Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (3ª parte)

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—Eres idiota —masculló Reyja en voz baja para evitar captar la atención de sus cerberos—. ¿No podías haberte quedado calladito? —Suke no dijo nada, miró su pie descalzo, tampoco había tenido tiempo de coger su bastón. Salir corriendo no parecía una opción factible cuando apenas podía caminar. Quizá pudiera entretenerlos el tiempo suficiente para que Reyja pudiera escapar o, mejor aún, quizá podía convencer a los vincios de que su guerra no iba con ellos y que les dejaran marchar. Pero el hecho de que hubieran ido hasta su casa buscando a Reyja indicaba que no iba a ser tan sencillo como le habría gustado—. Si te hubieras quedado arriba —continuó—, ahora no tendría que estar preocupándome por ti.

—No es a mí a quién buscan —se defendió Suke—. No soy yo quién necesita protección.

—Sé apañármelas solo, gracias —gruñó Reyja.

—¡Dejad de cuchichear y caminad más deprisa! —exclamó el más alto de los vincios de tierra que se ocupaba de abrir el paso. El de atrás, le dio un empujón para que se moviera pero el empellón hizo que Suke tropezara y cayera al suelo.

—¡Podrías tener más cuidado! —protestó Reyja mientras le ayudaba a levantarse—. Suke está enfermo, no debería estar descalzo y...

—¡Cállate! —exclamó el vincio alzando la voz. Pero Reyja no se amilanó, se plantó delante de él con el ceño fruncido dispuesto a plantarle cara.

—No camina bien —insistió—. Ni siquiera le habéis dejado coger su bastón. Él no os ha hecho nada.

—Reyja —dijo Suke, tirando de su brazo. El vincio parecía a punto de aplastarlo contra el suelo y bien sabía que tenía  fuerza de sobra para hacerlo, pero su amigo no parecía ser consciente de su temeridad—, déjalo estar. Estoy bien.

—Te crees muy valiente pero solo eres un estúpido —siseó el vincio.

—He dicho que os acompañaría sin dar problemas —repitió Reyja marcando cada una de las sílabas— y eso haré. Pero mi amigo no tiene por qué involucrarse.

—Tu amigo está involucrado —dijo el vincio más alto, y que parecía que era el que tenía más sangre fría de los dos. Antes de que pudiera hacer nada por evitarlo, izó a Suke con pasmosa facilidad y lo colocó sobre su hombro como si fuera un saco de patatas—. Será mejor que nos demos prisa —dijo a su compañero.

Este asintió y agarró a Reyja por la cintura, sujetándolo debajo del brazo. Este protestó enérgicamente pero fue inútil. Entonces, ambos hicieron un gesto y el suelo en el que estaban osciló como un terremoto. Suke ya había visto ese método de locomoción, así que, previendo lo que se avecinaba, cerró los ojos con fuerza, y apretó el rostro contra la marmórea espalda de su transporte, para evitar que los trozos de grava y polvo le golpearan en el rostro cuando cabalgaron el suelo como si de una ola marina se tratara.

No tardaron más de un par de minutos en llegar a la mansión de los Arinsala pero a él se le antojaron eternos. Para Reyja no debió ser tampoco fácil, su vincio le arrojó al suelo sin ningún tipo de miramiento.

—Maldito cabrón —masculló Reyja escupiendo trozos de tierra.

El vincio que le llevaba a él lo dejó en el suelo con bastante más delicadeza, a pesar de eso, Reyja corrió a su lado para asegurarse de que estaba bien.

—Deja de preocuparte por mí —le dijo Suke—. Esos tipos te buscan a ti, deja de provocarlos.

—Hace tiempo me prometí que nunca más dejaría que un vincio me intimidara —dijo Reyja con voz firme—. También le prometí al capitán que cuidaría de ti —le recordó, mirándole de reojo—. Solo intento cumplir mis promesas.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now