Capítulo 7: Otra forma de fuego (3ª parte)

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Suke espiaba entre los pliegues de la cortina de su habitación, contando los minutos para que Reyja desapareciera. ¿De qué estaban hablando? ¿Cuánto se podía tardar en decir: «Suke está bien» y regresar? Mientras él estuviera en la casa, su corazón jugaría a dar cabriolas y amenazaría con arrojarse al vacío desde su boca. Cuando finalmente vio a la cabeza rubia despedirse y desaparecer por el camino del bosque, su corazón dejó de hacer el idiota y sobrevino la estúpida sensación de culpa y vergüenza que le atenazaba cada vez que se alejaba. Se sentía como la costa cuando venía el mar. Agitada, golpeada y erosionada por la marea alta y llena de charcos, mojada y fría cuando se alejaba con la marea baja.

«No creo que hablar de humedad sea lo mejor en este momento», se burló para sí, y hasta se permitió una sonrisa tímida.

Y todo eso, a raíz de un sueño.

Pero pensar que solo había sido por el sueño no sería ni cierto ni justo. El sueño se había limitado a ratificar algo que sospechaba que sucedía desde hacía bastante tiempo.

«¿Cuándo empezó todo?», se preguntó.

—¿Suke? —preguntó Kobe golpeando la puerta con los nudillos—. ¿Puedo pasar?

—Sí, adelante —dijo, y le invitó a entrar en la penumbra que en ese momento reinaba en su habitación y en su espíritu.

—¿Por qué está todo a oscuras?

—Me duele la cabeza —mintió. Así era más fácil disimular sus ojos enrojecidos.

—¿Por qué estás sentado en suelo? —dijo Kobe sentándose en cuclillas a su lado.

—Estaba cansado de estar en la cama. No estoy enfermo.

—Reyja acaba de estar aquí. Dijo que estaba preocupado por ti —Suke no contestó, asintió con la cabeza pero no dijo nada, prefería no hacerlo—. Me dijo algo de una fiesta y…

—Será en la piscina así que no iba a ir de todas formas —contestó con voz átona—. No tiene importancia. Habrá más.

—Tengo que hacerte una pregunta pero no sé cómo te lo tomarás. Ante todo, recuerda que me importas y que sea cuál sea la respuesta eso no va a cambiar. —Suke contuvo el aliento anticipando la pregunta de su padre adoptivo. Después de todo, ese era su trabajo, ¿no? Sonsacar información. Había sido un estúpido al pensar que podría ocultarlo. Porque… había intentado ocultarlo, ¿verdad?—. La persona que te gusta es… ¿es Reyja?

A pesar de que se lo esperaba, el poner voz a sus sentimientos era mucho más duro de lo que creía. Y algo dentro de sí amenazó con romperse en pequeños fragmentos. No podía respirar, apenas podía hablar pero asintió moviendo la cabeza con fuerza.

—Lo siento —dijo, y rompió a llorar—. Lo siento de verdad. No quería decepcionarte pero… ¡No sé cómo controlarlo! ¡Sé que está mal! ¡Ya lo sé! ¡Dime qué tengo que hacer para cambiar y lo haré! ¡De verdad! No quiero defraudarte, no…

—No digas tonterías —le interrumpió Kobe, abrazándole con fuerza. Le sujetó la cara y le obligó a mirarle a los ojos. No había ninguna recriminación en su mirada. Ninguna—. No me decepcionas, Suke. Te lo aseguro. Y no hay nada malo en ser como eres. No hay nada malo en ti, de verdad. Pero… —suspiró y le abrazó aún más fuerte—. Va a ser difícil y él… seguramente él nunca…

—Lo sé. Ya lo sé —dijo limpiándose las lágrimas contra la camisa de su padre.

Se sentía avergonzado por el numerito de niño pequeño que estaba protagonizando pero al mismo tiempo, le reconfortaba saber que Kobe seguiría estando a su lado. Incluso cuando todo se acabara, cuando perdiera todo lo que tenía, Kobe seguiría allí.

—Quizá debería llamar a la central y excusarme —dijo Kobe al cabo de un rato—. No creo que deba dejarte así.

—No voy a hacer ninguna locura —dijo Suke—. Creo que… creo que ya estoy mucho mejor. Creo que poder confesarlo me ha quitado un peso de encima. —Intentó sonreír, seguía sin dársele del todo bien pero ahora era fácil. Estaba mejor. Seguía teniendo el mismo problema pero al menos ya sabía cuál era.

—Pero yo he metido la pata hasta el fondo y le he dicho a Reyja que podía pasar el fin de semana en casa —dijo Kobe.

—¿Qué… ¿ ¡Por qué! —exclamó sorprendido y asustado.

—Pensaba que estabas enfermo y me pareció buena idea comentarle que pasara a asegurarse de que estabas bien. Y, bueno, él aprovecha cualquier excusa para salir de su casa así que se ofreció a pasar el fin de semana contigo. Y yo dije que sí antes de imaginarme siquiera lo que pasaba. Lo siento, Suke.

—No es culpa tuya —dijo.

Pero la verdad era que no estaba preparado para estar a solas son Reyja. Todavía no. Quizá en unos días, cuando todos sus sentimientos se hubieran calmado y él supiera que hacer con ellos, pero en ese momento la sangre hervía y no podía dejar de pensar en el rostro de su amigo sin rememorar el vívido sueño. Podía negárselo mil veces pero todo en él le gritaba que le besara. No, tenía que hacer algo para alejarlo. Quizá más adelante fuera capaz de vivir con ello pero todavía no estaba preparado.

«Y si no hay esperanza… ¿qué sentido tiene mantenerle cerca? No servirá más que para que te hagas más daño».

Tal vez lo más sensato era cortar por lo sano. Pero… Reyja se había convertido en una parte muy importante de su vida. Mucho antes de que sus sentimientos afloraran. ¿Sería capaz de renunciar a todo?

«¿Y si lo descubre? Kobe lo ha hecho, puede que él sospeche también. O puede que alguien lo sospeche y se lo diga. Entonces nos haríamos daño los dos. ¿Tiene eso más sentido?»

—Kobe.

—¿Sí, Suke?

—¿Puedo quedarme mañana en casa? Sé que no debería hacerlo pero… haré todos los deberes. Trabajaré el doble no…

—No podrás esconderte eternamente —le advirtió.

—Eternamente no, solo un día —dijo sintiéndose muy cansado—. Solo un día.

*

Suke había insistido en ello, la maleta estaba hecha y el billete del dirigible estaba sobre el escritorio. En Capital le esperaban con ansias para que les avanzara los preocupantes datos de su investigación. Aquel patrón que solo había observado él y que había despertado el interés y el pavor de diferentes cargos. Aquella reunión era importante. Mucho. Podía cambiar el curso de una guerra.

Pero Suke le necesitaba.

Kobe se llevó las manos a la cabeza intentando decidir lo que debía hacer. Su trabajo o su familia. Coger el teléfono y avisar del imprevisto, o coger el billete y volar a Capital.

La vida de muchas personas dependía de lo que había encontrado.

«¿Y qué has encontrado? ¿Cómo les vas a explicar lo que crees que está pasando sin decir lo que sabes?».

Pero tenía que hacerlo, porque para bien o para mal, lo que estaba sucediendo era en parte responsabilidad suya, responsabilidad de Suke. Los ataques se habían alejado de Lederage porque Suke estaba en Lederage. El incidente que les obligó a mudarse a Mivara no había trascendido.

—Solo tres días, Suke —se dijo a sí mismo guardando el billete en el abrigo. ¿Qué podía pasar en tres días? Por desgracia, poca cosa; los problemas de su hijo estarían esperándole a su regreso.

Solo confiaba regresar antes de que los nuevos les alcanzaran.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now