-La reina- (*PARTE 2/3*)

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Ya no llovía. De hecho no observaba el cielo desde su torre. Sólo veía tiendas, personas caminando despreocupadas por la calle, y poco más. Hacía un clima muy agradable, del cual disfrutaba desde su preciosa panadería. Todos los muebles estaban impolutos, tenía dos armarios pequeños con artilugios de cocina perfectamente ordenados. La puerta fue golpeada, exactamente dos veces y media. Empujaron y se abrió.

- ¡Buenos días! — saludó sin alzar la mirada.

- Buenos días. — respondió una voz fría.

Alzó la mirada, y se encontró nada más y nada menos que con la Reina Alina. La miraba con un desdén y una superioridad que helaban el alma.

- ¡Oh! — reaccionó absurdamente la panadera; al darse cuenta añadió rápidamente -— ¿Qué deseáis?

- Quiero que me hagas setenta barras de pan poco cocidas para esta noche, y treinta de ellas bien cocidas. Y no quiero ni una menos, ni una más. — le dijo la Reina.

- Sí señora, como usted desee, señora. — respondió nerviosa.

- Ah, y... Procura no llegar tarde. — concretó. — No quiero hacer esperar a mis invitados por culpa de una panadera. — acabó añadiendo mientras se daba la vuelta, seguida de sus dos guardaespaldas.

- S...Sí señora... — se despidió en un hilo de voz.

Sin más, canceló todo lo que tenía que hacer hasta ese momento (tenía encargados dos roscos de pan, una docena de panecillos pequeños, y debía reponer la cesta de tostadas). Se puso a hacer el encargo real tan pronto como la puerta fue cerrada. Se dio cuenta de que le faltaba una cosa: salió del mostrador y giró el cartel, en el cual ahora desde fuera se leía "CERRADO". 

Varias horas después, ya era de noche, pero las barras de pan estaban listas y preparadas para ser entregadas a su exigente destinataria. Las separó en dos cestas, setenta en una, y treinta en la otra. Las subió como pudo al carro, y con mucho temor y cuidado se dirigió hacia el castillo. Tras un trayecto corto que se le hizo eterno pues iba despacio para que ninguna cesta cayera, llegó a las inmensas puertas. Un Guardián se dirigió a ella con la misma frialdad y superioridad:

- ¿Qué queréis? 

- Vengo a traer el encargo para su majestad Alina, soy... — aquí añadió un espacio corto de tiempo en silencio, en el que su mente estaba repasando la situación para buscarle sentido — la panadera. Traigo lo que me había pedido. 

El Guardián parecía estar enterado de ello dado que dio la orden de abrir las puertas. Tenía la esperanza de entregarlas personalmente pero... ¡Qué tontería! Había un enviado esperándole al otro lado, el cual asió el carro sin miramientos y sin un simple "gracias". Ni siquiera recibió unas monedas por su trabajo. Nada. Tantas horas de trabajo, y haber dejado a parte el resto de tareas... ¿Para encontrarse esto? ¿Que le dieran la espalda? Una mano la agarró del brazo y la invitó a salir no-muy-amablemente. Una vez fuera, le cerraron las puertas en las narices. Bajó la mirada y se consoló pensando en que, al menos, tenía más encargos. Cuando volvía a su pequeña panadería tropezó y cayó, dándose un golpe en la cabeza. Sentía un dolor intenso, y dirigió la mano para descubrir que estaba sangrando. Se puso en pie como pudo, y siguió caminando. ¿Podía acabar peor el día? 

Abrió los ojos sobresaltada. Seguía en su tranquila y perfectamente acomodada cama.

Pequeñas y grandes historiasWhere stories live. Discover now