-El fantasma- (*PARTE 3/3*)

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Se hizo una escalera con tablones que iba encontrando por el pueblo, uniéndolos firmemente con las cuerdas que podía conseguir. No era mucha altura, pero sí la suficiente como para no poder trepar de un salto, ni tampoco de dos. Había desistido en entrar por donde debía: no era posible. No cedía ni lo más mínimo e incluso llegó a estar a punto de caerse de espaldas en varias ocasiones. Como siempre que se hacía daño, lo que hacía era reír levemente, lo cual no dejaba de ser asombroso. No eran muecas de dolor, sino... Risa. Simplemente risa. Era su manera de reaccionar.

Necesitó varios intentos para conseguir una escalera que fuera fiable para subirla, y a la vez suficientemente pequeña para que la pudiera guardar con ella (dado que necesitaría bajar). Durante este tiempo, a raíz de toda la ropa que había ido subiendo también, se hizo una cama bastante cómoda y cálida. Había hecho un hogar dentro de otro hogar, pero la diferencia era que este sí era su hogar: podía ir donde quisiera, dormir cuanto quisiera, y salir cuanto quisiera. Sin cadenas, ni voces negándole nada.

Llegó el frío, y se arrepintió bastante de no tener más con qué abrigarse. Pensó en lo cómoda que era la cama de su habitación, y en lo bien que se estaba cuando la ventana estaba cerrada, y en que podía ponerse una estufa cuando quisiera... Pensó en abandonar su tan lograda tranquilidad. Pero decidió quedarse con el frío del aire, antes que con el frío del silencio.

Por la ventana (la cual, recordemos, no podía cerrarse) se veía un poco de la calle principal. Estaba adornada de luces multicolor, y la gente charlaba alegremente con sendas tazas de té ardiendo en sus manos, las cuales iban enfundadas en gruesos guantes. Se oía a gente reír. Gente que en mayor o menor medida, era feliz. Pero ella no era infeliz tampoco: estaba rodeada de libros, a la luz de una bombilla a la que le quedaban pocos años de vida, y tenía tantas capas de ropa encima que la hacían ocupar tres veces lo que solía ocupar.

Se había habituado a los crujidos, incluso aquellos que sonaban cuando ella estaba quieta. Al principio lo pasaba algo mal porque siempre había sido un sonido muy escalofriante, pero ahora le daba igual. Le ocurría lo mismo que a aquella persona que escuchaba truenos por primera vez en su vida, y luego llegaba el punto que prácticamente su mente obviaba esos estruendos. Aunque no todos los crujidos eran iguales: algunos eran más pausados, como si se pisara un tablón entero. Otros eran intermitentes, como si fueran pequeños piececitos los que pisaban. Y luego estaban aquellos que venían del marco de la puerta, que sonaban como una puerta oxidada abriéndose lentamente.

No tardó en descubrir que aún le faltaba por descubrir un crujido nuevo. Algo que la asustó de veras, y su reacción fue la de taparse hasta los ojos. La bombilla parpadeaba más que nunca. Para su asombro, algunos espejos estaban destapados. ¿Porqué? ¿Cuando? Y lo peor... ¿Quién? Ella no había sido. Y tampoco entraba mucho viento como para que cayeran.

Se puso en pie como pudo, y las maderas soltaban agudos gritos ahogados bajo su peso. Esta vez sí que le asustaban. Se acercó a uno de los espejos al descubierto y se llevó una sorpresa al verse a sí misma de ese modo. Soltó una risa nerviosa pensando "qué pintas llevas, ¿y sigues con frío?". Fue ese reflejo lo que le hizo asustarse más que nunca: estaba encarado con otro espejo también destapado, y para su sorpresa, veía una sombra moverse delante. A la altura de donde estaría el pie, había una enorme bola de metal atada a una cadena. Pero... Esto no estaba en el reflejo. Estaba fuera, físicamente. Giró bruscamente con los puños en alto (lo cual en caso de encontrarse con alguien hubiera sido inútil, dado que estaban bajo toda la ropa) y al reparar en esto, los bajó. 

La aparentemente pesada esfera metálica estaba justo en frente de sus ojos y ella, sin nada mejor que hacer, se acercó a observar. No se movía. Quizá había estado ahí todo el tiempo pero nunca se había fijado. Sacó una mano bajo toda su cobertura textil y la acercó. ¡Se movió! La bola se había desplazado poco, lo justo para que su mano no alcanzase. Gritó como no había gritado en la vida y fue corriendo hacia la puerta. La golpeó insistentemente, y al recordar que no podía usarla, se dirigió a la ventana. A pocos pasos de ella se dio cuenta de que estaba cerrada también, ¿cómo podía ser eso posible? ¿Había estado pasando frío inútilmente? Ah, borró esto de su cabeza: una gigante esfera de metal automotriz era considerablemente más importante.

Estaba atrapada. Se exprimió las ideas en busca de una escapatoria. Pensó en usar la manufacturada escalera como ariete. Cogió carrerilla. Veinte pasos le esperaban por delante, con dos desenlaces: o se estrellaba de una manera inhumana, o atravesaba el cristal de aquella circular ventana. Ambos casos parecían ser peligrosos dado que por mucho que atraviese la ventana, le espera una caída poco agradable. Pero tenía que intentarlo, ¡NO LE QUEDABAN MÁS GALLETAS! ¿De qué iba a vivir? 

Pie izquierdo detrás. Pie derecho más adelantado. Un paso, dos, velocidad. Tres, cuatro, más velocidad. Cinco, seis, no podría parar. Siete, ocho... y ¡pum! Se cayó de bruces al suelo incluso antes de llegar.

- ¡Pues vaya!- exclamó enfadada por su fracaso. Se puso en pie, o hizo el gesto. No podía. La bola estaba atada a su tobillo, y al verla fue cuando realmente notó el frío en su piel. El gélido hierro le había paralizado literalmente, pero por miedo.

- Puedes escapar cuando quieras.- dijo una etérea voz femenina.- sólo has de querer.

- ¡ARGH!- gritó como toda respuesta.

- Tras tantos años, prácticamente no recordaba lo que era quedarme sorda.- le reprochó aquella voz.

- ¡Eh!- protestó la malaventurada chica.- Suéltame, ¡ahora!

- No te estoy agarrando.- dijo pausadamente aquella sombra que ahora había tomado presencia física y estaba justo delante suyo. No se la podía describir de ningún modo... Efectivamente, tal como decían las historias: no tenía forma. Era irregular, completamente irregular. No tenía bordes definidos, sino más bien difuminados.

- ¿Qué eres?

- Quién, sería más acertado y menos brusco ante mi presencia. Que te escucho, recuerda.

- Bueno, pues... ¿Quién eres?- rectificó con sequedad.

- Soy tú.

- Yo soy yo, tú no eres yo, porque entonces serías yo.- dijo de corrillo.

- ¿Funciona bien la luz?- preguntó repentinamente.

- ...no... - dijo tras una pausa.

- Y teniendo esa escalera tan bien lograda, ¿has probado a arreglarla?- inquirió con desdén.

- Eh... Si, claro que sí. -mintió- pero no funciona.

- Yo no recuerdo haber estado haciendo eso.- y aqui, lo que debería ser su cabeza se torció hacia un lado levemente en muestra de disconformidad.

- Lo probaré otra vez, sujeta la escalera- soltó.

Esa criatura estalló en una carcajada tal que los crujidos de la madera parecían leves susurros. ¿Sujetar? ¿Con qué manos? ¿Con qué fuerza? Menudas ideas. Aquella chica, al darse cuenta, rectificó nuevamente:

- Bu... Bueno, tú... Sólo observa...- 

Para su sorpresa la bombilla estaba suelta, prácticamente del todo. La ajustó y una cegadora luz le hizo echarse hacia atrás y caer. No era mucha altura así que no hubo que lamentar nada, excepto un chichón en la parte trasera de la cabeza. Buscó a tientas las gafas en el suelo, se las puso, y... Se vio a ella. ¿Otro espejo movido por aquél ser? No, esta vez no era así. No era mentira: efectivamente, era su viva imagen en frente de ella. Ahora sí había nitidez, sí se veía perfectamente todo. Su mirada recorrió asombrada todo el lugar... Los espejos estaban completamente limpios, las mesas en su sitio. Aquella estancia había recobrado vida repentinamente, por un gesto sencillísimo.

- Exacto. Eso es lo que te hacía falta. Darte cuenta. Como bien sabrás, he ido actuando así durante generaciones. No eres la única que se aísla del mundo en su pequeña buhardilla. Como tú, miles de niños y de niñas antes. Y no sólo niños, también algunos adultos huyendo de guerras, o de impagos, o protegiendo a sus familias. Algunas personas al verme enloquecieron y terminaron por morir. El cuerpo lo hice desvanecer, claro. Otras me atacaron con lo que tenían en la mano. Otras me intentaron escuchar. Otras no me creyeron. Aunque en realidad, hoy soy tú, y mañana ya no. Soy la personificación del Miedo real. Ése miedo tangible. Ese miedo que surge cuando no hay escapatoria. Ese miedo cuando se acorrala a alguien. Yo les muestro algo que tú acabas de descubrir ahora.

- ¿Y de qué trata? ¿Qué he descubierto? 

- Eso, querida yo, quedará para ti. Es decir, quedará para las dos. Ahora sal ahí fuera, la luz no está solo renovada en esta habitación: también está renovada en tu interior, disfruta de lo que te queda de vida, que es mucho.

Pequeñas y grandes historiasWhere stories live. Discover now