-El Candil-

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La luz de la noche se filtraba a través de las ventanas, cuyos cristales estaban hechos de pequeños trozos coloridos de vidrio aleatoriamente dispersos. Las paredes se quedaban en silencio a aquellas horas; nada que ver con el jaleo de los niños correteando por los pasillos, las madres reclamándoles calma y las ancianas riéndose sin más. Eran las paredes de una mansión enorme que albergaba en su interior a todas aquellas familias que no podían permitirse una renta. Lo poco que ganaban lo gastaban en comida que compraban en el mercado. El gerente de todo era un anciano cuyas riquezas eran mayores de las que en tres vidas podría gastarse, y dada su naturaleza bondadosa, fundó ese refugio para quienes más lo necesitaban. Para los habitantes era una vida tranquila aunque sinceramente, aburrida.

Durante el día había varios turnos para celar el lugar, aunque por la noche sólo había un turno. A fin de cuentas era cuando más tranquilo estaba todo. Mientras que por la mañana y por la tarde eran un par de hombres los que se relevaban en la vigía, durante la noche era una pequeña muchacha a la que se le encomendaba tal magna tarea. Era una chica joven, algo despistada y fantasiosa. Siempre que hacía su recorrido (pues tenían terminantemente prohibido desviarse del mismo) se imaginaba una multitud de escenas pintorescas. A veces procuraba imaginar aventuras, como aquella vez que le perseguía un basilisco por los pasillos... ¡qué miedo pasó! A partir de ese día siempre llevó un tenedor en el bolsillo; "por si acaso" se dijo cuando lo asió con fuerza a su cinto. 

Una noche más, pues, caminaba ella tan alegre candil en mano por aquellos gélidos pasillos. De vez en cuando se detenía para cerrar los ojos fuerte y abrirlos de nuevo: con esto intentaba desacostumbrar sus ojos a la oscuridad por un breve lapso de tiempo y tener así la sensación de que caminaba por un lugar oscuro, tenebroso y desconocido. Otras veces caminaba con la mano acariciando la pared y se centraba en sentir las diferentes piedras que la formaban. 

El candil que colgaba de su mano izquierda era el que siempre le hacía de guía. Daban igual las horas, las tormentas, las brisas, y las noches. Siempre le era fiel y su luz jamás se apagaba para ella. Incluso las veces que aquella chica se quemó al encenderlo, hiriéndose mucho y enfadándose, él siguió. Y esta noche no iba a ser diferente.

Salieron leves tarareos de sus labios, los cuales resonaban en las esquinas. Hoy quería imaginar algo tranquilo. Procediendo como siempre hacía, corrió tan rápido como pudo para acelerar sus nervios y así hacer que la sensación fuese más real. ¡Y funcionaba! Imaginó que por una noche, podía ir a la orilla del lago a observar aquel tapiz de color negro brillante bajo la luna. Así que lo que en realidad le sucedió fue que su imaginación substituyó el suelo por agua, y ella de repente estaba remando sobre una barca. El candil repentinamente estaba colgado de un gancho en la proa. Las paredes se veían mucho más grandes ahora pues ella estaba sentada y miraba fascinada a su alrededor. Esa noche su ruta iba a ser muy divertida, ¡vaya que sí!

Transcurrieron unos pocos minutos con el panorama exactamente igual: la pequeña muchacha embobada y emocionada ante el logro que su imaginación acababa de ofrecerle. Además las curvas eran muy suaves, y lo que antes eran escalones para acceder a los pisos superiores, ahora se habían convertido en leves cuestas que no requerían esfuerzo alguno para ser superadas. Estaba ansiosa de llegar a la cima para deshacer el camino; las subidas ahora serían bajadas y seguro que eso era sinónimo de diversión. Algunos minutos más y algún jadeo fugaz al final la llevaron a la cúpula, que ahora no tenía ni mesas, ni sillas, ni nada: era en cierto modo un pequeño lago bajo el arqueado techo. Tras un par de instantes maravillada, decidió bajar. "¡No hagamos esperar a la adrenalina!" pensó. 

Giró la barca 180 grados para posicionarla a su gusto, y remó. Derecha, izquierda, der... ¡¿QUÉ?! La parte trasera de su barca se elevó como si fuese una marioneta y perdió el remo derecho; sintió como si se le hubiese sido arrancado a la fuerza. Escuchaba un estruendo ensordecedor y le dio por mirar atrás. Lo que estaba viendo (o más bien, su imaginación le estaba haciendo ver) era una gigante ola que llegaba hasta el techo, la cual le estaba empujando a una velocidad fuera de control. Gritó mientras el agua la estampaba contra las paredes, haciendo añicos su barca, de la cual cada vez quedaban menos partes enteras. Al llegar a lo que sería la primera bajada, para su sorpresa, no había agua sino los existentes escalones que esta vez formaban una cascada. La caída era inminente e inevitable. Como si de un trueno se tratara, escuchó un fuerte estallido en sus oídos dejándola un poco aturdida. De hecho, de tanto traqueteo, acabó perdiendo la conciencia; lo último que recordaba era haber gritado otra vez más, pero con más fuerza que la anterior.

Una fría mano le azotaba suavemente la mejilla. Abrió los ojos como pudo y vio a una de las niñas que siempre correteaban y gritaban. Era bien conocida por su poco cariño a la cama, dado que siempre que encontraba la ocasión se escabullía para dar vueltas. Muchas de esas vueltas al final se encontraba con nuestra protagonista, la cual... ¿qué le iba a decir? Siempre era más divertido poder hablar con aquella risueña niña que estar en un sepulcral silencio.

  — Menuda leñada te acabas de dar. — dijo, sin dejar de abofetearle pese a que ya había despertado. 

  — Ya... Ya veo, me duele todo. — respondió. Yacía en el suelo bocabajo. Se tocó la ropa y estaba seca. Al principio se sorprendió hasta que cayó en la cuenta de que en el mundo real, no había habido inundación alguna. El candil, no obstante estaba de lado, aún prendido.

— ¿Porqué te has tumbado? — le inquirió inocentemente. 

— ¡No me he tumbado! — se apresuró en responder, aunque su cuerpo sobre el suelo tampoco le daba mucha credibilidad y no tenía muchas excusas en su mente: había gastado mucha imaginación por hoy. — Simplemente estaba... Est... — ganó tiempo fingiendo una tos seca, aunque ciertamente le había venido la sensación como cuando te entra agua por la boca en medio del mar. — Bueno, yo...

De repente, el candil se apagó. Estaba apenas a un palmo de ella. Jamás se había apagado por sí mismo, y menos de este modo. Quiero decir... ¿de repente? ¿Sin más? Sea como fuere, le dio una idea, aunque no sabía si iba a ser muy creíble o no:

— Estaba caminando tranquilamente y de repente, el candil se apagó, y en consecuencia me he tropezado y me he caído. — dijo.

— Pero el candil estaba encendido cuando he venido; gracias a él te he visto, la verdad. — respondió confusa la ágil niña. 

— Bu... Bueno, es que... ¡Es un candil mágico! Se enciende y se apaga a voluntad. — contestó, sabiéndose perdedora.

— ¡UALA! — exclamó entusiasmada la pequeña. — ¿Y yo podré tener un candil mágico también? 

— Podrás — respondió riendo — pues siempre, en este mundo, encontrarás alguien que esté dispuesto a ser tu luz. No lo olvides.   — añadió dándole un cariñoso pellizco en la mejilla.

Se puso en pie y esta vez ambas continuaron la ruta. Pese a que su imaginación estaba agotada, no podía evitar pensar que ese candil había sido capaz de apagarse y dejar de lado su existencia por ayudarla. A raíz de esto, le cogió más cariño aún a ese artilugio, y se prometió que siempre iba a ser guiada por él.

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⏰ Last updated: Apr 16, 2017 ⏰

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