-La Luna-

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Se alzaba imponente, emitiendo la única luz que hacía eco sobre el infinito lienzo negro moteado de pequeños puntos blancos (algunos con un brillo tal que dejaban en evidencia al resto). Y desde ahí arriba, observaba lo poco que la observaban a ella. No era algo hiriente, ni mucho menos algo que debiera mencionar pero le resultaba un detalle curioso. Hasta los mares se veían afectados por sus presencias y sus ausencias, y algunas aves solo se atrevían a vagar cuando aparecía. Ella, la Luna, sentía una inmensidad a sus pies plagada de colores, sonidos, olores, y más sensaciones que jamás experimentaría. Y no le importaba, pues bien sabía su cometido. 

No obstante, había alguien cuyos ojos siempre se perdían en la gran negrura. Cada noche, él se tumbaba sobre cualquier superficie y admiraba a la Luna desde el minuto que aparecía, hasta el minuto que dejaba de verse. Ese alguien solo conseguía sentirse feliz así, dedicando sus minutos a observarla, a disfrutar viéndola, pues jamás fue capaz de imaginar más belleza que la que irradiaba esa preciosa esfera blanca. No había noche que él incumpliera su misión. Llenaba el silencio de más silencio, y solo los latidos de su corazón se atrevían a romperlo. Se sentía orgulloso, feliz y lleno de tener la suerte de visualizar esa comedida aparición nocturna. De hecho, era algo que llevaba ocurriendo una veintena de meses. Las noches de luna llena, sus pupilas se iluminaban como nunca, tintineando felicidad. Las noches de luna nueva, también observaba el cielo pues sabía que ella seguía estando, aún sin verla. A veces le hablaba, le explicaba lo bien que le sentaba la calma que ella ofrecía, o lo mucho que le gustaba escuchar el "tic-tac" de su reloj avanzando mientras compartían los minutos.

Todo esto, al principio a ella no le gustó del todo; al fin y al cabo, le daba miedo esa... ¿devoción?, (podríamos llamarlo así, sí) pues esa devoción le hacía sentir pánico, ¿a qué venía que se dedicase tanto? ¿Qué motivo le impulsaba a perder su tiempo en ella y con ella? No era comprensible. "No lo entiendo" fue la frase que más se repitió a sí misma las primeras semanas. Él, claro, ignoraba ese desconocimiento: de haberlo sabido, bien seguro se lo hubiera procurado explicar.  Más adelante, fue viendo que no era nocivo del todo. De hecho, él le dedicaba halagos preciosos, ¡incluso tanteaba la poesía de vez en cuando! Le había dedicado textos que, sin motivo aparente, le hacían sentirse tan bien que incluso brillaba más que de costumbre. Empezó a deshacer los miedos y a resolver las dudas. Comenzó a sentirse feliz de que alguien en ese planeta sintiera que merecían la pena las más de 600 noches sentado en cualquier sitio por estar con ella, dando igual los vientos otoñales, el frío invernal,la lluviosa inestabilidad primaveral y las abrasadoras temperaturas veraniegas.

Por su parte, él sentía que nadie había sabido valorar a la Luna tanto como merecía, asimismo como también sentía que nadie había merecido tanto sus delicadas palabras como ella las merecía. Era brillante, inmensa, preciosa, y sobretodo muy importante. ¿Que los demás preferían caminar mirando al suelo? ¡Mejor! Se le llenaba el pecho al saber que él, y solamente él, era capaz de apreciar la sutileza con la que ella iluminaba los mares, montañas, montes, campos, lagos y ciudades.

Quizá podían vivir el uno sin el otro, mas estaba muy claro que cada noche se esperaban mutuamente, sintiendo poco menos que un deseo intenso de volver a verse reflejados entre ellos. Era su felicidad simbiótica, y él alzó la mano hacia el cielo extendiendo un pequeño pergamino en el cual había escrito la siguiente frase:

"Te entrego mis noches, y te prometo que mis días también te pertenecerán por siempre, y que esperaré con ilusión la llegada de los atardeceres para así volverte a ver."

Ella sintió un golpe en su interior, pero un golpe bueno, como si fuera un arrebato de felicidad queriendo salir. De repente, pasó una estrella fugaz verticalmente muy cerca de ella, iniciando su trayecto en lo más alto para desaparecer en el horizonte; él comprendió que era su lágrima de felicidad, y la tomó como la correspondencia de lo que él le escribió.

Pequeñas y grandes historiasWhere stories live. Discover now