-El precipicio-

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El paisaje ante sus brillantes ojos no tenía desperdicio alguno. Una inmensidad verde y fresca le teñía la inocente mirada. Tras ella, alguna que otra montaña. Y justo a unos pasos, podía hacer desaparecer todo aquello que veía para sumergirse en las cálidas aguas bajo el precipicio.

Estaba tranquila, relajada, con ganas de detener el tiempo mientras seguía tumbada sobre aquél verde intenso. Era su soledad, su momento. Todo y que siempre que llegaba, se asomaba al precipicio con cautela... Y le invadía el miedo. No había rocas, ni olas enfurecidas; solamente había algo completamente nuevo para ella. Aquella chica jamás había saltado desde tan alto. Pese a que sabía que nada le iba a ocurrir, que sentiría como la gravedad la absorbía hacia esas tímidas aguas. Pero... ¡No! No debía saltar. No podía saltar. No sabía saltar.

El temor hacia lo desconocido siempre es el temor más reconocido, y jamás se negó la cobardía. Tenía impulsos, ganas, quería sacar valor y no sabía como. Era el perfecto alimento para sus miedos, una delicatessen.

Se sentía débil. Insegura. Pequeña. Sentía que si no sentía en su totalidad, no llegaría a saber apreciar las pequeñas cosas que ofrece la vida. Pero, una vez más, ¡no!

Cuando llegaba el mediodía, seguía la rutina de siempre: se levantaba, se alisaba la ropa como podía, y volvía a casa. Así cada día, cada uno de los que el Sol se asomaba, claro.

Aquella misma noche pensó en que debía haber alguna solución que no veía. Saltar no era el problma: el problema residía en la duda. En pensar "¿salto, o no?"... A lo que siempre se respondía que no. Parecía que ningún día lo iba a lograr. Eh, un momento...

- ¿Y si debo cambiar las normas, e ir cuando el día ya no puede más? - reflexionó en voz alta para sí.

Sonaba convincente. Y se convenció con tanta fuerza, que en breve se encontraba justo donde había estado horas antes. Era igual de precioso, pero no se distinguía el verde del negro cielo. Lógicamente, no tenía miedo. Ya sabía qué era ese sitio, y para ella la ausencia de luz no provocaba la presencia de miedo.

Así pues, a tientas, fue caminando medianamente erguida. Su pie cedió al aire; estaba ya en el último paso antes de la tan temida caída.

"Es tu momento. No habrá ningún día que acabes con este miedo, así que... Véncelo bajo el cielo oscuro y negro", se dijo.

Dio un pequeño paso atrás. Y luego, dos hacia adelante. Así es como aquella chica se enamoró.

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