Capítulo 6: Nubes de Tormenta (1º parte)

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Los informes de accidentes se acumulaban en la mesa de su escritorio. Corrimientos de tierras, inundaciones, incendios forestales... Las catástrofes se sucedían y siempre desaparecía alguien con ellas. No tendrían nada de especial más que tragedia y dolor si no fuera porque las desapariciones no era de gente de a pie.

—¿Un corrimiento de tierras? —se extrañó Caled—. Pensaba que habíamos quedado que nuestros responsables eran vincios. ¿Qué tiene que ver eso con catástrofes naturales?

—Un corrimiento de tierras que arrastró el coche de Broso Fan-Wolfgan —puntualizó Kobe—, del cual, no se ha encontrado el cuerpo porque desapareció con la riada. Y tenemos una riada y un corrimiento de aguas cuando hace semanas que no llueve en la zona. Más sutil que llamas que surgen de la nada, debo reconocerlo, pero en ambos casos tenemos la desaparición de dos magnates en misteriosas circunstancias.

—¿Crees que Fan-Wolfang está vivo? —preguntó su detective.

—Tanto como de que lo está Zeriatre —replicó Kobe—. En ambos casos han corrido la misma suerte.

—Corrimientos, riadas... De nuevo un mínimo de dos vincios. Esto cada vez me gusta menos.

Kobe golpeó con la pluma encima del escritorio, en un tic nervioso que creía haber superado hacía tiempo pero que aparecía de nuevo cuando aumentaba las revoluciones de los engranajes de su intelecto. La sombra de una sospecha iba adquiriendo más fuerza, una que se alejaba de dirigibles y  que planteaba un panorama más aterrador.

—Caled —llamó tras una larga pausa que duró varios minutos—. Consígueme un mapa grande de todo el reino. Uno que ocupe la pared entera. Necesito espacio. Y contrata a una telefonista por horas, necesitaré a alguien que haga muchísimas llamadas.

—Sí, capitán —contestó su subalterno—. Un mapa grande, una telefonista... ¿algo más?

—Alfileres de colores, de esas que usan las costureras. Puede que no necesitemos muchas pero... una caja al menos. Con suerte, no serán necesarias más.

*

El sol brillaba implacable en lo alto del cielo y las gotas de sudor se metían por los párpados impidiéndole ver bien, a pesar de eso, Suke cogió aire y clavó el rastrillo de nuevo, intentando desbrozar la zona de los rosales con mejor o peor fortuna.

—¿Sabes? Edro hace eso con una mirada —dijo Reyja. También tenía un rastrillo en las manos e iba vestido con ropa de trabajo pero, a diferencia de la suya, apenas había comenzado a ensuciarse.

—Nada de vincios —repitió Suke, clavando la azada. Dedicó una mirada cargada de odio a su supuesto amigo. Se suponía que había venido a ayudarle, pero se había sentado en los escalones con un vaso de limonada en una mano, a ver cómo perdía el resuello con los arreglos del jardín—. ¿No habías venido a ayudar? ¡No necesito palmas!

—Tranquilo, no te aplaudiré, el espectáculo es la mar de aburrido —dijo con un gran bostezo fingido—. Además, parece que ese trasto pesa más que tú.

—Entonces soy un auténtico forzudo porque lo levanto, una vez y otra, y otra... ¡Y las que hagan falta! —ladró. Y era cierto, movía el rastrillo con insistencia pero sin efectividad. La maleza se enredaba en el mango y por mucho que estiraba, se agarraba con fuerza y apenas conseguía desbrozar nada. Con un gruñido, Suke arrojó el rastrillo a un lado y agarró las zarzas con las manos. Ignoró las punzantes espinas que arañaban sus brazos y estiró, arrancando parte del zarzal. Al soltar las raíces, algunas ramas resultaron rebotadas y golpearon su rostro con fuerza—. ¡Mierda! —gritó Suke, llevándose una mano a la mejilla herida.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now