-La Libreta-

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Sobre sus piernas, cruzadas entre sí, descansaba una libreta abierta cuyas hojas eran de un calibre poco menor que un folio común. Pero no era una libreta normal, no: era una libreta de dibujo y sus hojas tenían un gramaje, espesor y textura precisamente escogidos. En cada página anterior a la actual, había un dibujo distinto: árboles y flores; vestidos y peinados; paisajes y personajes... Una inmensa variedad de una imaginación que rezumaba tinta.

Cobijada de la luz solar bajo la sombra de un árbol, y usando las hojas secas del invierno de asiento, se detuvo mentalmente para ensimismarse en ese silencio que se podía casi respirar... ¡Qué paz! ¡Qué tranquilidad! Y... ¡qué frío! El invierno hacía días que había llegado, aunque igualmente llegó bastante tarde. 

Aún así ese frío no era capaz de detener su ansia de color, por lo que bajó los ojos de nuevo a su preciada libreta; estaba abierta en una página en blanco, así que tenía ante ella una infinidad de cosas y, a la vez, ninguna. Presionó ligeramente el lápiz y rasgó ese silencio con el tenso murmullo del carbón desintegrándose a cada trazo. Sin saber porqué, ni cómo, su mano fue dibujando una bufanda. La hizo muy bien, bonita, preocupándose por los más mínimos detalles. Una vez dibujada, la perfiló. Mientras la observaba e iba soplando para secar la tinta del perfilador, su cabeza barajaba qué colores utilizar: este proceso no duraba más de 15 segundos, lo suficiente para decidir que ya podía terminar ese trabajo tan aleatorio aunque, si más no, adecuado a la época del año. Escogió lo que para cualquier mero humano serían simplemente rojo y naranja, aunque en realidad eran carmín y ámbar. Ignorantes... Seguro que tienen la mente de color gris y con menos espectro cromático que una farola. Rió para sí misma con su propia gracia, y al darse cuenta de ello rió más. 

Tras unos pocos minutos ya había acabado la tarea. Primero firmó y luego, no sin antes comprobarla en su reloj de pulsera, añadió la fecha. Bostezó levemente y se desperezó sin moverse demasiado. Notaba la punta de la nariz fría al igual que las orejas, y el viento no contribuía mucho a contrarrestar aquello, por lo que no le quedó más remedio que desocupar ese espacio e irse a un café llamado "El Búho", en el cuál había quedado con su chico. Total, ya se acercaba la hora, por lo tanto sintió alivio de haber podido hacer ese dibujo a tiempo.  ¡Ojalá le haya comprado un croissant de esos tan ricos... !

Se puso en pie y guardó la libreta en la mochila. Luego puso el lápiz, perfilador y rotuladores en el estuche y partió. A los pocos pasos rebuscó en sus bolsillos los auriculares, se los puso y aceleró la marcha. Caminó distraída y tarareando en un susurro las canciones; así anduvo unos minutos más, hasta llegar a la puerta del café. Abrió y tanto la camarera como el camarero le saludaron, dado que ella y su novio eran habituales en ese espacio, el cual habían convertido en suyo. Él se puso en pie al verla, se acercó y le dio un beso. Efectivamente: había croissant, ¡bien! Le pidió lo de siempre para acompañarlo. Sonreía mucho y, como le solía pasar, no tardó mucho en decirlo:

— Tengo una sorpresa para ti. — le dijo.

—   ¿Además de la merienda? —  respondió ella sonriendo.

—  Sí, ¡toma! — contestó mientras le entregaba un bulto deforme. Ella lo cogió, lo chafó un poco y notó que estaba blando. Lo fue desenvolviendo y, para su sorpresa... Era una bufanda. ¿Imagináis de qué colores? Exacto: rojo y naranja, o como ella bien distinguía, carmín y ámbar. Su cara era de estupefacción absoluta, y muy desencajada debía estar para que él le dijera en tono preocupado:

— ¿No te gusta?

— ¡Sí! — se apresuró a musitar sin salir de su asombro. — Sólo que... — se dijo a sí misma en voz alta

— ¿Qué? — inquirió él.

— Pues que es muy bonita y... Y ¡muy suave! — añadió improvisando; tenía una idea. Al parecer sonó convincente, pues su chico sonrió mucho por la satisfacción de haber acertado pese a lo llamativo de los colores. Se dispusieron a merendar y hablaron de cosas banales, otras más importantes, pero en resumen simplemente se dedicaron a disfrutar de su pequeño espacio de relax. Lo tenían merecido.

Cuando la oscuridad fue haciendo acto de presencia y ya se acercaba la hora de irse, recogieron sus bártulos y emprendieron camino hacia casa. Él, como siempre hacía desde que se conocen, la acompañó. Una vez se hubieron despedido, ella se encerró la habitación y dejó la mochila tirada en el suelo. Abrió la libreta con impaciencia, buscando alguna explicación a lo sucedido; de no hallarla, acusaría a la mera casualidad y no le daría más importancia. Pasó páginas hasta la última usada, y echó un vistazo al dibujo: nada raro ni fuera de lo común. Todo en ord... ¡Espera! Tuvo que parpadear varias veces para confirmar lo que sus ojos le decían. Al lado de su firma había aparecido otra más, aunque significativamente más pequeña. Era la firma que su novio ponía al lado de todas las notas/cosas que merecían ser firmadas. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Le había firmado en un despiste de ella? No puede ser, no se movieron de la mesa y la mochila estaba visible. ¿Entonces qué? Quizá la había puesto ella al dibujarlo y con el frío y la urgencia de irse, no se acordaba. O quizá ("menuda estupidez", pensó) en esa libreta podía dibujar aquello que quería tener. 

Fuera lo que fuere, estaba claro que necesitaba dormir pues la imaginación le hacía malas pasadas, o eso parecía ser. Abrió la cama y encontró una nota, pero no era manuscrita, sino mecanográfica. Citaba lo siguiente: "no aparecerá en el mundo todo lo dibujado por tu mano, mas aparecerá todo lo que quién más te quiere considere necesario". Así pues, su pareja le había regalado esa bufanda porque ella la había dibujado, porque esa tarde tenía frío y la había necesitado. Pese a que él ignoraba esto, claro, ella lo aceptó sin más. Total, ¿quién dice que la magia no exista? Tras un silencio efímero en su mente, al final acabó concluyendo: "¡jo! yo que iba a dibujar un ramo de lirios blancos..." y se fue a dormir con esa idea fallida aún rondando en sus pensamientos.







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