-La piedra y el camino- (*PARTE 2/4*)

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A la mañana siguiente, desayunó sin mucha premura. Masticaba deleitándose con cada tostada, las dejaba crujir a su antojo en su boca mientras removía distraídamente su rutinario zumo de naranja con azúcar. Terminado todo, lo llevó a la cocina, volvió a la habitación y se tumbó bocarriba despierta. Giró la cabeza hacia su derecha y vio sobre la mesa su cuaderno. ¡Maldición! Al volver tan tarde ayer, no se detuvo a ver sus dibujos como hacía cada noche al entrar de nuevo a casa.

Se levantó a la vez que estiraba completamente sus extremidades, sintiendo un inmediato alivio de algo que en realidad no le molestaba. Lo cogió con cuidado de no tirar nada más de la mesa, se lo enfundó bajo el brazo de nuevo y se sentó en la cama con la almohada como reposo en la espalda. Lo abrió.

Una ardilla que se había quedado muy quieta, le había quedado algo mal porque la dibujó con prisa por miedo a perder tan delicada musa. Un árbol (sí, era algo que dibujaba pese a que era lo que más veía, lo más repetitivo en aquél bosque). Este dibujo no estaba tan mal, la verdad. Un montón de hojas, para jugar con las sombras. Qué bonito, se dijo mientras esbozaba una sonrisa. Siguió hojeándolo con calma, acariciando algunas de las páginas: su rugosidad y textura de pergamino le encantaban. Otra ardilla. Un pájaro. Un charco prácticamente seco. Una piedra monumental. La sombra de una rama proyectando en el suelo una especie de dragón. Un cúmulo de nubes chocando entre ellas... No, no podía ser. Retrocedió tres páginas. 

Ahí estaba. La piedra. La misma de anoche, dibujada exactamente en la misma parte del camino que la encontró. ¿Porqué? ¿Cuando? No recordaba haberla dibujado... ¿Lo hizo y del sueño que tenía no se acordaba? Sí, sería eso. "Claro, tonta. ¡Los cuadernos no se dibujan solos!" se dijo. Menuda sandez...

Después de comer, se volvió a vestir con su equipaje de siempre: cómodas botas, cómodo pantalón, cómoda camiseta, cómoda chaqueta. Tenía claro que no iba a ir con taconcitos a pisar hojas muertas, quebrar ramas con sus piernas y sentarse en el húmedo suelo los días de lluvia. 

Una vez abandonada toda la civilización, una selva de asfalto, metal, luces y ruido, se resguardó de aquellas molestias en su ya habitual hábitat. Solía recorrer siempre el mismo camino, pero esta vez la curiosidad le hizo volver al mismo sitio por el que volvió anoche. Tardó algo más, pues no estaba acostumbrada. Aún así, llegó.

No había rastro de aquella inerte piedra. Ni siquiera un agujero en el suelo donde se suponía que debía haberlo. ¡NADA! No estaba, y tampoco parecía haber estado. Se sintió algo avergonzada... ¿Y si lo había imaginado todo? ¿Y si no había habido tal absurda piedra? Miró en su cuaderno. La piedra no estaba.

Pequeñas y grandes historiasWhere stories live. Discover now