Capítulo 13: Un nuevo amanecer (2ª parte)

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Retto estaba furioso. Dio un golpe en la mesa y una llamarada impetuosa se estrelló contra el techo. No parecía demasiado sorprendido de que Reyja se hubiera deshecho del anillo. El único que no se lo había esperado era él mismo.

«Solo tenías que aguantar, mierda, Reyja». Intentó controlarla respiración para mantener a raya el llanto pero cada vez era más difícil. Miró a su amigo. La sangre fría con la que caminaba contrastaba con las convulsiones que sacudían su alma.

—Por favor —le había suplicado—, dime dónde está el anillo. Todavía podemos solucionarlo.

Pero no había servido de nada. Reyja le había vuelto a decir que lo sentía pero se había negado a ayudarle. Esa actitud le desesperaba. Podía comprenderla, por supuesto, él mismo lo habría hecho pero... ¡solo tenía que resistir! Vendrían a ayudarles. Tenía que confiar en que eso era posible. Pero... ¿cómo podía echarle en cara que no lo hiciera cuando a él le costaba tanto?

Supo que las cosas iban muy mal cuando Retto reunió a todo el mundo de nuevo en el gran salón de la mansión. Como la tarde anterior, se colocó encima de las escaleras, como si fuera un escenario y se estuviera dirigiendo a su público.

O como si fuera una ejecución.

—¿Dónde está el anillo? —preguntó Retto con malos modos. Su cabello refulgía como si fueran las llamas encendidas de una hoguera.

—Me lo he tragado —dijo Reyja. A pesar de la actitud imponente de su adversario, el joven marqués parecía crecerse ante la situación. Había recuperado su pose altiva y no desviaba la mirada. Incluso parecía esbozar una sonrisa. Era la imagen misma del orgullo.

«Y de la estupidez», se dijo Suke, pero tenía que reconocer que la admiración se mezclaba con el miedo y la frustración de no poder intervenir. Porque... no podía intervenir, ¿verdad?

Lo que no podía hacer era quedarse de brazos cruzados mientras mataban a su amigo.

—¿Crees que por no llevar el anulador no te pesarán las muertes de tus seres queridos? —masculló Retto—. Voy a demostrarte lo mucho que te equivocas. Traed a la chica —murmuró a Bracco. El vincio de tierra pareció sorprendido pero obedeció.

—No —murmuró Reyja y, por primera vez desde que todo había empezado que el miedo desfiguraba su rostro—. ¡Maldito cobarde! ¡No puedes esconderte detrás de niñas!

Como respuesta a sus palabras, uno de los vincios regresó portando a Valenda, vestida con la misma ropa de ayer. No la había sacado del público que aguardaba expectante y aterrorizado a los acontecimientos que se iban a suceder. La había traído de una de las puertas del pasillo superior. Otro de ellos, acompañaba a Pazme, vestida con una sencilla bata. Su rostro, con los ojos enrojecidos, mostraba mucho más que sus gestos comedidos y sus miradas esquivas. Reyja la miró un segundo y supo enseguida lo que había pasado.

—Hijo de puta —masculló, con la voz vibrante de ira.

—¿En serio se supone que piensas que así mejorarás las cosas? —dijo Suke con amargura y tristeza—. La gente como tú no debería ser libre. Estás loco.

—Cuida tu lengua, principito —dijo Retto dirigiéndose a él—. Tu padre no está aquí para defenderte y tu amigo volador ha desaparecido. No habrá ningún testigo del desgraciado accidente que puedes sufrir en cualquier momento.

—Estás loco —repitió Suke—. Y me avergüenzo de mi padre por no darse cuenta de ello. Pero vosotros no sois mucho mejores que él por permitir esto —dijo dirigiéndose directamente a Bracco y al otro vincio de tierra—. ¿Sufristeis mucho como esclavos? ¿Y eso os da carta blanca para actuar como queráis? —exclamó con una dureza y desdén que le sorprendió a él mismo—. Entonces seguís siendo tan esclavos como antes. Hasta que no podáis seguir un camino nuevo, seguiréis atrapados por vuestro pasado, poco más libres ahora que cuando llevabais el collar.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now