-El carro- (*PARTE 2/3*)

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Y efectivamente, de nuevo el intenso y molesto traqueteo. ¿Para qué se habían detenido? Ah, maldita sea. Ahora le costaría más tiempo volver. Le dio un vuelco el corazón al pensar que quizá debería incluso entregar algunas monedas de cobre para que la llevasen de vuelta, dado que no era una distancia corta, precisamente. El tiempo no entendía sus problemas y los minutos seguían transcurriendo; era bueno porqué hacía menos calor, era malo porqué le daba miedo estar a oscuras escondida en el carro de un señor amante del caminar.

Lo que había notado era que ahora se detenían en espacios temporales cada vez más cercanos los unos de los otros. Sería el cansancio, probablemente. La carga no era más ligera y las piernas eran más pesadas a cada paso. Además que el camino fuera empedrado, lleno de gravilla y guijarros no ayudaba en absoluto. Era increíble lo que estaba soportando el carro, había cada bache que ¡vaya!, parecía ser de los buenos. "Quizá por ello no se detuvo a tomar un vaso de agua en el otro pueblo", pensó la chica. "Es probable que sea tan caro que le dé miedo perderlo", concluyó.

La noche cayó irremediablemente, y ahora sí: ese extraño señor se detuvo, y resopló. Su pequeña polizona investigó una vez más: se había quitado el sombrero y para su alivio, se estaba deshaciendo el nudo de la cintura. Se iban a quedar ahí bastante rato, probablemente la noche entera. 

¡Ups! Ahora sí que notó que se le salía el corazón del pecho. El señor caminaba arrastrando los pies hasta la parte trasera y se agachó. Al levantarse llevaba una manta completamente sucia entre las manos, parece que había un compartimento debajo. A ella le entró la curiosidad por saber si allí hubiera cabido ella, y si había hecho bien en esconderse donde estaba. Volvió sobre sus pasos, tumbó la manta y seguidamente, se posó sobre ella. Cogió el sombrero, lo puso sobre su cabeza y... Sí, se durmió. 

"¿Qué hago?" se preguntó aquella nerviosa niña. Sus opciones eran dos: salir silenciosamente y tratar de llegar al pueblo donde estaban, a través de un camino oscuro y desconocido, o esperarse en ese carro hasta que fuera de día. Ninguna de ambas cosas le gustaba, pero al menos conocía ese carro; no ocurría lo mismo con el camino, por lo tanto decidió quedarse.

A la mañana siguiente despertó de un modo tan brusco que a punto estuvo de olvidarse que estaba de incógnito y gritar. Incluso se tapó la boca pero por suerte, no había articulado sonido alguno. Estaban de nuevo en marcha, lo curioso es que hasta ahora no se había dado cuenta de ello. "Efectos de la cerveza, probablemente", pensó divertida.

Cuando al fin se detuvieron, repitió el proceso y observó. Para su sorpresa, no era la única en repetir algo. El señor había hecho lo mismo, exactamente igual que la vez anterior. 

- Un paso más, esto va avanzando, va avanzando...— dijo en una voz medianamente audible. 

"¿Avanzando? Si no hacemos más que caminar sin objetivo... ¡Ni siquiera parece ser un mercader!" pensó con furia la niña. "Me parece increíble qu..." pero no terminó de pensar: volvían a estar moviéndose. "Maldita sea" refunfuñó para sí. 

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