Epílogo

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Epílogo

El cielo todavía conservaba los colores de la aurora cuando el dirigible tomó tierra.  Kobe bajó de prisa, pidiendo disculpas a una señora que se empeñaba en ocupar todo el pasillo con sus enormes maletas y que soltó algunos tacos cuando él la adelantó, empujón incluido, sin demasiados miramientos. En ese momento, no tenía tiempo para perderlo en convencionalismos sociales. Con todo, no debió tardar más de media hora en conseguir un taxi y que este le dejara en casa, pero a Kobe le espoleaba la angustia y el temor a llegar demasiado tarde.

El mensaje de la señora Iserins todavía se visualizaba ante él cuando cerraba los ojos. «Como en Lederage...» Tal vez por ese motivo, suspiró aliviado al ver el edificio intacto. Y ya, más tranquilo, pagó al taxi y dejó la urgencia relegada a un rincón, aunque la angustia todavía estaba con él.

Se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y vaciló un momento antes de entrar, temiendo lo que pudiera encontrarse.

—¿Suke? —llamó en voz alta—. ¡Suke, ya estoy en casa!

Nadie respondió.

El nudo de su pecho se estrechaba por momentos. Un rápido vistazo a la cocina y al salón le indicó que no había nadie en la planta baja. Subió las escaleras, llamando a su hijo de vez en cuando.

«Quizá está dormido», pensó. «Es muy temprano»

Pero esa idea se esfumó de su mente cuando abrió la puerta de su habitación y vio lo que había tras ella.  En un acto reflejo, corrió al baño y se encontró la bañera repleta y el suelo encharcado. Eso permitió que su nudo se aflojara un poco, solo un poco. Que Suke hubiera sido capaz de meterse en la bañera era un consuelo. Pero, ¿dónde estaba ahora?

Solo había alguien en quién su hijo podía confiar en una situación así. Sabía que, pasara lo que pasara entre ellos, Suke podía contar con él.

—Reyja —murmuró.

Kobe bajó corriendo las escaleras y cogió el teléfono. Marcó el número de la centralita y pidió que le comunicara con la casa del Marqués. La mujer del otro lado le mantuvo a la espera una eternidad completa antes de decirle que no podía hacerlo.

—Es igual —exclamó, colgando el aparato con malos modos.

Eran sus vecinos, no había más de diez minutos hasta su casa, menos si pisaba a fondo el acelerador. Cogió las llaves del vehículo y salió a la calle. En ese momento, las sirenas de los coches de policía rompieron la quietud del bosque.

«Un coche, dos, tres...»

Algo había pasado. Algo grande. Y en aquella dirección solo estaba la mansión del Marqués.

—Suke.

Apenas tardó unos minutos en llegar pero a él se le antojaron eternos. Allí le esperaba el mismo desfile de coche de policía, sirenas y luces que había visto pasar por delante de su casa segundos antes.

—¡Capitán! —le llamó Caled, al verle llegar—. Pensaba que estaría en Capital.

—Acabo de regresar —dijo sin más explicaciones—. ¿Qué ha pasado aquí?

—Pues... los testimonios son confusos y acabamos de llegar —dijo, balbuceando—. Hablan de que el vincio de la difunta marquesa regresó para vengarse.

—¿Hay...? —«La difunta marquesa... ¡Reyja!»—. ¿Hay heridos?

—Parece que solo el joven marqués —dijo—. Pero no tiene más que quemaduras en las manos. Su vida no corre peligro. El problema es que... —Caled iba a decirle algo pero parecía que no sabía cómo hacerlo.

—¡Reyja! —gritó alguien a su espalda. Kobe se giró y descubrió que se trataba del padre del joven. El médico salía de un coche oscuro, su vincio de agua iba con él. Parecía que ambos acababan de llegar. Al verle, fue directo hacia él—. ¿Dónde está mi hijo? —le preguntó de malos modos.

Kobe frunció el ceño y soltó las manos que habían agarrado las solapas de su abrigo. Podía entender el nerviosismo de Arinsala, pero solo hasta cierto punto.

—El capitán Aizoo acaba de llegar de Capital —le excusó Caled—. No estaba aquí cuando ha sucedido. ¿Dónde estaba usted?

—Ha habido complicaciones en el hospital —murmuró—. Hemos pasado la noche allí.

—Pues se ha librado de una buena —dijo el detective, no sin cierta dosis de desdén mal disimulado.

Kobe le ignoró, les ignoró a ambos. Si Reyja estaba herido, lo más probable era que Suke estuviera con él.

No hacían más que llegar coches, de policía, la prensa, ambulancias... Contó hasta tres aparcadas en la entrada. Pero según Caled no había más heridos. Dejó a su detective discutiendo con Arinsala y atravesó la pequeña multitud que se agolpaban a las puertas de la gran casa. De reojo le pareció distinguir a la joven reportera que seguía sus casos. ¿Eso era lo que había pasado? ¿Un nuevo caso para su pared? ¿Un alfiler?

En el gran salón de la entrada, había casi medio centenar de personas, personal del servicio y de seguridad que trabajaban en la mansión, personal médico y policías tomando declaraciones. No le costó distinguir la cabeza rubia del joven marqués, sentado en la escalera. Completamente solo. Era como si todos intentaran mantenerse alejados de él.

«¿Y Suke?», quiso preguntar. No conseguía ubicarle por ningún lado.

—Reyja —le llamó. Sus pasos se frenaron al reconocer el aro que llevaba alrededor de su cuello.

El joven pareció ignorarle. Tenía la vista centrada en sus manos y jugueteaba con el improvisado vendaje que alguien le había puesto.

Un brazo amable le detuvo antes de que llegara a él. Era Pazme. La mujer intentó esbozar una sonrisa al verlo, pero algo debió quebrarse en su interior. Kobe le acarició el rostro con ternura y ella se apoyó en su hombro y rompió en sonoros gemidos que silenció contra su abrigo.

—Se lo han llevado —consiguió decir entre hipidos.

—¿A quién? —preguntó Kobe, que no entendía nada de lo que estaba sucediendo—. ¿A quién se han llevado?

Souta Arinsala llegó en ese momento. Valenda salió corriendo de algún sitio y se abrazó a su cintura. Pazme se separó de él, y se secó las lágrimas con el dorso de la mano antes de reunirse con su marido dejándole con el interrogante.

Reyja se quedó sentado en la escalera, contemplando con aire ausente como su familia se reencontraba. Solo faltaba él, pero no se levantó. Sus miradas se cruzaron un momento antes que el joven agachara la cabeza para ocultar las lágrimas que resbalaron por sus mejillas.

Entonces lo supo.

—Se lo han llevado —murmuró, sintiéndose desfallecer—. No... —Tenía que ordenar sus pensamientos, poner en claro lo que acababa de suceder. ¿Qué había pasado en aquella casa? ¿Quién se lo había llevado? Pero eso de alguna forma no importaba. Lo que importaba era que no estaba, que se lo habían quitado.

«Lo he perdido. He perdido a mi hijo».

Había llegado demasiado tarde.

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Y, ahora sí, se acabó. Al menos por el momento. 

Esta primera parte no pretende ser más que una presentación de los personajes, el mundo y el conflicto principal. Poner las piezas en el tablero para empezar a jugar en serio en la siguiente parte (que está en proceso de creación). Espero que no os sintáis muy decepcionados y que os haya gustado, al menos, un poquitín.

Volveré*

*con voz de súpervillano y risa macabra.

PD: por favor, dejad comentarios. Es una tontería, vosotros perdéis dos minutos y yo tengo una sonrisa que no se me va en días. ;)

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now