-El Barquero Del Tiempo-

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La noche rodeaba nuestras huellas, carentes de luz propia. No veíamos nada bajo nuestros propios cuerpos, y las sombras que deberían acompañarnos se fundieron a la vista. Vimos una luz, lejana, casi invisible; no nos sorprendió, sabíamos quién iba a ser. Decidimos adentrarnos hacia la oscuridad sabiendo que ofreceríamos nuestro tiempo como moneda de cambio a Karonte De La Montaña (también conocido como "El Barquero del Tiempo"), el cual nos advirtió cuando llegamos a lo que él consideró suficiente cercanía:

- Si queréis caminar, adelante, hundiréis vuestros diminutos pies en la espesa penumbra. Si queréis volar, ¡adelante, os digo! El aire es tan denso aquí que prácticamente ni se respira. Pero si lo que queréis... ay, si lo que queréis es navegar... Estáis escuchando las palabras del ser apropiado. Decidme, pues, ¿qué queréis hacer esta noche?  —  al plantear esta pregunta usó un tono algo desagradable, como aquél que propone opciones aún sabiendo cuál se escogerá... Y casualmente le beneficia eso, y sabe que lo sabemos.

- Ya lo sabes, Karonte. Lo de siempre. Lo de nunca. Llévanos y no quieras más monedas de las que te pensamos ofrecer: llevamos prisa. — le dije cortante.

- Claro, ¡claro! — dijo con júbilo. Su desdentada sonrisa se hizo más pronunciada aún. — Entonces, ¿lo de siempre? ¿No probaréis lo de nunca?

- No, demonio. — contestó ella. 

Estaba sacando ya demasiado tiempo, sólo debía conformarse con el tiempo del viaje sobre el navío, ni más ni menos. Era el precio para todos los mortales y nosotros lo eramos.

- ¡Oh! — exclamó fingiendo sorpresa — Pero si resulta que viene contigo. Cómo no. — dijo, dirigiéndose a mí.

- Karonte, — le pedí con la mayor serenidad posible. — llévanos. Y ya está. Hace varios segundos que estás pagado.

- Es que resulta que sé que puedo obtener más, y claro, eso es... Tentador. — dijo llevándose la mano a la barbilla, aparentando estar pensativo.

Las estrellas iban a caer y nosotros nos las perderíamos por su culpa. Actué drásticamente, no tuve más opción. Saqué de mi bolsillo un pequeño reloj de arena, que iba atado a una cuerda negra. Karonte no pudo ocultar su sorpresa, sincera esta vez. Para él era un auténtico tesoro, y para mí también. Pero yo podía prescindir de dicho tesoro, tenía toda una vida por delante... En cambio, él sólo tenía toda una muerte por delante, llevando a vivos como pasajeros. Lo asomé por el barranco y lo dejé caer, sin soltar la cuerda.

- ¡NO! — gritó. Pese a estar siempre burlón, ahora su rostro era de total enfado y locura. — ¿Cómo se te ocurre? ¿Eres consciente de lo que tienes en la mano, muchacho? — me preguntó.

- Sólo es un objeto para mí. Para ti representa tu fuente de... ¿vida? Bah, lo que sea que tengas. — dije con desprecio; respiré con altivez un par de veces y seguí. — Llévanos o dejaré deslizarse la cuerda, y el reloj se sumirá en la oscuridad durante mucho tiempo, quizá... ¿siempre?

No sin antes lanzarme una mirada de odio y despotricar en susurros hacia mí, pues su estúpida mente sólo ansiaba ese pequeño artilugio, me dijo a regañadientes:

- Bien. Tú ganas, sabueso. ¿Qué quieres a cambio? 

- El reloj no lo obtendrás, de eso deberías concienciarte ya.

- Por supuesto que no lo vas a tener, maldito imp. — dijo una pequeña y femenina voz que, ciertamente, ambos habíamos olvidado.

- Entonces ¿a qué juegas? — se quejó Karonte.

- No entiendo qué quieres decir. — le dije yo.

- ¿Tan difícil es? ¿Qué pretendes?

- ¿Yo?  ¿Porqué lo dices? — esta vez me tocaba mover ficha a mí.

-  ¿Me ofreces el reloj para quedártelo? ¿Me intentas marear? ¡Me estás haciendo perd... — y de pronto, se sumergió en un profundo silencio. Se miró las manos y para su non-grata sorpresa vio que se empezaba a deshacer en forma de polvo. Las deshilachadas vestiduras que cubrían su tétrica piel comenzaron a desprenderse de su dueño.

- ¿Ahora lo entiendes? — le recriminé.

- Porqué me está pasan... — esta vez también su rostro estaba desvaneciéndose, hasta que prácticamente sólo una mitad quedó medianamente entera para dejarle terminar. — ...do esto? No lo entie... 

De pronto un fogonazo destelló nuestros ojos, que ya se habían acostumbrado a la oscuridad. Ahora fuimos nosotros quienes nos quedamos en silencio, yo sonriente y ella asombrada.

- ¿Qué ha ocurrido? — me preguntó.

- Tal como bien dijo alguien una vez, 'la avaricia rompe el saco'. Y dado que Karonte ansía el tiempo por encima de todo, yo le he ofrecido mi tiempo, el tuyo, y un pequeño frasco que representa ese elemento que tanto necesita. Cuando se ha dado cuenta de que nos estaba entregando precisamente aquello que le servía de sustento, el tiempo que le he hecho perder, ha empezado a desfigurarse dado que su maldición así lo requería.

- Sigo sin entender porqué el tiempo significa tanto para ese endemoniado ser...

- Yo te lo explicaré: Karonte era un ser humano que, por afán a las prisas, compró el bote más pequeño y roñoso que encontró para embarcarse con su hijo. Le habían hablado de un gran tesoro fácil de encontrar, y en un acto sin precedentes de avaricia, cogió a su hijo, unas hogazas de pan, el bote que he mencionado y se echó a la mar. Supongo que no hay mucho más que no imagines ya... Ese pobre navío acabó sirviendo más como tumba que como transporte en sí. El bote se hundió, y Karonte fue egoísta una vez más. Se salvó él, dejando caer la mano de su hijo en un mar helado en plena noche. Los Dioses, furiosos ante tal acto de crueldad y sangre fría, le obsequiaron con una tormenta que le causó verdaderos estragos. Pasó días y noches sobre un trozo de madera mugriento que iba perdiendo consistencia a cada segundo que pasaba. En el último tramo de su vida, pidió auxilio a los Dioses. Juró arrepentirse y admitió merecer penitencia; los Dioses le concedieron el perdón pero también el castigo: serviría a todas las almas vivas que hicieran falta hasta que aprendiera lo importante que era el tiempo. Esa deuda se ha saldado cuando hoy he sido yo quién le ha hecho perder el tiempo a él. Al fin ha comprendido su significado, su valor, y ha aprendido que debió tratar con más respeto a las horas... Y que de haber sido así, probablemente no tendría el tesoro pero sí su hijo; es por eso que reaccionó así cuando yo amenacé con lanzar el reloj. En su cabeza perdura el pensamiento de que, si perdió a su hijo por un tesoro, ya no tenía nada que perder si se lanzaba desesperado a cada objeto brillante ante sus ojos. Ahora descansa en paz, o quizá esté siendo torturado por sí mismo. La culpa y el arrepentimiento siempre estarán con él.

- ¿Y ahora qué? — me preguntó ella mirándome con esos ojos que tanto ralentizan mi propio tiempo.

- Ahora nos tocará remar, y nos tomaremos nuestro tiempo, igual que harán todas las personas que requieran el bote. 

Pequeñas y grandes historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora