-Las tres puertas- (*PARTE 5/6*)

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Con la antorcha no podía hacer mucho, más bien al contrario. El calor derretiría el hielo, pero a la vez, le haría tener calor y sentirse bien. La cuerda era inútil, lógicamente no podía coger una moneda con una simple y miserable cuerda. ¡Que rabia! Si tuviera unos años más, quizá sus piernas serían más largas... Ese brillo estaba a tan poco de ella, que... Ojalá llegase. Eran como mucho cuatro o cinco zancadas, pero sabía que el hielo no aguantaría ni la primera.

Pensó, pensó y volvió a pensar. Se planteó atar la antorcha a la cuerda y lanzarla, pero no. Luego, pensó en atar la cuerda a su cuerpo y dejar la antorcha atravesada horizontalmente en la puerta, pero no. Podía funcionar pero también cabía la posibilidad de que la antorcha se consumiera quemando la cuerda, y tanto ella como la cuerda caerían al hielo, que acabaría partiéndose a los pocos segundos y matándola de frío. Al menos la amenaza era bastante sincera, pensó.

Aunque... ¿Y si no era todo? Quizá había algo más que había pasado por alto. Los pergaminos no le servían, claro. Pero... ¡LOS PEDESTALES! Tenían agujeros. Podía hacer un puente con la cuerda, pero... ¿y la antorcha? La idea de atravesarla estaba bien. ¡CLARO! Podía ponerla, ¿quién le decía que debía mantenerse encendida?

Con esto en la mente y un plan perfectamente repasado en su cabeza, actuó: cogió los pedestales de la primera y segunda puerta, y los ató entre ellos con la cuerda haciendo un corto puente. Cabía decir que pesaban relativamente poco para estar hechos de piedra maciza. Había quedado bonito y todo. Abrió la tercera puerta y sin dudarlo, hundió la antorcha en el hielo. Hizo un agujero y se apagó, y tal como había planeado el hielo no se empezó a resquebrajar peligrosamente. Aunque sí era cierto que ahora tendría que saltar, pero bueno, no era problema.

Así que se dispuso a ello; atravesó la antorcha, se ató un nudo en la cintura (que atravesaba todo el improvisado paso sobre-acuático) y lanzó el puente dirección al brillo misterioso. Funcionaba, sólo quedaba medir bien el salto y... ¡alehop! Ya estaba, la base aguantaba bastante bien. Caminó lentamente y para su sorpresa, esa pequeña luz brillante se alejaba. Saltó hacia adelante y cayó de bruces sobre nieve. Al menos era estable.

Tanteó como pudo, escarbó un poco y al final ahí estaba: su moneda, su querida y escapadiza moneda. Se la llevó al bolsillo rápidamente, giró la cabeza y para su angustia se dio cuenta que el hielo estaba empezando a ceder. Corrió como nunca, saltó rozando a penas los pedestales y se lanzó hacia adelante, cayendo al agua. Tiró de la cuerda para ayudarse a subir, se apoyó en el resquicio de la puerta y salió como pudo.

Estaba completamente congelada, sentía lástima de que la antorcha estuviera apagada dado que le hubiera ido bien. Recordó de pronto la primera puerta, la atravesó y efectivamente... Seguía haciendo calor. Estaba tranquila, con su moneda, caminando en círculos y secándose gradualmente. Ya estaba, ya tenía su moneda. Ya era feliz.

Pequeñas y grandes historiasWhere stories live. Discover now