Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (2ª parte)

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Suke se despertó, no recordaba haberse quedado dormido. Estaba en el dormitorio de Kobe, encima de su cama, cubierto con una manta. Todavía tenía el pelo húmedo e iba vestido con una bata que le quedaba grande y que Reyja le había puesto.

—Vaya, estás despierto —dijo este entrando en la habitación. Llevaba consigo una bandeja con emparedados de los que solía preparar la señora Iserins—. Te quedaste dormido mientras hablábamos —dijo, sentándose a su lado—. Eso ha herido mi autoestima, que lo sepas. Pensé en dejarte durmiendo pero recordé que, seguramente, no habías comido nada en todo el día. Así que he ido a la cocina cargado de buenas intenciones y me he encontrado con que tu ama de llaves ya se había ocupado de todo. Tienes la cena en el horno, pero no sé encenderlo —confesó con una mueca. Debía de ser la primera vez que Reyja pisaba una cocina—, así que te he traído la merienda, que tampoco he hecho yo.

—No pasa nada —dijo Suke, divertido, cogiendo uno de los bocadillos—. Muchas gracias.

—Lo que sí he podido hacer, y esto se merece un aplauso —dijo haciendo una reverencia—, ha sido localizar el cuarto de planchar y algo de ropa tuya.

—Bravo —aplaudió Suke siguiendo la broma. Se terminó el bocadillo de dos bocados y, con la boca todavía llena, se incorporó un poco para inspeccionar las prendas que llevaba su amigo colgando del brazo. Tenía para escoger entre un pijama y una muda del uniforme del colegio. Ya había oscurecido así que el pijama parecía la opción más lógica.

—Te vas a atragantar —le advirtió Reyja y, como para darle la razón, la comida se atravesó en su garganta y tuvo que hacer acopio de voluntad para empujarla hacia abajo. Reyja le tendió un vaso con agua sin que él tuviera que pedirlo—. Te lo dije.

—No necesito que me trates como a un niño pequeño —gruñó Suke cogiendo el pijama y levantándose de la cama. Reyja le miró con cierto aire de superioridad pero no dijo nada. Se quedó ahí, de pie, y se cruzó de brazos. —¿Qué? —preguntó Suke, frunciendo el ceño al ver que su amigo no se movía—. Vete, voy a vestirme.

—Ya te he visto desnudo, vístete —replicó Reyja.

—Antes no podía con mi alma —masculló Suke, sintiendo como el rubor se extendía por sus mejillas. Sí, había estado desnudo y en sus brazos. «Por favor, que no sueñe con eso. Por favor...»—, ahora estoy bien. Sé vestirme solo. Ya te lo he dicho, no...

—Sí, sí, ya, ya, me ha quedado claro —suspiró—, no eres un niño pequeño. Pero estás a mi cuidado. Ven aquí —dijo, y le colocó la mano en la frente. Suke se separó de malas maneras, todavía no se acostumbraba a la facilidad con la que Reyja invadía el espacio ajeno—. Sigues frío —dijo—, no tanto como antes pero sigues frío. Supongo que eso es bueno, ¿no?

—Sal de la habitación —dijo Suke con voz firme.

—Serás...

—¡Sal de la habitación! —repitió.

—¿Y dónde quedó eso de: me siento mejor si tú estás conmigo? —dijo Reyja, con la voz cargada de adoración fingida y una expresión angelical que no borró siquiera cuando Suke estampó uno de los cojines de la cama contra su cara.

—¡Idiota! —masculló, enrojeciendo más aún.

—No te sulfures o entrarás en calor, chico tímido —se burló Reyja—. Esperaré tras la puerta, ¿vale? Así, si te desmayas, oiré el golpe y vendré pronto.

Cuando cerró la puerta, Suke suspiró aliviado. El corazón amenazaba con salírsele del pecho partiendo las costillas a su paso. Su amigo no podía ni imaginarse lo que suponía para él estar a su lado. Era como hacer equilibrios en el borde del abismo. Un paso en falso y todo se perdería, pero nunca se había sentido tan vivo como entonces. «Duele mucho», se dijo. Sí, era doloroso ver que tenía tan cerca el objeto de deseo y que nunca sería suyo. Pero no le importaba. Aprendería a vivir con ese dolor si era necesario. No iba a echar a Reyja de su vida. Después de todo, era su amigo. El único que había tenido.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now