-El granjero- (*PARTE 1/3*)

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Había una vez, de esas tantas que suele haber, un granjero. Pero no un granjero cualquiera, no. Era el granjero más feliz sobre la faz de la Tierra, la misma que él labraba cada mañana. Mientras que sus familiares se dedicaron a tareas más ambiciosas (tales como abrir negocios de alto standing, comprar y vender propiedades, etc...) él prefería la tranquilidad del silencio, las aves sobrevolando sus cosechas, las tempestades vistas desde su acogedora casa. ¿Y quién no? 

Como cada mañana, el sol se filtró por su ventana dándole directamente en la cara. Algo que a una gran mayoría hubiera molestado, a él, cómo no, le encantaba. 

— ¡Buenos días! — saludó sin esperar respuesta. Efectivamente, no la obtuvo, ni la quería obtener. Simplemente confirmaba a la nada algo que era evidente: aquello que podía escuchar y ver desde su mullida cama era una auténtica preciosidad... Aquellos cantos de los pájaros, aquella brisa fresquita recorriendo toda la habitación de buena mañana... ¡Ay! Qué buena vida, sí señor.

Se calzó con unas deslustradas botas y salió al comedor, sin atarse los cordones ni nada. Abrió la nevera, cogió un par de huevos que lógicamente, él mismo había recogido de una de sus mejores gallinas, encendió el fuego con una cerilla y se hizo senda tortilla. Pese a que nunca había sido un buen cocinero debido a su solitaria vida, el volumen de su barriga mal ceñida hacía entender que eso podía dudarse. Y cómo no, un vaso de zumo de manzana, que nunca faltaba. Tenía tal cantidad y variedad de árboles, plantas, matojos, arbustos, hortalizas, animales y vete-a-saber-qué-más que difícilmente necesitaba acercarse a la ciudad a comprar.

Una vez hubo de desayunado, cogió su tridente y fue al establo, pues hoy tocaba ordenarlo; había ido dejando esta tarea "para mañana" durante demasiados días y tampoco era conveniente. Así que con paso firme se dirigió a la puerta, la abrió y...

— Ho... Hola. — le saludó un señor que tenía el puño alzado a punto de golpear la puerta.

— ¡Buenos días tenga usted! — respondió el granjero con energía. Le hizo apartarse con un gesto, pasó, cerró la puerta y se dirigió al establo.

El señor que se había presentado sin invitación ante su puerta se lo quedó mirando estupefacto, y le siguió acelerando el paso, no sin antes echar la mirada atrás y ver que le acababan de ignorar completamente ante esa puerta.

— ¡Disculpe! — dijo con la voz ahogada, pues tenía que correr prácticamente para seguir el ritmo de ese rudo granjero. — Ven... Vengo a hablar con usted, ¿tiene un minuto?

— No. No tengo un minuto. Tengo gallinas. Vacas. Caballos. Naranjas. Zanahorias. Conejos que me roban las zanahorias. Pero ¿minutos? No, no los tengo. — respondió sin detenerse.

Esta vez ese extraño y molesto señor se quedó quieto para recapacitar sobre lo que había escuchado, luego negó con la cabeza rápidamente y re-emprendió la persecución.

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