-La piedra y el camino- (*PARTE 3/4*)

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Así que era eso, su imaginación traicionera le había hecho ver cosas que no eran. Se despreocupó y se alivió mucho; después de todo, no era algo común que cayeran piedras evanescentes así como así. Inspeccionó más el bosque, parecía que no terminaba jamás. Y así lo prefería. De este modo no repetiría ningún dibujo. Ningún plano. Ningún escenario. Ya que ningún árbol, nube, camino era igual a los demás... No tenía sentido ir a los mismos sitios que siempre. 

Caían algunas gotas a través de las copas de los árboles, haciendo que llegasen más tarde de lo que deberían llegar. No había problema, claro. Iba preparada para cualquier contingencia, incluso para aquellas que dependían del clima. Sacó de su mochila un trozo de tela impermeable, al cual le había hecho agujeros en las cuatro esquinas y atado cuerdas. Estaba perfectamente doblado ocupando el tamaño de un mantel de cocina cualquiera, y se dedicó a caminar buscando el lugar idóneo.

Lo encontró, no era mucho pedir. Había un árbol grande y a pocos pasos, un par separados. Esta vez su techo improvisado quedaría en forma triangular, como otras veces. El pelo pasó de estar suave y liso a ser una masa compacta de cabello mojado, el cual se apartaba de la cara con un gesto brusco. Cuerda por aquí, nudo por allá... Se apartó y contempló su obra. Sí, le servía.

Sacó un cojín verde, completamente sucio por una de sus caras, e impolutamente limpio por la otra. El que siempre usaba para sentarse, y que jamás se acordaba de poner a lavar. Incluso seguía blando y cómodo tras tanto tiempo. Se cruzó de piernas, e hizo lo que más le gustaba hacer: dibujó. Dibujó durante horas como siempre, empleándose a fondo. 

Durante esos momentos, el bosque se convertía en una melodía compuesta por las gotas impactando contra el suelo, el lápiz peleándose contra el papel, y algunos soplidos para eliminar el resto de goma de borrar cuando le hacía falta. 

Oscuridad otra vez, aunque más pronunciada debido a que no había mucha luz que debiera irse. Recogió primero lo que estaba a cubierto, cerró la mochila con fuerza (el cuaderno dentro, por supuesto) y mientras sus gafas quedaban completamente inundadas de agua, y los cristales empapados le impedían la visibilidad, recogió aquél techo que tan bien le iba.

Ahora sí, echó a correr. Estaba lloviendo mucho, más de lo que le gustaba. Olvidó que... Un dolor intenso en la frente. Incluso notó una húmeda calidez que le hacía pensar que se había hecho una brecha. LA MALDITA PIEDRA. Otra vez. Pero ahora no estaba donde la recordaba, sino que estaba desplazada más cerca de la salida del bosque. Algo que, aún con el suelo seco y la visibilidad absoluta, no hubiera podido ver ni prever.

Se tocó la frente y sí, tenía razón, estaba sangrando levemente. Incluso le dio una patada del enfado, lo cual también le dolió. Era la misma piedra, sin duda alguna, pero ¿qué demonios hacía ahí? O, lo que era más interesante... ¿en qué momento desapareció? Vale que por ahí no pase mucha gente, pero una piedra surgiendo de la nada, de unos 2 metros de altura, se ve.

Aún con la lluvia cayendo, se detuvo y usó su cuerpo de paraguas momentáneo. Sacó el estuche, y en él buscó un rotulador grueso de color negro. Entre tantos colores y lápices costaba de encontrar, pero ahí estaba y ya lo tenía en la mano.

Se acercó insegura a la piedra, y escribió en grande "HOLA". Se sintió muy idiota haciendo eso. Pero ya estaba hecho y la tinta se mantenía bastante bien pese a la lluvia intensa. Se apartó, con la cabeza dolorida, y llegó a casa de nuevo.

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