios postes fueron partidos con una fuerza inexplicable. Incluso el techo de esa maltrecha casa cedió por el peso y la podredumbre de la madera. Como era de esperar, esa intranquila llave cayó (dado que no quedó en pie ni siquiera la puerta), y un improvisado río la arrastró a través del camino de la entrada. "Genial", pensó. "Ahora también estaré oxidada, lo que faltaba..." añadió. Pese a que el camino se le hizo corto, la verdad es que estuvo navegando varias millas.

Cuando el temporal remitió un poco, y al sentir que el mareo le abandonaba al fin, estuvo otra eternidad más efímera que la anterior en el suelo, a un lado de la calle. Veía sombras sobre ella, pero no brillaba, así que concluyó que pasaba bastante inadvertida al estar sobre el irregular asfalto. Pero no fue así. Una tosca mano la cogió, y la puso sin meditar en el bolsillo. Al cabo de unos minutos, cayó causando algo de estruendo sobre una mesa. Por lo que podía alcanzar a ver, no había sido una mesa bien cuidada precisamente. Había hierro por doquier, en distintas formas: cilindros perforados, anillas, y un sinfín de formas indefinidas. También había otras llaves; sintió algo de alivio al ver que también estaban hechas un nido de chatarra.

De entre todos los objetos habidos y por haber, que no eran pocos, había una cerradura. Estaba muy limpia, a decir verdad. Y parecía ser importante pues estaba sobre un paño que tiempo atrás fue blanco, y ahora era gris, verde, rojo, de mil salpicones de colores. A su lado se encontraba un cepillo de metal, una pequeña pulidora y lámina de lijar. Alguien, probablemente el mismo ser que la había llevado allá, se encargaba de cuidar y restaurar esa cerradura.  Y esa llave sólo pensaba... ¿Sería su cerradura? No lo sabía con certeza, pero si algo sabía, es que no se quedaría con la duda. No quería una vida solitaria, colgada de nuevo en una puerta que a nadie importaba. Lo que no sabía es que esa cerradura jamás había abierto ninguna puerta, pues esperaba a la llave adecuada. Y, a su vez, lo que ninguno de ambos sabía es que los dos estaban en lo cierto.

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