Capítulo 4: La familia del Marqués (1ª parte)

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Valenda era bonita, parecía una de esas muñecas de porcelana que aparecían en los escaparates de las caras jugueterías de la calle central de Mivara. Una piel blanca, sin mácula alguna, y una larga melena de bucles dorados que se movían rítmicamente con cada gesto de la muchacha. Tenía unos ojos grandes y azules enmarcados en unas pestañas largas y rizadas. Suke tuvo que admitir que se parecía a su hermano, al menos, físicamente. Ambos tenían cierta cualidad difícil de explicar que les hacía destacar por encima de los demás.

«Le gustas a mi hermana», recordó que le había dicho Reyja. Por un momento, intentó pensar en que significaba esa confesión. La muchacha era más joven que él, no debía tener más trece o catorce años como mucho y era una chica simpática aunque su simpatía resultaba agotadora. No tardó en decidir que el sentimiento no era mutuo. Era bonita, sí, era simpática, sí, pero no había... nada. Eso no implicaba nada en absoluto, por supuesto. Seguiría siendo amable y cortés y esperaría, con paciencia, a que la muchacha se encaprichara de otro. A juzgar por su comportamiento, debía de ser algo que le pasara bastante a menudo.

Valenda monopolizó toda la conversación de regreso a Mivara. Suke no pudo participar en el soliloquio, pero agradeció que la joven rompiera el silencio incómodo. Reyja miraba por la ventana con aire aburrido mientras él fingía interés en la conversación y se agarraba al asiento para amortiguar las curvas que tan alegremente tomaba la conductora.

—¿Y cómo es que habéis acabado en Mivara, Suke? —preguntó Pazme, elevando la voz por encima del estruendo del motor e interrumpiendo el monólogo de la joven.

—Fue un traslado interno. Una promoción de mi padre —mintió. Pero esa historia ya se la sabía y no tenía que plantearse la mentira ni recordar una nueva casa asolada por las llamas.

«Fue un accidente», había dicho Kobe esa mañana. «Estabas enfermo».

—¿Le llamas padre? —preguntó Reyja con curiosidad.

—Es más sencillo —dijo Suke—, me ahorro muchas explicaciones.

—¿Cómo es que acabaste viviendo con el capitán? —preguntó Valenda.

—Mi padre, el de verdad, era un viejo amigo de la familia. Cuando se metió en algunos problemas le pidió a Kobe que se ocupara de mí —dijo, mintiendo de nuevo. Reyja tenía razón; tener una historia lo hacía todo más fácil.

—¿Y él aceptó? —se extrañó Pazme—. Tiene que ser un hombre extraordinario para ocuparse así de un niño que no es suyo.

—Sí, lo es —asintió y esta vez no había sombra de mentira en sus palabras.

Kobe nunca se imaginaría lo que significaba para Suke todo lo que había hecho por él. Y por nada. Sin ningún motivo más que un extraño sentido del deber. Algún día haría algo para poder devolverle parte de lo mucho que le había dado.

—Es este camino, ¿verdad? —dijo la conductora señalando el camino hacia la izquierda que se perdía entre los troncos de los árboles. Las exclusivas mansiones de la urbanización, apenas se podían localizar entre la espesura de la arboleda—. El capitán no estará todavía en casa, ¿verdad?

—No creo —respondió Suke—. Tenía mucho trabajo. Pero está el ama de llaves y tengo muchas tareas que hacer así que...

—¿Por qué no vienes con nosotros? —preguntó Pazme—. Así, por una vez,  Reyja también haría sus deberes. Luego tu padre puede venir a cenar, ya estarás allí.

—No, gracias —dijo, intentando no parecer descortés—, tengo cosas que hacer y quería... ducharme antes de la cena.

—Es que no me parece bien dejarte solo —protestó la conductora con un mohín—. No me perdonaría si te pasara algo; el capitán ha depositado su confianza en mí.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now