-La espada- (*PARTE 2/2*)

21 2 0
                                    

Un sonoro y firme grito la puso en estado de alerta. Podía escuchar perfectamente el discurso, que decía lo siguiente:

Hoy, hermanos todos, hijos de nietos, padres de abuelos, hemos venido a morir por una causa justa. Por nuestra libertad. Por el derecho natural a respirar el aire que queramos respirar. ¡Estamos aquí para demostrar que no somos inferiores! (aquí fue interrumpido por vítores, hurras y gritos ininteligibles) Así que demostrad que defenderéis lo que sois, lo que habéis construido, a vuestras familias y que seréis un orgullo para vuestros hijos. No olvidéis jamás que...

"Bla, bla, bla... ¡Quiero matar! ¿Acaso queréis matar a vuestras tropas de aburrimiento, Capitán?" pensó aquella impaciente espada. Un último grito unísono substituyó el punto y final de la charla. Era la hora. Ahora venía la parte divertida, la parte más entretenida. ¡Sí! Muerte. ¡Sí! Sangre. ¡Sí! Eh... Algo. Notó un guante de malla en su pomo y salió rápidamente de su funda. Lo que tenía delante era impresionante, un lujo para la vista (incluso para ella que no tenía ojos).

Miles de metálicos destellos desfiguraban el horizonte, y a sus lados veía cientos de espadas que habían llegado ahí del mismo modo que ella. Si alzaba la vista veía que su recién-estrenado dueño iba completamente enmallado, y un precioso yelmo le cubría la cabeza, que miraba firmemente. Respiraba con fuerza y la verdad, es que temblaba. Sería el miedo, o sería la emoción; pero al menos sabía que no estaba siendo llevada por alguien incapaz de sentir.

Varios gritos más, esos ya no iban a acabar hasta que la última gota de sangre cayera en el suelo, o hasta el primer "me rindo, y lo siento" deshiciera el último silencio. La horda avanzó sin cesar a una velocidad de vértigo. Al principio se escuchaban los pasos al mismo compás, luego se escuchaban cada vez más rápidos y más desparejos. Algunos corrían mucho por el ansia de sangre. Otros iban más despacio para guardar energía. 

Sintió la cálida sangre al límite de su alcance, había rozado levemente el costado de alguien. Luego con un golpe más sensato, le hizo un profundo corte en la pierna, y para finalizar terminó hundiéndose en su pecho. El sonido al despegarse era raro: sonaba de un modo muy curioso separarse de un cuerpo cada vez más inerte, más frío, más muerto. 

Las horas pasaron, las espadas cayeron, los escudos se rompieron, los gritos invadieron, los caídos viajaron allí mismo a un lugar donde jamás les molestarían más. Quedaban muy pocos de cada bando, quizá una docena de cada. Ahora se enfrentaba contra un indudablemente habilidoso guerrero. Se chocaba constantemente contra la espada del contrincante, y cada vez estaba más dentada, más mellada y más debilitada. De hecho, parecía ser que no iban a ganar esa última y personal batalla... Su portador no tenía prácticamente fuerzas. Sintió como la mano que la sostenía la soltaba... Caía. La hierba le ofreció su comodidad como apoyo pero ella sólo pensó en una cosa "¡Lucha! Es tu último oponente, ¡no puedes perder ahora después de llegar hasta aquí!"

Como si de un cuento se tratara, parece que esas palabras llegaron a sus oídos. Se levantó como pudo, prácticamente abatido. Agarró aquella parlanchina espada de nuevo, por última vez si le salía mal, y atravesó completamente el tórax de aquél que cazaba su vida. Le miró con mucha rabia, odio, impotencia pero... Cayó desplomado.

Su portador estaba bocarriba, con la espada hacia el cielo apoyada aún en el suelo, y sobre ella el último en morir por sus casi extintos afilados bordes. El hueco sonido que la Muerte causaba en los demás le hizo saber que se había terminado: no había batalla, daba igual si estaba vivo o no para ello, si habían ganado o no. Era el final, el final de algo para lo que se habían entrenado meses. Algo que terminó en unas horas, siendo el baño de sangre más caudaloso jamás visto.

Se arrastró hacia un árbol (de los pocos que quedaban sin quemar) cercano, se apoyó, y tomó la espada en sus manos. Ahora era él quién le debía dedicar un pequeño discurso a esa férrea salvación:

Cuando parecía que mi vida estaba en su último suspiro, cuando no tenía fuerzas ni ganas, cuando estaba a punto de darme por vencido... Escucho tu leve pero seguro grito. Escucho que existes. Y sé ahora que mi plegaria de "ojalá algo fuera de lo normal me ayude a evitar la Muerte" ha sido escuchada. No sabía que podía ser rescatado. Que podía sentir la felicidad de vencer aquello que no dejaba de intentarme vencer incesantemente. Gracias, Espada. Gracias por existir. Me alegro infinitamente de haberte encontrado, porqué aunque quizá sólo seas una espada... Ahora eres MI espada. Mi protección. Mi arma contra mis miedos. Déjame devolverte el favor, déjame protegerte yo.

Dicho eso, la limpió concienzudamente con su camiseta (pues la cota de mallas había sido completamente destrozada varios golpes atrás) y la enfundó. Ahora sabía que, fuera lo que fuera lo que intentase terminar con su vida, se sabría defender. Porqué ya no estaba solo. Nunca más lo iba a estar.

Pequeñas y grandes historiasWhere stories live. Discover now