-La vela-

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Hacía un viento demasiado incómodo, demasiado sonoro y demasiado molesto para concentrarse en leer. Aquella dulce chica no podía enfrascarse en un mundo imaginario a través de las letras, dado que el fuerte aire que corría le enfriaba todos los paisajes en su mente. La vela que le daba luz parpadeaba cada vez más y se iba apagando; a base de cerillas la iba encendiendo de nuevo, aunque siempre con el mismo resultado y su consecuente ausencia de éxito.

Probó varias cosas: probó de proteger la vela del aire y nada, probó de cambiarla de lugar y nada, probó de mil maneras evitar que la llama se extinguiera... Y nada. Cada vez se ponía más nerviosa, ¿porqué era tan difícil? Se había ido la luz en la casa y tenía claro que eso no iba a ser un impedimento. No se iba a dejar vencer por una vela, ¡claro que no! Pero al final sí terminaba siendo así, y se estaba a punto de rendir e irse a dormir. Quería abandonar todo intento, y parecía que una simple vela le iba a ganar la batalla.

El problema residía en que por la ventana corría aire y era imposible cerrarla, y más aún tapiarla de algún modo permanentemente. Así que tarde o temprano el viento hacía oscurecer toda la habitación por la que era ya la milésima vez. Desgraciadamente aquella muchacha no podía estar por dos cosas a la vez: no podía mantener la vela encendida sin mantener la ventana con la mano para que no se abra del todo. Trató de poner objetos para bloquearla: nada, caían. Incluso puso parte del armario pero de un modo aún inexplicable, se balanceaba dubitativamente y tenía muy claro que no era buena idea tener que recoger un armario del suelo (lo cual implicaba recoger también la ropa, claro).

¿Entonces? ¿Qué podía hacer? No podía hacer las dos cosas y los objetos inanimados no eran de mucha ayuda. Pero bueno, ella no necesitaba ayuda para algo tan absurdo y tan mundano como mantener una vela encendida, ¿no? Todo el mundo en su situación puede con ello, no es algo difícil.

- ¿Segura?— le dijo una voz que le sonaba familiar.

- ¿Segura? — repitió. — ¿De qué?

- De que puedes sola.

- ¡Claro que puedo! — respondió con un claro tono ofendido.

- Y eso yo lo sé. No te estoy diciendo que me digas a mí si puedes, te estoy pidiendo que te lo repitas a ti.

- Es que yo ya sé que puedo.

- Pero la vela se te sigue apagando, ¿no es cierto?

- Sí, pero...

- Pero nada — reprochó, y esta vez sí identificó la voz; en realidad era un ladrido canino y por más raro que pareciera, ella lo comprendía perfectamente. — ¿Has probado de aprovecharte al máximo de lo que eres capaz de hacer?

- No sé si te entiendo, ¿qué quieres decir? — preguntó con intriga.

- Lo que te quiero decir, pequeña chiquilla, es que la solución la tienes en tu cabeza. Sólo has de usarla. — dijo con calma.

- Oh, mucha ayuda, sí claro... — esta vez fue ella quién reprochó y usó un tono altivo. — Como te crees que es tan fácil, ¿qué tal si lo haces tú?

- Yo no soy quién necesita ayuda, y tú tampoco. No necesitas que yo te mantenga la ventana cerrada, ni necesitas que te encienda la vela. Lo que necesitas es que te diga una opción que quizá no te has planteado. Y sobretodo, necesitas escucharme con tranquilidad; sé que sorprende que alguien se preocupe por ti, pero te aseguro que no es nada malo.

- Bueno, pongamos que acepto tu ayuda, ¿qué hago? — inquirió.

- Simplemente, ya te lo he dicho: la solución está en tu cabeza. Algo tan sencillo como apoyarla en la ventana mientras tu espalda reposa en la pared, y tienes la vela al lado iluminándote. ¿Lo habías pensado?

- No, per...

- No me vuelvas a decir "pero", no quiero escucharlo. Has pensado constantemente que el problema era de la vela, y luego que era de la ventana; no has unificado ambos problemas en uno solo para resolverlo sino que intentabas resolver ambos con un mismo gesto sin llegar a caer en que podías unir ambos dilemas para aplicarles una misma solución. Así, con todo. Si ves que algo se te hace difícil, siempre tendrás mis ladridos. Pero hazte un favor a ti misma: cuenta conmigo. No te cerraré ninguna ventana, no te mantendré la vela encendida: eso lo harás tú. Yo sólo te diré cómo has de hacerlo, ¿te parece? — a medida que iba diciendo esto, iba suavizando la voz, para dar a entender que no era una reprimenda.

- Entendido... Pero ¿y ahora? ¿Qué hago? — preguntó con un poco de temblor en la voz.

- Esta vez, ya te mantengo yo la ventana cerrada. Ahora, simplemente, vuelve a encender la vela. 

Pequeñas y grandes historiasWhere stories live. Discover now