-La pared-

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Hacía tiempo una dulce muchacha, de preciosa cabellera y profundos ojos, decidió mejorar el mundo. En general todo, en concreto una misma pared de color negro. Le quería dar color aunque tampoco algo que resalte demasiado, ¿quizá gris? Sí, gris estaría bien. Durante semanas se dedicó a pintar con paciencia cada parte de esa pared, pincelada a pincelada. Empezó por la parte más sencilla, es decir, la inferior; allá donde llegaba con sus propios brazos... Y no era mucho. El tiempo siguió pasando y cuando se retiraba para admirar su pequeña creación, se convencía más aún de que lo terminaría. Ahora, por eso, necesitaría un cajón, o una silla, o algo para alzarse... Como una escalera, ¡por ejemplo! Al fin y al cabo, esa es la función que les merece, ¿no?

No tardó en hacerse con una, de robusta madera y oxidados clavos en las juntas. Parecía resistente y ella, por su tamaño tan disimulado, sabía que no sería incordio alguno para esa herramienta de peldaños. Siguió con su interesante quehacer, aunque esta vez era distinto: se sentía a más altura, y eso le daba miedo... pero cuanto más pasaba la brocha, más cariño le cogía a ese muro tan frío y tan silencioso. Era un sentimiento adverso en su interior, y a raíz de caer en eso, cada vez que hacía la rutina de casa-muro sentía impaciencia. ¿Estaría bien? ¿Le habrían pintado con garabatos? ¿La lluvia habrá borrado todo su trabajo? Pero las respuestas eran sí, no, y no. Ese muro continuaba justo donde ella lo dejaba la tarde anterior. Lucía mejor, las cosas que son ciertas deben admitirse y esta es una de ellas. Y si no fuera porque se había aprendido el camino de memoria, le cabría una ligera duda de que fuera la misma inerte pared del principio.

Las semanas, así como el temporal de viento, frío, y luego bochornosa calor siguieron avanzando como si la pequeña unión que ahí se creaba, no fuera gran cosa. De hecho el muro estaba prácticamente pintado: la chica había crecido, estaba más guapa. Había aprendido también a luchar día tras día por su convicción y por querer algo en concreto (en este caso, que la pared fuera gris). La escalera jamás cedió bajo su peso lo cual fue un acto de agradecer. Todo iba bien... Hasta que ocurrió algo inesperado a todas leguas: una de las tardes finalizó su obra, se bajó de la escalera, se giró para alejarse y al darse la vuelta... ¡la pared volvía a ser de color negro! ¿CÓMO?

— ¿Qué demonios...? ¿Qué ha pasado? — se preguntó. Esto era raro, ilógico, y asustaba mucho. Pero más raro, más ilógico y más iba a asustarle lo siguiente. En la pared apareció, como por obra de magia, un pergamino filtrándose por una pequeña rendija. Cayó al suelo y ella, estupefacta, miró alrededor riéndose levemente... debía ser una broma de muy mal gusto. Sin embargo no había nadie más allí que ese muro, y su escalera. Se acercó a recoger el diminuto trozo de papel y notó para su sorpresa que estaba algo caliente. Lo desenrolló y leyó en un inaudible susurro lo que allí se citaba: "gracias". Vale, definitivamente, esto se salía de cuerda.

— ¿Quién está al otro lado? — dijo acercándose temerosa. Pero no obtuvo respuesta, o al menos, no por voz. Salió otro pergamino y esta vez alcanzó a cogerlo al aire. Leyó de nuevo (ignorando que quemaba un poco más dado que no se había enfriado): "no hay otro lado, esto es lo que soy, lo que has visto es lo único que doy... y te doy las gracias por hacerme descubrir el color gris; es precioso".

— ¿Estoy "hablando" (dijo gesticulando con las manos unas comillas al aire) con una pared? Alucino, de verdad.

Salió, como no, otra nota. Así que digamos que conversaban:

— Entiendo que estés sorprendida, yo también lo estoy.

— ¿De qué exactamente? Me debes varias monedas en pintura, y lo de los minutos que he malgastado contigo ya veré como me lo devuelves.

— Estoy sorprendido de que hayas logrado darme color.

— Para lo que ha durado... — se dijo a sí misma entre dientes.

— ¿Aún no lo entiendes? Déjame explicártelo. Yo soy un muro de color negro, y por más que me pintes de gris, no lograrás cambiar mi color: soy lo que soy, y soy como soy.

— ¿Entonces ha sido en balde? Pues vaya. Me hacía ilusión verte de color gris.

— No ha sido en balde, ni mucho menos. Me has aportado tu tiempo, tu paciencia, tus caricias con el pincel, tu esfuerzo. Has logrado durante muchas semanas que olvide mi parte más oscura para centrarme en la luz que me vienes a ofrecer sin pedirme nada. Has... conseguido que me sienta importante, que piense "hay alguien a quién le merece la pena perder su tiempo en mí", y es lo más bonito que he sentido jamás. Porque aunque veas una fachada fría, dura, y sin aparentes emociones... Siento. Y lo que siento ahora no lo he sentido jamás, es la primera vez en los años que llevo aquí construido que alguien se propone mejorarme... ¿Consideras que no ha servido para nada? Fíjate que hasta que no has terminado, no he vuelto a mi color natural... ¿Y sabes porqué? Porque a mí también me gusta verme gris. Simplemente, hay cosas que no son tan fáciles de cambiar por más que uno quiera.

— ¿Asumo que te rindes?

— No sé qué asumes que hago yo, pero lo que haré es pedirte una cosa.

— ¿Cuál? — esto lo dijo recelosa, no le parecía muy común que una pared le estuviera pidiendo favores.

— Te pido que jamás me dejes de pintar de gris.

Pequeñas y grandes historiasWhere stories live. Discover now