Capítulo 8: Justicia

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Capítulo 8: Justicia

Vaio resopló una vez más y avanzó con pasos rápidos detrás de la figura que abría camino. A su paso, la gente se inclinaba o hacía pronunciadas reverencias, después de todo, estaban en presencia del mismísimo príncipe Byro.

Vaio no conocía los detalles de lo sucedido y no había suficiente confianza entre ellos como para que le pudiera preguntar directamente, así que sabía lo que sabía todo el mundo. El joven había sido raptado del palacio cuando era poco más que un adolescente y había aparecido convertido en vincio pocos días después. La ley era clara e inamovible, incluso para alguien de sangre real, y el príncipe quedó relegado a la condición de esclavo y, como todos los vincios, privado de su familia y de todo lo que le vinculara con su vida anterior. Incluso el nombre.

Pero todo había cambiado unos años atrás cuando alguien, alguien a quien Vaio conocía muy bien, les liberó de sus collares. Tampoco sabía los detalles de eso, aunque lo había preguntado, así como había preguntado por el paradero de Suke y nunca había conseguido algo ni remotamente parecido a una respuesta. La mayoría ignoraban lo sucedido y su propio padre, aunque no negaba su existencia, no había dicho una palabra sobre él. Lo que a la práctica había resultado casi igual de efectivo.

Vaio no dejaba de preguntarse qué habría pasado con él si no hubiera sido un vincio de aire o si hubiera más de los suyos. A lo mejor Byro ni se habría molestado en conocerle, o en mirarle siquiera. El príncipe avanzaba entre la gente que se inclinaba a su paso sin dirigirles una mirada de soslayo.

«Seguramente ahora sería más feliz», pensó el vincio. «No estaría todo el día en sus odiosas misiones, o llevando sus mensajes o discutiendo con él sobre los malditos dirigibles».

—¿Dónde vamos? —preguntó, deteniéndose antes de atravesar los muros que llevaban al jardín interior. Sabía lo que había allí y no quería verlo.

—Ya te lo he dicho antes; quiero que hables con alguien —dijo Byro.

Pero Vaio sabía que allí dentro no había nadie con el que pudiera hablar.

—N-no quiero entrar ahí —dijo.

—Es un jardín, Vaio. No es una mazmorra. Ahí no hay nadie que pueda hacerte daño.

Vaio sabía que no le estaba mintiendo. No, Byro era demasiado retorcido para hacerlo abiertamente, pero era consciente del miedo atroz que le producían los vacíos y ahora lo usaba en su contra. El vincio de aire no se movió.  Sus pies no le respondían, se había quedado clavado ante las puertas de  su infierno particular. El príncipe no podía saber lo que significaba para él, no podía. Si lo supiera... no lo usaría en su contra.

«¿O sí?»

Byro le miro y, al ver que Vaio era incapaz de dar un paso más, le hizo un gesto a Angus, el vincio de tierra que le acompañaba a todas partes. Este le cogió con firmeza del brazo y le obligó a retomar el camino.

Ninguno de ellos le podía hacer daño. Ninguno. Ninguno podía siquiera comer sin nadie que se lo ordenara.

—P-por favor, Byro —pidió, sintiendo que las fuerzas le abandonaban—. M-majestad...

—Solo es una conversación, Vaio, no es necesario que te pongas así. He dicho que nadie va a hacerte daño —gruñó el vincio de fuego.

Entonces Vaio lo vio claro; no tenía ni idea.

«No sabe nada...»

Eso le permitió relajarse un poco. El nudo de su estómago se aflojó pero no se deshizo en absoluto. El saber que no le estaba infligiendo esa tortura de forma consciente mejoraba la situación pero no la hacía desaparecer.

Avanzó dejándose guiar por la fuerte presa de Angus, sin apenas levantar la mirada del suelo. Centrado en contemplar la grava del camino y sus propios pies, cuidando de no ver nada de lo que le rodeaba.

—¿La conoces? —preguntó Byro. Vaio vaciló y le costó un poco reunir el valor necesario para alzar la vista.

Era hermosa. Tenía la piel de color azul marino y una preciosa y larguísima melena del color de las ondas de agua. La conocía, era Índiga, la vincio de agua que Suke había liberado. Estaba vacía. Día tras día había visto cómo el niño le peinaba el pelo, la lavaba y la alimentaba con paciencia y dedicación, todo por la mínima esperanza de que fuera capaz de volver.

Vaio le había insistido en que eso no era posible, que hacía demasiado tiempo que se había perdido. Pero el joven no la había dejado atrás. Ni siquiera, cuando llegaron los agentes de la Invocación a detenerle. Los mismos a los que Vaio había alertado, los mismos que le habían encarcelado después.

Así que era eso... La historia había llegado a los oídos de Byro.

—Creía que no te llevabas bien con Kenoa —masculló con desdén—. Pero veo que ahora sois grandes amigos.

—No me malinterpretes —dijo Byro, frunciendo el ceño—, tengo más razones que nadie para odiarla pero debo reconocer que es útil. Después de todo, era un agente de la Invocación. Me explicó una historia muy interesante...

—¿Te preocupa que te traicione? —preguntó Vaio—. Claro, como me fue tan bien la última vez...

—No, en realidad, lo que pretendía era recordarte eso. Lo que sucede cuando confías en ellos, en los que no son como nosotros. Nunca nos dejarán libres, Vaio. Nunca. No hay nadie a quién puedas acudir —dijo con voz dura—. Somos todo lo que tienes y eres muy importante para nosotros. Si esto acaba a su manera... si ellos ganan... esto es lo que nos espera a todos nosotros —dijo señalando a la mujer—. Y no van a hacer una excepción contigo porque seas de aire. Ya no. ¿Eres consciente de eso?

—No mataré a nadie —repitió Vaio, aunque su voz temblaba al pronunciar esas palabras—. Solo quiero... vivir tranquilo. ¿Por qué no estáis conformes con ello?

—Otro motivo más para que nos ayudes a conseguir más vincios de aire. ¿No te parece? Si destruimos los dirigibles...

—Los dirigibles no —murmuró Vaio, agitando la cabeza—. Byro, de verdad, déjame al margen de todo eso. Los dirigibles son... —No pudo continuar.

«Los dirigibles son mi regalo», le recordó una voz infantil en su cabeza.

—Está bien —accedió el príncipe—. Dejaremos los dirigibles por el momento. ¿Prefieres los actos de justicia?

—¿Linchamientos? —masculló con un gañido lacónico. Ese era el regalo que daba Byro a sus seguidores. Él lo llamaba justicia, pero para Vaio no era más que asesinato.

—Solo una persona, tranquilo, no habrá ninguna matanza. Retto tiene total libertad para hacer con él lo que quiera. Tú solo estarás allí como observador, no tienes que inmiscuirte.

—¿Para qué necesitas un observador? —preguntó Vaio.

—Solo por si las cosas se complican. Son... son gente importante. La cosa podría ponerse peliaguda y necesitaré a alguien que pueda salir de allí y darme noticias de lo sucedido.

—Siempre es gente importante, los donnadie no tienen vincios —gruñó—. ¿Qué sucedió esta vez? ¿Violación, malos tratos...?

—Le obligaron a matar a la mujer que amaba —dijo Byro—.  Hicieron que la redujera a cenizas con sus propias manos. ¿Te parece suficiente para ti?

Vaio tragó saliva y asintió lentamente.

—¿Dónde? —preguntó.

—En Mivara.

Su corazón se detuvo por un momento. Allí había nacido y crecido y allí seguiría si no hubiera sido tan estúpido. Hacía tiempo que su familia se había trasladado a Capital, así que sabía que no se iba a cruzar con ellos, pero no dejaba de preguntarse si sería alguien conocido.

—¿Quién?

—Reyja Arinsala.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now