Capítulo 1: Un nuevo comienzo

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Los árboles habían comenzado a mostrar sus galas de otoño y el rojo se mezclaba entre los pardos y los ocres que cubrían la zona residencial de Mivara. La pequeña ciudad había crecido lejos del ruido de la capital; los vientos de la guerra apenas eran una molesta brisa en el extremo del país en el que se encontraba y nada parecía alterar la monótona tranquilidad de un lugar que parecía congelado en el tiempo.

Guerra...

Kobe no lo reconocería en voz alta pero ese era el motivo que les había llevado lejos de las playas de Lederage donde habían vivido hasta el momento, a salvo de intrigas políticas y lejos del pasado. Pero el pasado se abalanzó tras ellos como un depredador tras una presa herida; sin piedad.

Suke parecía distraído, jugueteaba con el contenido de su plato haciendo dibujos abstractos de yema y clara. Kobe dejó de lado su periódico y las oscuras noticias de su interior y centró la atención en su hijo adoptivo. ¿Cuánto había pasado ya desde que sus vidas se cruzaran en aquel callejón?

—¿Nervioso? —le preguntó con una sonrisa en los labios.

Suke alzó la mirada, lentamente, casi con pereza y fijó en él sus increíbles ojos, del color de las brasas incandescentes, el único vestigio que quedaba de su pasado. «Miento», se reprendió Kobe. «También están las cicatrices».

Pero las cicatrices permanecían cuidadosamente ocultas bajo la ropa y el carácter del joven.

—No —contestó él respondiendo a la pregunta—, solo un poco preocupado.

—En Lederage te fue bien —dijo Kobe—. Pronto harás nuevos amigos.

—No me preocupa hacer amigos —afirmó.

Era cierto, durante los cinco años pasados en el pueblo costero, Suke había conocido a mucha gente y se llevaba bien con casi todo el mundo, pero no había tenido amigos de verdad. Nunca había llegado a casa acompañado de otro chico o había ido a jugar con los otros muchachos. «¿Podrás ser un niño normal?», le había preguntado Kobe hacía tiempo. Ahora ya sabía la respuesta: no. Por mucho que lo pareciera, Suke nunca sería como los demás niños. Él lo sabía y se apartaba de ellos. Apartaba a todo el mundo.

No todas las cicatrices se ocultaban con ropa.

—¿Qué te preocupa entonces? —preguntó Kobe. Suke no contestó, frunció el ceño y centró su atención en el plato frío que tenía delante— ¿Qué pasa, Suke? —insistió.

—No es por mi culpa, ¿verdad? —dijo, sin alzar la vista—. No nos mudamos por lo que pasó en Lederage.

«Así que es eso.»

—Fue un accidente. Estabas enfermo —sentenció Kobe y cogió de nuevo el periódico para enfrascarse en las noticias. Había conversaciones que ni siquiera él se atrevía a afrontar.

—¿Quién está enfermo? —preguntó la Señora Iserins dejando una enorme jarra de zumo de naranja en la mesa. Sin esperar una respuesta, colocó la palma de su mano sobre la frente de Suke. El joven resopló y apartó la mano con brusquedad.

—Nadie está enfermo —masculló a la defensiva.

—Pues me parece que tienes algo de fiebre... —comenzó a decir el ama de llaves.

—Suke no está enfermo —afirmó Kobe en un tono que pretendía zanjar la discusión antes de que esta se iniciara. La temperatura de Suke siempre era ligeramente más elevada de lo normal. Nada demasiado evidente, pero podía confundirse con fiebre. La señora Iserins era una buena ama de llaves, una mujer amable y eficiente; ignorante o, al menos, eso parecía.

—No tienes buena cara —continuó la mujer ignorando la respuesta del capitán—. Y no has comido nada, ¿seguro que estás bien?

—Solo estoy... nervioso —dijo Suke con una mueca que nadie confundiría con una sonrisa—. El primer día en un nuevo instituto... No puedo comer nada.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now