-El Dragón-

8 1 0
                                    

Había, hubo y habrá una vez, un dragón. No era grande, ni esplendoroso, ni grandioso, ni glorioso, ni nada que cupiera esperar de un dragón. Su tamaño físico era más bien pequeño, no destellaban sus escamas, no era altanero con capacidad de ello, no se sentía merecedor de méritos, ni nada que cupiera esperar de ese dragón.

Era un dragón más, que rugía tan fuerte como era capaz pero su voz nunca se alzaba por encima de las demás. Cuando extendía sus alas... ¡era precioso! Pero había, hubieron y habrá siempre dragones con mejores alas. Todo y con eso, a veces daba la impresión de que su amazona no le daba importancia a ello, cosa que él no comprendía. Más de una vez, y más de diez, tuvieron discusiones parecidas a esta:

— ¿Porqué me sigues montando a mí? ¿Porqué, si no puedo llevarte lejos y ni sé siquiera si te podré defender? — decía él.

— ¿Porqué me sigues preguntando eso a mí? Deberías preguntártelo a ti mismo. Pregúntate: "¿porqué soy la única montura que quiere de entre todas las que existen?" y da con una respuesta. Yo estoy harta de repetirte las cosas siempre... — le reprochó mientras añadía entre dientes y a medio susurro "que porqué... madre mía, maldito escupechispas... siempre tan inseguro."

— Te lo pregunto dado que yo mismo no soy capaz de reducir mis posibles respuestas a mi propia cuestión. Es simplem...

— ¿Simplemente QUÉ? Para ti es fácil decirlo, pero de simple no tiene na-da. Para mí es complicado demostrarte, explicarte, enseñarte, dibujarte o ilustrarte en las estrellas el motivo. Es algo que siento. No, más bien, es algo que me haces sentir. Me dan igual los dragones más grandes. Me da igual que otro dragón pueda cocinarme un jabalí de un estornudo y tú sólo me puedas cocinar un huevo frito; total, la carne de jabalí se me repite y me da ardor de estómago. ¿No te has parado a pensar eso? ¿No has parado a pensar que, de las mil cosas que me pudieran ofrecer otros dragones, no quiero ni una? En ti tengo todo lo que quiero, anhelo y necesito. Me llevas a los sitios. ¿No son muy lejanos? Mejor, una travesía larga me daría vértigo y mareos. ¿No me puedes traer los mejores cervatillos que hayas cazado porque se te escapan? Mejor, son unos animales demasiado bonitos como para que me vengas con uno medio-degollado entre los dientes y teniendo en su cuerpo el 20% de la sangre corporal que debería tener. 

— No sé como dejar de sentirme así. No sé que puedes hacer tú, o qué puedo hacer yo.

— Lo que puedes hacer tú, lo desconozco. Yo sólo puedo seguir como hasta ahora, demostrándote que sólo cuento contigo, que sólo me importas en el corazón tú, que sólo me preocupo sinceramente por ti, y que sólo te quiero a ti siempre a mi lado, cuidándome, protegiéndome, lo que sea. Aunque sea a tu manera, eso no significa que no la quiera.

— ¿Y si algún día no puedo protegerte? ¿Y si algún día ocurre algo, y no soy capaz de salvarte? ¿Seguirás queriendo estar a mi lado pese a no estar segura de que en el próximo peligro pueda?

— En el "próximo peligro" como dices, lo que menos me importará será el peligro; le daré más importancia a que estés ahí para afrontarlo conmigo. ¿Que perdemos? Mala suerte. ¿Que morimos? Al menos habrá sido justo pues tú no podrías estar sin mí, y yo no podría estar sin ti. Te lo tendrías que meter en la cabeza, de algún modo, como diablos puedas.

— Supongo que tienes razón... — dijo con un hilo de voz.

— Pues deja de suponer. — respondió ella con un tono que daba por zanjada la conversación.


Esa noche, como todas, ella durmió bajo su ala. Estaba enfadada, pero tampoco era tan tonta de querer dormir congelada. Pero él no concilió el sueño, no podía. En su mente era prioritario cuidar de la vida que estaba cobijada bajo sus membranas y no se iba a perdonar fracasar por estar durmiendo. Él intentaba entender lo que ella le explicaba, sus palabras caían con lógica en la parte de su cerebro que gestionaba la comprensión. Pero, aún así, él no podía dejar de sentirse pequeño. Sí, vale: es lo que ella quería, ella había escogido (incomprensiblemente para él) a ese pequeño dragón como parte de ella durante su temporada vitalicia. Y él se sentía agradecido, orgulloso y feliz de ello. Pero, *pensó mientras cerraba un poco más su ala para cobijar mejor a su amazona del frío nocturno* supo que siempre sentiría miedo, temor e inferioridad cada vez que apareciera un dragón más. Era una parte de él que se había acomodado inamoviblemente en una parte muy profunda de su cerebro. Y era complicado y contradictorio sentir eso, pues sentía un duelo de impulsos en su interior cada vez que se daba un caso así. Sólo le quedaba la opción de aceptarse a sí mismo como "suficiente dragón para ella", y cruzar los dedos (si pudiera y tuviera) para que ella jamás vea en otro dragón lo suficiente para alejarse de él.



Pequeñas y grandes historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora