Cap. 30 - Poder decir adiós, es crecer.

49 4 8
                                    

Adriana

Gustavo permaneció mirándome con sorpresa, esperando alguna respuesta de mi parte.

Ni siquiera sabía que decir.

Cuando estaba allí abajo mi mamá dijo que no había encontrado boletos para mañana en la tarde. Entonces, compraron para hoy a la madrugada.

Cómo era de esperarse me re enojé, aunque claro, mi mamá no tenía la culpa.

Básicamente les grité que no era posible que no los hayan comprado antes. Eso me molestó mucho también. Adjuntando en parte que yo ya había hecho planes con Gustavo.

Abracé a Gustavo quien estaba enfrente mío. Sus brazos me envolvieron en un cálido abrazo. No quería separarme de él, si por mi fuera, me quedaría con él.

O es más, si tuviera poderes, congelaría el tiempo para quedarnos nosotros dos en el planeta. Sin ningún tipo de presión, ni impedimentos para ser quienes queremos ser.

Sollocé tratando de no hacer ruido. Gustavo me acariciaba el pelo.

Me sentía la peor, había hecho planes con Gustavo y no los iba a cumplir. También tenía miedo, tenía miedo de que él llegase a cambiar su actitud conmigo. O de yo cambiar con él sin darme cuenta. De que él me fuera a cambiar. O de que me olvidará.

Eran miedos bastante bobos para mucha gente, pero para mí no.

Lloré demasiado, podría asegurar que lloré un mar, y en ese mar, Gustavo era mi salvavidas.

Cuando estuve más calmada, me separé de Gus, solo un poco.

Los ojos de él también estaban llorosos. Verlo en ese estado me terminaba de quebrar a más no poder.

Me perdí en sus ojos celestes que me encantaban, quería grabarmelos en mi memoria. Gustavo limpiaba algunas lágrimas que se escabullían de mis ojos.

- No llorés, estoy con vos. - Susurró y su voz se entrecortaba a medida que hablaba.

- Gustavo... yo no quiero irme. - Lloré de nuevo.

- Amor, lo tenés que hacer ¿Sí? - Curveó sus labios en una sonrisa. - Te mandaré cartas, también te llamaré, siempre te tendré conmigo. - Sus palabras me enternecían tanto.

- Te voy a extrañar muchísimo, muchísimo. - Gustavo me dió un beso en la frente.

- Te amo. - Me susurró y unió nuestras bocas en un beso, que solo se podía interpretar como un último adiós.

- Te amo. - También le susurré una vez concluído el beso.

- Te tenés que ir. - Sus ojos aún estaban cristalinos.

- No, no. - Negué y él asintió.

- Tenés que, nena. - Limpio mis ojos y me dirigió al baño.

Cuando abrió la puerta, nos miramos al espejo, teníamos los ojos hinchados especialmente yo. Su brazo estaba envuelto en mi cuello y su otra mano en mi cintura, yo tenía mis manos abrazándome a mi misma. Parecía una nena chiquita.

𝕃𝕠𝕤 𝕤𝕚𝕘𝕟𝕠𝕤 𝕕𝕖 𝕝𝕠𝕤 𝕡𝕣ó𝕗𝕦𝕘𝕠𝕤 Where stories live. Discover now